LIBRO 1:LA IDENTIDAD Y LA UNIDAD EUROPEA A LO LARGO DE LA HISTORIA
8. Capítulo X. Los inicios del siglo XX: Proyectos políticos y económicos para la creación de una unidad europea
Introducción
El primer tercio del siglo XX va a ser un periodo convulso marcado por el estallido de un conflicto mundial que devastó el continente europeo y cuyo tratado de paz, el Tratado de Versalles, no logró poner fin a las rivalidades y los deseos de venganza de los Estados Europeos.
Este conflicto puso de manifiesto, para algunos pensadores, la debilidad y declive de la civilización europea. Otros, decidieron crear proyectos y buscar soluciones que permitiesen una regeneración de Europa y que facilitasen mecanismos de cooperación que permitiesen superar las rivalidades y preservar la paz.
Principales acontecimientos históricos de inicios del siglo XX hasta el final del periodo de Entreguerras
La primera década del siglo XX es un periodo de tensiones que desembocaron en uno de los mayores conflictos bélicos de la historia de la humanidad.
La aceleración del proceso tecnológico de la Segunda Guerra Mundial y la consolidación de las economías industriales profundizaron las desigualdades sociales y provocaron la aparición de los movimientos obreros, que tuvieron su cara más visible en las Internacionales Obreras.
La carrera imperialista y las rivalidades coloniales, aunque no eran nueva, agravaron las tensiones entre los Estados europeos. Las disputas entre los estados europeos y la lucha por la hegemonía se trasladaban, ahora, al espacio territorial de otros continentes, Asia y África.
Después de la caída de Bismarck, en 1890, Alemania se había convertido en el centro en torno al cual giraba la política europea. La alianza franco-rusa suponía un peligro sobre las fronteras germanas lo que aumentaba la tensión entre estas naciones, aunque los grandes enfrentamientos entre estos estados surgirían con motivo del reparto del mundo colonial.
Europa se articulaba en dos bloques. Por un lado, la Triple Entente formada por Francia, Rusia y Gran Bretaña y por otro, la Triple Alianza, formada por Alemania, Austria-Hungría e Italia.
Ilustración 35. Mapa de las alianzas militares de Eruopa en 1914. Adriendelucca. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Map_Europe_alliances_1914-fr.svg
Además, el este de Europa contaba, a raíz de la expansión de los nacionalismos con múltiples Estados-nación y, en el Congreso de Berlín de 1878 se había acordado la independencia de Bulgaria, Rumanía, Serbia y Montenegro, y los territorios de Bosnia y Herzegovina pasaban a anexionarse a Austria. Estas decisiones desembocarían en la I Guerra Balcánica y en la II Guerra Balcánica que, pese al Tratado de Londres, que ponía fin a la primera, y el Tratado de Bucarest, que ponía fin a la segunda, dejaba cuestiones no resueltas que se tradujeron en el asesinato del archiduque heredero Francisco Fernando, en Bosnia, lo que provocó una sucesión de declaraciones de guerra que desencadenaron primero una guerra europea para transformarse después en un conflicto internacional, la I Guerra Mundial.
La I Guerra Mundial (1914-1918) supuso un conflicto de consecuencias sin precedentes. Entre sus causas se encontraba la polarización provocada por la articulación de alianzas en la Triple Entente y la Triple Alianza, el militarismo y el nacionalismo crecientes y los conflictos coloniales.
La guerra dejó alrededor de 16 millones de muertos y una situación de devastación económica en Europa. Los imperios alemán, otomano, austrohúgaro y ruso colapsaron.
Ilustración 36. Trinchera francesa en la Primera Guerra Mundial. 1917.
London Illustrated London News and Sketch. https://archive.org/details/nsillustratedwar03londuoft
El Tratado de Versalles que le puso fin en 1919 establecía que Alemania y sus Aliados habían sido los culpables del conflicto y, por ello, debían responder de las pérdidas y daños ocasionados en la guerra. Acordaba, además, la cesión de Alsacia-Lorena a Francia, la ocupación del Sarre y el Rhin, cesiones territoriales a Bélgica, a Dinamarca y a Polonia, la creación de un territorio libre en Memel, la creación del Estado de Danzig, y la cesión de las colonias de las potencias derrotadas. El Tratado de Saint-Germaine, firmado pocos meses después, supuso la desmembración de Austria-Hungría. El fin de la I Guerra Mundial marcaba, no sólo una reestructuración del equilibrio de poder en Europa, pero también transformaba profundamente la configuración territorial y política de Europa Central y Oriental.
Bohemia, Moravia y Eslovaquia se unieron para constituir Checoslovaquia; Serbia, Montenegro, Croacia, Bosnia y Eslovenia se unieron para formar Yugoslavia; Polonia incorporó Galitzia y Posnaia; Italia se anexionó el Tirol austriaco; Rumanía hizo lo mismo con la antigua Transilvania húngara y Bulgaria cedió territorios a Yugoslavia, a Grecia y a Rumanía.
Esta transformación del mapa político de Europa, negociada en los despachos, no fue aceptada de buena gana por las minorías nacionales que se resistían a su integración en Estados ajenos y, los habitantes de las naciones perdedoras, tampoco aceptaron las responsabilidades y cargas económicas impuestas en los tratados. De este modo la estabilidad no trajo una paz duradera, quedando latente un sentimiento revisionista que estallaría en la II Guerra Mundial.
El periodo de entreguerras (1919-1939) marcó una etapa de profunda reflexión y debate en torno a la identidad y la unidad de Europa. Tras la devastación de la I Guerra Mundial, el continente se enfrentó a una crisis sin precedentes que cuestionaba sus valores políticos, sociales y culturales y que veía fortalecerse ideologías totalitarias, como el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania. La creciente polarización política y el debilitamiento de las democracias parlamentarias provocaron en el terreno intelectual el cuestionamiento de los valores europeos tradicionales.
La creación en Ginebra en 1920 de la Sociedad de Naciones, enraizada en muchas de las ideas que ya hemos ido desgranando en capítulos anteriores, tenía como objetivo de “procurar a todos los Estados, grandes y pequeños, garantías mutuas de independencia política y de integridad territorial”. Esta Sociedad nació herida tras negarse Estados Unidos a suscribir el tratado fundamental y debido a la falta de elementos coercitivos.
Ilustración 37. The Gap in the brigde. Caricatura sobre la ausencia de EEUU en la Liga de Naciones.
Leonard Raven-Hill. Punch Magazine 1919.
La recuperación posbélica fue muy dura y la Gran Depresión de 1929 con la caída de la Bolsa de Nueva York marcó el inicio de una crisis económica global que facilitó el estallido de crisis políticas. De este modo se produjo el ascenso de los regímenes totalitarios, el fascismo en Italia con Mussolini, el nazismo en Alemania con Hitler y el estalinismo en la Unión Soviética con Stalin. La polarización ideológica, las luchas entre las democracias liberales, los movimientos comunistas y los regímenes autoritarios marcarían este periodo.
Finalmente, Alemania, liderada por Hitler, desafió las restricciones del Tratado de Versalles e inició la remilitarización y la ocupación de territorios europeos. Nuevamente el continente se polarizó con Estados aliados en el Eje (Alemania, Italia y Japón) y en los Aliados (Estados Unidos, la Unión Soviética, Francia y Gran Bretaña).
Finalmente, la invasión alemana de Polonia en 1939 marco el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto más devastador de la historia de la humanidad hasta el momento.
Una visión pesimista del futuro de Europa: Oswald Spengler
En este contexto de tensión y enfrentamiento trascurrido en el primer tercio del siglo XX, Oswald Spengler, (1880-1936), filósofo alemán planteó en La Decadencia de Occidente (1918-1922), una visión muy pesimista del futuro de la civilización europea. Para Spengler, ésta había agotado su ciclo vital, y al ascenso y apogeo pasados se situaban ahora en una etapa de decadencia irreversible.
Ilustración 38. Retrato de Owald Spengler. Anónimo. Archivos Federales Alemanes
Para Spengler, la I Guerra Mundial ponía de manifiesto la crisis espiritual de Europa, que había perdido sus valores fundamentales en favor del materialismo y del tecnicismo.
La unificación de Europa carecía para él de viabilidad ya que esta civilización estaba destinada a desaparecer.
Su visión pesimista sobre la posibilidad de una regeneración europea, contribuyó, no obstante, a que otros intelectuales buscaran respuestas a esta situación.
Paul Valéry (1871-1945), expresó su preocupación por la fragilidad de la civilización europea en ensayos como La crisis del espíritu (1919).
“Nosotros, civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales”. (Valéry, La crisis del espíritu. 1919)
Para él la I Guerra Mundial había puesto de manifiesto el declive de la civilización europea, pero, a diferencia de Spengler, consideraba que la crisis podría superarse con un renacimiento cultural basado en los valores humanistas.
André Malraux (1901-1976), exploró la dignidad humana en un mundo herido por la guerra y la ideología. Al igual que para Paul Valéry, Malraux consideraba que el arte y la cultura eran las herramientas que permitían al ser humano trascender esas divisiones y facilitarían la regeneración de Europa.
Francois Mauriac (1885-1970), escritor y Premio Nobel de Literatura, abogó también por una regeneración espiritual de Europa basada en valores cristianos. Advirtió contra los peligros del totalitarismo y subrayó la importancia de la compasión y la solidaridad como fundamentos para la reconstrucción europea.
Una visión optimista del futuro de Europa: Gaston Riou
Gaston Riou, periodista y escritor francés, (1883-1958), ofreció una perspectiva más optimista de la unidad de Europa. En Europa: la última oportunidad (1930) argumenta la necesidad de superar los nacionalismos mediante un proyecto común de cooperación cultural y política. Europa debía reconocerse a sí misma como una comunidad basada en una herencia cultural compartida y en su papel histórico como cuna de la civilización moderna.
“Europa es más que un conjunto de naciones; es una idea, un espíritu, una misión”. (Riou, Europa: la última oportunidad. 1939)
Para Riou, la unidad europea no era solo una cuestión política sino una necesidad moral.
Ilustración 39. Retrato de Gaston Riou c.1921. Anónimo. La France. https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=mdp.39015023192761;view=1up;seq=88
Riou desarrolló una visión idealista pero pragmática, basada en la paz, la solidaridad y la superación de las divisiones entre los países europeos, con especial énfasis en la reconciliación francoalemana. Entendía Europa como una comunidad cultural fruto de una herencia basada en el humanismo, el cristianismo y los valores de la Ilustración.
Defendía la idea de una Europa federal en la que los Estados mantuvieran su autonomía, pero delegaran competencias clave en instituciones supranacionales de carácter común, como un Parlamento Europeo y un sistema judicial supranacional.
Su propuesta, si bien no tuvo un impacto inmediato, sembró las visiones federalistas que se retomarían en los primeros pasos hacia la integración europea tras la II Guerra Mundial.
Proyectos políticos y económicos de unidad europea en el Periodo de Entreguerras.
El periodo de entreguerras (1919-1939) estuvo marcado por un contexto internacional que simultaneó visiones pesimistas sobre el futuro de Europa con intentos de conceptualizar y promover la unidad europea.
Estos intentos tenían en su campo de visión el proceso histórico americano en el que, las naciones de ese continente estaban impulsando sus propias organizaciones supranacionales. Así, en 1889, Estados Unidos había reunido en Washington la Primera Conferencia Interamericana, con la participación de 18 estados que crearon la Unión Internacional de Repúblicas Americanas, para favorecer las relaciones amistosas y comerciales de los estados miembros. Esta Unión también condenó el principio de conquista y declaró nula cualquier anexión territorial que pudiera producirse por la fuerza al tiempo que establecía un procedimiento de arbitraje para regular las disputas entre los estados miembros.
En 1901 se reunía la Segunda Conferencia Interamericana y se creaba el Secretariado, un órgano permanente compuestos por diplomáticos acreditados en Washington, y un Bureau comercial para estimular las relaciones comerciales.
Estas conferencias demostraban a los pensadores europeos que era posible conciliar la independencia nacional con la cooperación regional internacional, y, por ello, algunos intelectuales abordaron la tarea de trabajar en la unidad de Europa desde proyectos realistas.
El proyecto Paneuropa de Richard Coudenhove-Kalergi
Richard Coudenhove-Kalergi (1894-1972), fue un diplomático e intelectual austriaco-japonés naturalizado francés que, en 1923, publicaba la obra Paneuropa en la que proponía el proyecto de creación de la Unión Paneuropea, que se hizo realidad en 1926.
Esta unión pretendía reunir a todas las naciones europeas en una Federación basada en valores culturales compartidos y en la necesidad de enfrentar retos externos, como el auge de Estados Unidos y la Unión Soviética.
Ilustración 40. Bandera de la Unión Paneuropea
Koudenhove-Kalergi consideraba que una unión política y económica eran esenciales para preservar la paz y evitar repetir conflictos como el de la I Guerra Mundial. Defendía que Europa no podía permitirse seguir fragmentada mientras se consolidaban otras grandes potencias.
“Europa es demasiado pequeña para estar dividida y demasiado grande para no unirse”. (Koudenhove-Kalergi, Paneuropa. 1923)
Para él, la unión se fundaba en el legado grecolatino, cristiano y humanista que conformaba el sustrato de la identidad europea.
Su proyecto político aspiraba a construir los Estados Unidos de Europa, entre los que no incluía a Rusia, a la que consideraba un país euroasiático, ni a Gran Bretaña, a la que calificaba de imperio intercontinental.
En 1926 se creaba la Unión Paneuropea con sede en Viena y Secciones nacionales en todos los países. Esta unión defendía la necesidad de una constitución europea, un parlamento europeo y el acuerdo de una política exterior común.
Sus postulados tuvieron un impacto positivo en varias figuras políticas de la época como el presidente checo Masaryk, el canciller Seipel del gobierno austriaco, y parlamentarios franceses como Aristide Briand, Jouvenel…
Así, Edouard Herriot, presidente del Consejo Francés, declaró en un discurso ante el Senado en 1925: “mi más grande deseo es contemplar algún día la creación de los Estados Unidos de Europa”. Y, pocos años después, en 1930, publicaría Europa¸ un libro en el que propone una Entente europea con un brazo económico definido por la supresión de barreras aduaneras y un brazo político, la Unión de Estados Soberanos.
En 1926 se reúne, en Viena, el Primer Congreso Paneuropeo, con varios presidentes de honor: Edouard Bénes, checoslovaco; Joseph Caillaux, francés; Paul Loebe, alemán; Francesco Nitti, italiano, Nicolás Politis, griego e Ignaz Seiple, austriaco, eligiéndose en 1927 un solo presidente de honor, Aristide Briand.
El proyecto paneuropeo reúne a múltiples personalidades desde políticos como Adenauer en Alemania hasta intelectuales y escritores como Albert Einstein, Thomas Mann, Sigmund Freud, Rainer María Rilke, Paul Valery, Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Salvador de Madariaga…
Pese a este éxito, el resurgimiento del militarismo en la década de 1930 frenaría el avance de movimiento paneuropeo, aunque sus ideas sentarían las bases intelectuales de la integración europea tras la II Guerra Mundial.
El proyecto escandinavo de los Estados Unidos de las Naciones Europeas
Johannes Heerfordt, médico y activista político danés, propuso en los años 1920 la creación de los “Estados Unidos de las Naciones Europeas”, una federación paneuropea que buscaba superar las divisiones nacionales mediante la cooperación política y económica. En su obra Una Europa nueva, primer ensayo basa su propuesta en principios democráticos y humanistas que reflejaban las tradiciones políticas de los países escandinavos. Su proyecto de modelo confederal enfatizaba la importancia de la igualdad, la justicia social y la resolución pacífica de conflictos. Para Heerfordt era fundamental priorizar la cooperación cultural y respetar las identidades dentro de un marco supranacional.
Aunque su proyecto no tuvo un impacto político significativo, refleja como en distintos escenarios europeos existía una creciente conciencia de la interdependencia europea y de la necesidad de fundar instituciones que velaran por la cooperación y la unidad.
Los Comités para la Cooperación Europea
En 1927 Emile Borel (1871-1956) crea el Comité Frances para la Cooperación Europea con el objetivo de convencer a los parlamentarios franceses de la necesidad de fomenta la unidad europea. Respondía a la necesidad de buscar soluciones a las crecientes tensiones derivadas del Tratado de Versalles, la crisis económica global y la debilidad de la Sociedad de Naciones. Pretendía construir un marco de cooperación para evitar futuros conflictos armados en Europa.
Siguiendo su ejemplo se crearon otros comités con objetivos específicos como el Comité franco-alemán, centrado en la internacionalización del mercado del acero.
Aunque la creciente tensión y el estallido de la II Guerra Mundial acabó con estos comités, su trabajo sirvió de inspiración y ejemplo para los padres fundadores de la Unión Europea y para la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.
La iniciativa de Unión Aduanera de 1925
Dentro de estos movimientos de cooperación se establece en 1925 la Unión Aduanera Europea (UDE) con el objetivo de crear un mercado libre, abierto a la circulación de mercancías, capitales y trabajadores entre Francia y Alemania. Este proyecto, dirigido por Abraham Le Trocquer, presidente del Comité Francés, y compuesto por personalidades como Aristide Briand o Edouard Herriot, pretendía acelerar la reconstrucción de las economías europeas tras la I Guerra Mundial y estabilizar las relaciones entre ambos países.
Para sus integrantes, la cooperación económica era un instrumento clave de reconciliación y paz en Europa.
La oposición de los sectores nacionalistas de Francia y de Alemania que temían la pérdida de soberanía económica y la crisis económica de finales de la década de 1920, incluyendo la hiperinflación de Alemania y las tensiones derivadas de las reparaciones de guerra, dificultaron el éxito del proyecto. No obstante, sería un precedente importante para la posterior creación de la Comunidad Económica Europea del Carbón y del Acero y, posteriormente, de la Comunidad Económica Europea.
Ilustración 41. Retrato de Aristide Briand c. 1905. Anónimo
El discurso de Aristide Briand ante la Sociedad de Naciones
Aristide Briand (1862-1932), ministro de Asuntos Exteriores francés, había aceptado en 1927 la presidencia de honor del movimiento Paneuropeo y había sido elegido presidente del Consejo en 1929 lo que le llevó a pronuncia un discurso en la Asamblea de la Sociedad de Naciones Unidas que resonaría en el posterior proceso de integración europea:
“Pienso que entre los pueblos que están geográficamente agrupados, como los de Europa, debe existir una suerte de lazo federal. Estos pueblos deben tener la posibilidad en todo momento de entrar en contacto, de discutir sus intereses, de tomar resoluciones comunes, de establecer entre ellos un lazo de solidaridad que les permita hacer frente en cada momento a las circunstancias graves que pudieran sobrevenir. Este es el lazo que yo querría esforzarme en establecer. Evidentemente, la asociación actuará sobre todo en el dominio económico, que es la cuestión más apremiante, pero estoy seguro que también sobre el punto de vista político o el punto de vista social, el lazo federal, sin tocar la soberanía común de las naciones, podría configurar aquella asociación que estaría bien hecha”
Este discurso fue favorablemente recibido por el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Gustav Stresemann, aunque con posturas enfrentadas entre la perspectiva federalista y la idea de mantener intacta la soberanía nacional. El economista John Mainard Keynes también acogió positivamente le discurso al considerar que sin la eliminación de barreras aduaneras en Europa no era posible un renacimiento económico.
Ilustración 42. Discurso de Aristide Briand en la Sociedad de Naciones. 1926.
https://s10.postimg.cc/lt6dez27d/briandsdn1926.jpg
El discurso logró que 26 Estados Europeos miembros de la Sociedad de Naciones encargaran a Briand la elaboración de un Memorándum que se publicó y se presentó ante la Asamblea de la Sociedad de Naciones en 1930.
En esta ocasión, el acento se ponía más sobre la política que sobre la economía:
“Toda posibilidad de progreso en el camino de la unión económica está rigurosamente determinado por la cuestión de la seguridad, y ésta cuestión está íntimamente ligada a la de realizar un progreso en el camino de la unión política. Es sobre el Plan Político que debe ser realizado el esfuerzo constructor, tendente a dar a Europa su estructura orgánica”.
El proyecto presentado incluía la creación de tres órganos: la Conferencia Europea, integrada por representantes de los gobiernos europeos miembros de la Sociedad de Naciones, que sería el órgano deliberativo; un Comité Político, que tendría funciones ejecutivas; y un Secretariado.
En el terreno económico plantea un acercamiento de las naciones europeas para establecer “un Mercado Común para elevar al máximo el nivel de bienestar humano sobre el conjunto de los territorios de la Comunidad Europea”.
Esta idea se recogería íntegra en el Tratado de Roma que constituye la Comunidad Económica Europea en 1957.
Sin embargo, mientras se redactaba el Memorandum, el mundo vivía tiempos convulsos. Se había producido la crisis económica de 1929 que ahondaba las heridas de la I Guerra Mundial y la muerte de Gustav Stresseman dejó sin interlocutor al proyecto en Alemania.
Así, el proyecto de Unión Europea presentado en el Memorandum de 1930 fracasó por la oposición de una Sociedad de Naciones cuyos estados miembros temían perder su control sobre el desarrollo de las relaciones internacionales.
Un año después de la muerte de Stresemann, Hitler triunfaría en las elecciones alemanas de 1930 con 6,5 millones de votos que se convertirían en 13,5 millones de votos en las elecciones de 1932. Briand no pudo avanzar en el camino de la reconciliación y la construcción europea al morir en 1932. A su muerte Europa se había fragmentado en dos bandos compuestos por un lado por los regímenes totalitarios y por otro por los regímenes democráticos, en un frágil equilibrio internacional que desembocó en la II Guerra Mundial.
Conclusión
La situación convulsa de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la creciente tensión política, social y económica, la pugna por la hegemonía del mundo colonial habían generado entre algunos europeos un sentimiento negativo hacia la supervivencia de esta civilización. Así Oswald Spengler el ciclo vital de Europa se había completado y la civilización europea estaba en decadencia. Aunque compartían la idea del declive de Europa, especialmente evidente tras la I Guerra Mundial, algunos intelectuales como Paul Valéry, Malraux o Maouriac consideraban que la regeneración de Europa era posible a través de una revitalización de la cultura y la identidad compartidas.
Frente a esta visión negativa, otros pensadores como Gaston Riou argumentaban la necesidad de superar los nacionalismos mediante un proyecto común de cooperación cultural y política. Europa debía reconocerse a sí misma como una comunidad basada en una herencia cultural compartida y en su papel histórico como cuna de la civilización moderna.
El primer tercio del siglo XX fue especialmente fructífero en lo que a proyectos de unidad europea se refieren. Herederos de las corrientes proeuropeistas anteriores, los intelectuales europeos diseñaron proyectos específicos y realistas de unidad europea.
Destaca el proyecto de Unión Paneuropea de Richard Coudenhove-Kalergi porque logró aglutinar a muchas figuras relevantes de la época. Este proyecto que tenía en la identidad cultural y la herencia cristiana, humanista y grecolatina su elemento aglutinador abogaba por una unión política y económica basada en la colaboración entre los Estados europeos. El objetivo era fortalecer Europa, lograr la paz y la estabilidad y poder enfrentar la presión de las potencias exteriores que se estaban consolidando, los Estados Unidos y la Unión Soviética.
La pulsión por lograr la unidad europea se sentía en distintos territorios europeos. Así, el danés Johannes Heerford, propuso la creación de los Estados Unidos de las Naciones Europeas. Su proyecto de modelo confederal enfatizaba la importancia de la igualdad, la justicia social y la resolución pacífica de conflictos.
De manera simultánea surgían proyectos más pequeños y específicos con objetivos más concretos como los comités europeos que perseguían convencer a los parlamentarios europeos de la necesidad de colaboración y de lo indispensable de superar la rivalidad franco-alemana; o la Unión Aduanera de 1925 que, presidida por Le Trocquer, perseguía estabilizar las relaciones franco-alemanas en el marco de la colaboración económica.
La convicción entre muchos políticos europeos de la necesidad de una cooperación y colaboración entre los Estados europeos para preservar la paz y la prosperidad, quedó reflejada en la figura de Aristide Briand, que como presidente de honor del movimiento paneuropeo pronunció un discurso ante la Sociedad de Naciones defendiendo la creación de una Europa Federal. La Sociedad de Naciones le encargó la redacción de un Memorandum que recogiese su propuesta de manera sistemática. En él, Briand, argumentaba que la unión económica solo era posible a través de la unión política y establecía órganos supranacionales de control, gobierno y justicia. La muerte del canciller Stresseman, interlocutor de Briand, la cerrazón de mentes de los miembros de la Sociedad de Naciones que temían perder el control de las relaciones internacionales, y las crecientes tensiones políticas harían fracasar la propuesta de Briand, que quedaría definitivamente interrumpida con la invasión de Polonia por parte de Hitler y el estallido de la II Guerra Mundial.
No obstante, los proyectos de unidad política del periodo de Entreguerras supusieron intentos pioneros de solucionar las divisiones europeas y establecer formas de cooperación supranacional. Aunque las tensiones y las rivalidades entre naciones no permitieron su consolidación, estas iniciativas ya puestas en marcha, supusieron el embrión de las siguientes propuestas que se consolidaron en Europa tras la II Guerra Mundial. El espíritu paneuropeo inspiró a líderes como Robert Schuman y Jean Monnet y las ideas de cooperación económica se materializaron en la creación de la Comunidad Económica Europea del Carbón y del Acero. Las visiones de estos pioneros facilitaron comprender que era posible respetar la diversidad cultural y las identidades nacionales dentro de un marco común supranacional que persiguiese el bienestar común.