LIBRO 1:LA IDENTIDAD Y LA UNIDAD EUROPEA A LO LARGO DE LA HISTORIA
3. Capítulo II. Construcción de la identidad y de la idea de unidad europeas durante la Edad Media
3.3. El papel de las escuelas monásticas, las escuelas episcopales y las universidades medievales en la construcción de la idea de unidad europea
Mientras en las altas esferas políticas, el Papa y los reyes y emperadores colaboran en su propio beneficio y pugnan por establecer una jerarquía siempre en disputa, la idea de república o comunidad cristiana se extiende por el territorio europeo gracias a las predicaciones de los religiosos y a la expansión de las órdenes monásticas.
En un espacio político y territorial fragmentado, una nueva estructura social y religiosa mantiene la identidad de la comunidad cristiana. Se trata de los monasterios. Las reglas monásticas y sus monjes van a desempeñar un papel fundamental en la evangelización de las poblaciones europeas y, con ella, en la expansión de una doctrina y unos valores asociados a la ética cristiana que cohesionaban y daban unidad a los europeos.
San Benito de Nursia (480-547 d.C.) establece la regla benedictina, convirtiéndose en patriarca de los monjes de Occidente. En su Regula Benedicti (Regla de San Benito), impone los principios de obediencia, pobreza, trabajo y oración como elementos esenciales de la vida monástica. Esta regla es la estructura básica que guía la creación de numerosos monasterios en Europa. Los monasterios se multiplicaron convirtiéndose en lugares de oración y recogimiento, pero también en centros de cultura y pensamiento que ejercían un papel fundamental en la consolidación y expansión de las ideas.
“La regla benedictina fue el primer código de comportamiento monástico que tuvo un alcance continental” (Jacques Le Goff, La civilización del Occidente Medival, 1984)
Siguiendo la estela de la regla benedictina, surgen también los monasterios cistercienses y cluniacenses. Sus monjes no sólo eran devotos y evangelizadores, sino también educadores, misioneros, sanadores y constructores de comunidad. La identidad cristiana compartida, transmitida a través de los monjes, unió a los pueblos europeos divididos tras la caída del Imperio Romano.
Ilustración 12. Letra capital que representa a un monje en el scriptorium.
Imagen modificada con IA. María Jesús Campos y Marina Iborra
En el siglo X, la fundación de la abadía de Cluny en Francia inicia una reforma monástica para revitalizar el monacato bajo principios de mayor austeridad y centralización. Cluny estableció una red de monasterios distribuidos por Europa, pero vinculados directamente a la abadía madre, lo que generó una estructura organizativa que trascendía las divisiones locales y fomentaba la idea de una Europa Cristiana unidad bajo una misma espiritualidad y dirección. Cluny, apoyada por varios papas y por la nobleza, se convirtió en un referente moral y espiritual de la Europa medieval. Gracias a esto adoptó un papel de mediación en los conflictos entre los señores feudales.
El abad Odón de Cluny (878-942) sostenía que los monasterios debían ser “faros de luz” en un continente asolado por la guerra y el desorden. Así, Cluny establecía Europa sobre una fe y unos principios éticos compartidos y muy centralizados en la abadía madre.
“Cluny impuso una nueva sensibilidad en Europa, una espiritualidad transfronteriza que preparó el camino para una Europa con una ética compartida” (Georges Duby, El año mil, 1973)
El siglo XII vería desarrollarse una nueva reforma monástica, la reforma cisterciense. Esta nueva regla, más austera y autónoma, llevó el monacato a las zonas más rurales y remotas de Europa. Los monasterios cistercienses, además de centros de espiritualidad, estudio y cultura, se convirtieron en centros de desarrollo económico al trasladar técnicas agrícolas hasta entonces desconocidas en esos entornos y fomentar la construcción de infraestructuras.
San Bernardo de Claraval afirmaba que la misión de los cistercienses era “cultivar el desierto” haciendo referencia a la importancia de llevar la civilización y la fe cristiana hasta lugares remotos de Europa que habían escapado del control de los poderes políticos centrales. Los cistercienses contribuyeron, de este modo, a educar y a integrar a comunidades rurales que, hasta entonces, habían permanecido casi aisladas y al margen de la integración social.
El papel de los monasterios en la Edad Media fue fundamental especialmente ante la llegada de las invasiones normandas, eslavas y musulmanas, al promover la resiliencia y la solidaridad entre los pueblos cristianos vinculándola a un ideal superior.
Los monasterios actuaron, además, como centros de aprendizaje donde se copiaban manuscritos antiguos, lo que permitió conocer y preservar el conocimiento clásico durante los siglos de inestabilidad política y fragmentación territorial acaecidos tras la caída del Imperio Romano de Occidente.
Estas escuelas monásticas se vieron acompañadas de las escuelas episcopales, que surgieron alrededor de las catedrales, cuando las ciudades empezaron a resurgir. Aunque, al principio, estos estudios estaban destinados a la formación del clero, con el tiempo empezaron a admitir a laicos. Así, las escuelas de Paris, Reims o Chartres se convirtieron en centros de excelencia que atraían a estudiantes de toda Europa.
“Las escuelas monásticas y episcopales fueron las primeras instituciones que fomentaron una idea de comunidad europea basada en la transmisión del saber cristiano y clásico” (Henri-Irénée Marrou, Historia de la educación en la Antigüedad, 1948)
El desarrollo de las escuelas monásticas y episcopales propició el surgimiento de la escolástica, un método de enseñanza que aspiraba a reconciliar la fe cristiana con la razón. Este método representó un esfuerzo por crear un pensamiento coherente que pudiera ser compartido por toda la Europa cristiana, estableciendo así un marco común para la enseñanza y el debate intelectual. La escolástica se benefició de las ideas aristotélicas que habían sido reintroducidas en Europa gracias a la llegada de las traducciones de los textos árabes realizados por eruditos como Averroes, y es, por tanto, resultado del contacto del mundo Europeo cristiano y el mundo islámico que devuelve a Europa parte de sus raíces clásicas.
“La obra de Tomás de Aquino (uno de los mayores representantes de la escolástica) representa la unificación del pensamiento cristiano en una Europa dividida políticamente” (Étienne Gilson, La filosofía en la Edad Media, 1922)
El mundo intelectual de la Europa cristiana se enriqueció en el siglo XII con la aparición de las universidades. A diferencia de las escuelas monásticas y episcopales, las universidades eran instituciones autónomas, con una estructura organizativa propia, auspiciadas por el papado y los monarcas, que les otorgaban sus privilegios, y que acogían a estudiantes laicos. La Universidad de Bolonia, fundada en 1088, es considerada la primera universidad de Europa. Se especializó en el estudio del derecho romano y canónico.
Las universidades se convirtieron en centros de intercambio intelectual que trascendían la división territorial y las fronteras políticas al atraer a profesores y estudiantes de diferentes partes de Europa. El sistema educativo utilizado, basado en el trívium (gramática, retórica y lógica) y en el quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía), proporcionó una base común de conocimiento que ayudó a dar homogeneidad a la educación europea. Las universidades contribuyeron a la creación de un corpus de saber compartido en Europa.
Ilustración 13. Miniatura italiana de una lección universitaria en el Medievo.
Biblioteca Municipal de Cambrai
El hecho de fomentar y encarnar una cultura académica compartida y el servir de lugares de encuentro para estudiantes e intelectuales de toda Europa fomento la consolidación de la identidad europea. Los debates académicos y los intercambios de ideas y obras ayudaron a consolidar una visión del mundo unificada basada en la fe cristiana y el pensamiento racional.
Las universidades fomentaron el uso del latín como lengua académica común. El latín facilitó esa comunicación intelectual y la creación de una cultura transnacional europea.
“La universidad medieval fue una institución clave en la construcción de Europa, no sólo como un espacio político, sino también como un espacio cultural y espiritual” (Jacques Le Goff, La civilización del Occidente medieval, 1964)
El legado de estas instituciones medievales al crear un sistema educativo europeo que valoraba la razón, la fe y el diálogo intelectual contribuyó a la idea de una Europa culturalmente unida, basada en una tradición común compartida, capaz de cooperar superando las barreras territoriales y de trabajar en instituciones que aglutinaban intelectuales de diferentes partes de Europa.
Las escuelas monásticas propiciaron la unidad cultural y espiritual de Europa al actual como guardianes de la fe cristiana y la moral común. El ideal de una Europa unida que guiaba el proceso de integración europeo del siglo XX bebía de esta herencia espiritual y cultural preservada por los monasterios.
Las escuelas episcopales ampliaron estas ideas al admitir a laicos en sus estudios. Esto, junto con el uso del latín como lengua común, facilitó la comunicación e intercambio de ideas que se apoyaban en un curriculum que sentó las bases del pensamiento lógico europeo que unía, a través de la escolástica, la filosofía clásica con el pensamiento cristiano. Para la escolástica la filosofía clásica era una herramienta para comprender la fe. Al mismo tiempo, introdujo métodos de debate y argumentación sistemática que favorecieron el intercambio de ideas. Esta recuperación de la tradición grecolatina junto con los métodos de debate y negociación como herramientas de desarrollo intelectual pero también de solución de conflictos, fue heredada por el proceso de integración europeo del siglo XX.
Las universidades medievales ampliaron el trabajo iniciado por las escuelas monásticas y episcopales. Al facilitar el encuentro entre estudiantes y profesores de toda Europa favorecieron la consolidación de una comunidad intelectual transnacional. Esta idea de la educación como herramienta de cohesión e identidad europeas fue heredada por la Unión Europea que ha promovido programas de movilidad y cooperación educativas con mecanismos como el Programa Erasmus. Además, los principios educativos de las universidades medievales (universalidad del conocimiento, libertad, dignidad y respeto a los derechos humanos) fueron principios que iluminaron la construcción de la Unión Europea.
Las escuelas monásticas, las escuelas episcopales y las universidades medievales desarrollan principios fundamentales como la solidaridad, el diálogo, la educación como elemento cohesionador y la movilidad intelectual basada en la universalidad del conocimiento que fueron fundamentales para la construcción de la Unión Europea. Estos ideales que se sobreponían a las divisiones territoriales y políticas mostraban a los europeos que, a través de la educación y las ideas compartidas se podía construir una Europa basada en la cooperación, el diálogo y el entendimiento mutuo.