LOS ANTECEDENTES LEJANOS DE LA INTEGRACIÓN EUROPEA

5. La integración de España

5.2. La solicitud de adhesión y las negociaciones

El 26 de julio de 1977 el Gobierno de Adolfo Suárez formuló la solicitud española para adherirse a la CEE. La Comisión tomó la decisión de iniciar las negociaciones para la misma el 29 de noviembre de 1978, que comenzaron en febrero de 1979. Europa estaba apostando por la consolidación democrática en el sur del continente, es decir, en Grecia, Portugal y España, pero no podía ser un proceso fácil porque los tres países tenían una situación económica bastante alejada de la que disfrutaban los Nueve.

España comenzó a realizar sus deberes previos para ser homologada en el plano internacional como un Estado democrático respetuoso con los derechos humanos. Así entre 1977 y 1980 ratificó los Pactos Internacionales de Derechos Civiles y de Derechos Económicos y Culturales de las Naciones Unidas. Además, ingresó en el Consejo de Europa, y en su seno firmó la Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales. También firmaría la Carta Social Europea, y reconoció las competencias de la Comisión Europea de Derechos Humanos para tramitar demandas de particulares.

El clima político en España era propicio para el ingreso en la CEE porque era el único tema de política exterior en el que había casi un consenso absoluto, algo que no ocurría, por ejemplo, con la cuestión de la OTAN.

Como hemos indicado, el 5 de febrero 1979 comenzaron las negociones con la presencia de Leopoldo Calvo−Sotelo, ministro para las Relaciones con las Comunidades Europeas, y Marcelino Oreja, ministro de Asuntos Exteriores, así como con Jean Fraçois−Poncet, el político francés, en ese momento presidente del Consejo. Las negociaciones no fueron fáciles, especialmente, por las cuestiones agrarias porque la producción española de productos como el vino, las frutas y las legumbres aumentarían los excedentes de la Comunidad, y suponían una evidente competencia de los otros dos grandes productores, Francia e Italia.

En septiembre de 1980 fue nombrado un nuevo ministro para las relaciones con la CEE, Eduardo Punset, cuando Calvo−Sotelo accedió a la vicepresidencia económica del Gobierno. En todo caso, en enero de 1981 este departamento desapareció, y sus competencias pasaron a Exteriores, que tuvo que crear una Secretaría de Estado monográfica, ocupada por Raimundo Bassols, responsabilidad que mantuvo hasta 1982. Las negociaciones siguieron, pero también es cierto que condicionadas a la resolución de los problemas internos de la CEE y sus reformas. El golpe de Estado de febrero de 1981 provocaría que el Parlamento Europeo solicitara en el mes de marzo que se aceleraran las negociaciones para apoyar la consolidación democrática española.

Con la llegada de Calvo−Sotelo a la presidencia del Gobierno se optó por dar prioridad al ingreso en la OTAN, generando un intensísimo debate en España con una izquierda contraria a dicho ingreso. La Guerra de las Malvinas no supuso, además, un factor que ayudara a imprimir un mayor ritmo negociador porque los Diez (ya había ingresado Grecia) se pusieron del lado británico frente a la postura española más indefinida. En el verano de 1981 las negociaciones decayeron por la exigencia francesa de que España aceptara claramente el compromiso de que debía introducir en su sistema fiscal el IVA en el mismo momento del ingreso, o hasta antes. En contraposición, el Parlamento Europeo en ese otoño afirmó que la adhesión de Portugal y España debía ser un acto político importante y, en consecuencia, no se podía dilatar mucho más. A lo sumo debían entrar en la CEE el primero de enero de 1984.

Con la llegada de los socialistas al poder las negociaciones fueron impulsadas por Felipe González, siendo los protagonistas de las mismas, el ministro de Exteriores, Fernando Morán y, sobre todo, Manuel Marín, que se encargó directamente de las relaciones con la CEE. La llegada previa al poder de Mitterrand facilitó la sintonía política. El Banco Europeo de Inversiones había comenzado en 1981 a otorgar importantes préstamos a España para facilitar la adaptación de sus estructuras económicas con vis tas a la adhesión. La idea de ingresar en 1984 se fue posponiendo porque, a pesar de la sintonía política con París, los agricultores franceses presionaban para revisar la PAC por la potencia de los productos agrícolas españoles. Por otro lado, en estos años se produjo la intensa y dura reconversión industrial de los sectores siderúrgico, naval y de industrias de bienes de equipo.

En la reunión de Stuttgart de junio de 1983 se planteó el relanzamiento de las reformas internas de la CEE, que se vinculaban al ingreso de Portugal y España. Además, Helmut Kohl consiguió el compromiso de Felipe González en relación con la defensa occidental, iniciándose el cambio de actitud socialista ante la OTAN. Así pues, el ingreso de España en la CEE se vinculaba al mantenimiento de su permanencia en la OTAN.

Las negociaciones terminaron oficialmente el 29 de marzo de 1985 bajo la presidencia italiana, ostentada por Giulio Andreotti, aunque quedarían algunas cuestiones pendientes, los conocidos como “flecos”, y que pudieron cerrarse a primeros de junio de ese año.


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