LOS ANTECEDENTES LEJANOS DE LA INTEGRACIÓN EUROPEA
3. El proceso para la formación de las Comunidades Europeas
3.4. El Plan Pleven y la Conferencia de Messina
Los miembros de la CECA tenían en mente claramente que la misma debía ser un primer paso hacia la unión política, un objetivo que se iría logrando y consolidando paso a paso y a través de un ejercicio de voluntad con acciones concretas, sin precipitaciones, pero sin pausas tampoco. Esta filosofía de ir paso a paso fue la ideada por Jean Monnet. En primer lugar, había que consolidar el mercado común del carbón y del acero. Los acontecimientos internacionales provocaron que se quisiera dar un paso más, pero que, sin lugar a dudas, podemos calificar de ambicioso. A raíz del estallido de la Guerra de Corea y del interés norteamericano en que Alemania se rearmara, Jean Monnet propuso la creación de un ejército común. No dejó de ser una propuesta arriesgada, porque hacía muy poco que había finalizado la Segunda Guerra Mundial, y se estaba en plena Guerra Fría. Pero la idea no cayó, en principio, en saco roto, ya que el primer ministro francés, René Pleven, propuso un plan que lleva su nombre con el fin de crear una Comunidad Europea de la Defensa (CED) en octubre de 1950. El Plan recibió el apoyo, tanto de Schuman como de Adenauer, que intentaron promoverlo en sus respectivos países.
Para poner en marcha ese ejército era necesario tratar sobre la soberanía nacional de cada país, además, de crear una autoridad o gobierno europeo. El presidente italiano Alcide de Gaspieri trabajó en ese sentido, proponiendo que en el Tratado que pusiera en marcha el CED se incluyera la unión política. No podemos negar que el político italiano se empeñó en esta idea de la unión política, pero esos ímpetus iniciales chocaron de frente muy pronto con la realidad. La Asamblea Nacional de Francia rechazó votar la ratificación del CED porque se interpretó que aten taba a la soberanía nacional. Eso ocurría en el verano de 1954.
La contundencia de la respuesta parlamentaria francesa fue de tal calibre que el reciente entendimiento entre franceses y alemanes se debilitó. Ante el éxito que había supuesto la CECA, conseguido, además, no sin un gran esfuerzo, ahora llegaba un frenazo al proceso de integración. Pero Monnet, siempre con una mezcla de sensibilidad y firmeza, no se rindió. La integración europea no podía quedarse en un mercado común del carbón y del acero, y si no había resultado la unión política para la defensa común, se podía optar por un paso más modesto y también de signo económico con el fin de aunar más por este medio a los Estados. Así pensó en un mercado común de la energía: eléctrica, gas y la energía atómica.
Por otro lado, los pequeños Estados se pusieron en marcha, demostrando que ante la paralización del motor franco−alemán, había otros países que podían demostrar iniciativa. Estamos hablando de los miembros del Benelux.
Así pues, el holandés Johan W. Beyen, un banquero, empresario y político, fue el personaje que puso sobre la mesa la idea de una plena integración económica y social. Beyen era una persona con amplia experiencia en las finanzas y había estado en la creación de las instituciones económicas que se plantearon en Breton Woods en su momento. Ya en 1953 había hablado de la integración económica, pero en ese momento no fue muy escuchado porque se estaba en pleno proceso de unión sobre la seguridad, que parecía un camino más evidente para la unión. Pero el fracaso de este proceso fue el momento para comenzar a tener en cuenta sus ideas.
Los miembros del Benelux acogieron el plan de Beyen, un convencido de que los problemas económicos y del paro ya no podían solucionarse dentro de las fronteras nacionales. La unión económica sería fundamental para el crecimiento, la competitividad y hasta para la creación de empleo. Beyen no se conformaba con una unión aduanera, sino que había que levantar un verdadero mercado común, ampliando el ejemplo y marco del Benelux.
Monnet por su parte, decidió compartir sus propias ideas de un mercado común de la energía con el político belga, y otro de los padres de Europa, Paul−Henri Spaak, desentendiéndose de su propio Gobierno. Monnet buscaba que el belga se convirtiera en el líder del proceso, al menos del mercado común energético. Por su parte, Spaak informó a Monnet de las ideas de Beyen, pero el francés, dado lo que había pasado, optó por la prudencia. Pensaba que las ideas del holandés eran muy ambiciosas y había que seguir por un camino más prudente para evitar otro desengaño.
Pero los Estados del Benelux demostraron ambición, y redactaron un informe basado en las ideas de Beyen sobre la integración económica plena, aunque también incluyeron las ideas de Monnet sobre el mercado energético, que vendría a ser una ampliación de la CECA. Y enviaron el informe al resto de miembros de la misma, es decir, Francia, Alemania e Italia. Pues bien, para discutir el me morando se convocó una Conferencia en Mesina, que se celebraría entre los días 1 y 3 de junio de 1955. En la Conferencia estuvieron presentes el francés Antoine Pinay, Walter Hallstein, por Alemania, Paul−Henri Spaak (Bélgica), Johan Beyen (Holanda) y Joseph Bech (Luxem- burgo), que ejercería como presidente de la reunión, además del ministro italiano, Gaetano Martino.
Si había habido dificultades previas sobre el lugar elegido para la Conferencia, las de la negociación serían de mayor calado porque, en principio, las posturas estaban muy claras y eran distintas. Los representantes del Benelux defendieron el proyecto de integración económica total, como era de esperar, mientras que el francés solamente pensaba en la integración energética. En la discusión, Beyen habló de unidad política, pero si se quería conseguir había que comenzar por la integración económica y social. En aras del consenso se llegó al acuerdo de acoger los dos proyectos, a través de la creación de dos Comunidades.
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