LIBRO 1:LA IDENTIDAD Y LA UNIDAD EUROPEA A LO LARGO DE LA HISTORIA
9. Capítulo XI. Conclusiones finales sobre el proceso de construcción de la identidad europea y la unidad de Europa desde la Antigüedad hasta el estallido de la II Guerra Mundial.
La integración europea que se inició tras la II Guerra Mundial con la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y se consolidó con la creación de la Unión Europea, no fue un proceso improvisado ni surgió de repente de unas mentes brillantes que tuvieron nuevas ideas. En realidad, se nutrió de una rica tradición de pensamiento político, filosófico y social que buscaba la paz y la unidad de los pueblos europeos sobre la base de la colaboración y la mutua alianza.
La II Guerra mundial y su devastación, confirmó a los intelectuales y políticos del contiente la necesidad de avanzar hacia la integración y la unidad de Europa para lograr la estabilidad, la paz y el bienestar común. Este avance no surgiría del genio de unos cuantos políticos, sino que hundía sus raíces en una tradición de pensadores, políticos e intelectuales europeos que habían ido avanzando en el reconocimiento de una identidad europea basada en valores, tradiciones y una historia compartida y en la reflexión sobre los proyectos políticos que mejor podían dar respuesta a las necesidades de los estados europeos en su defensa de la diversidad dentro de un marco supranacional que asegurase la paz, la prosperidad y la democracia.
Numerosos intelectuales de distintas épocas históricas habían coincidido en reconocer la existencia de una identidad europea propia, distinta de las civilizaciones externas al continente y en ocasiones surgida por oposición a ellas, que hundía sus raíces en el mundo grecolatino, en los valores de la doctrina cristiana y en el humanismo renacentista.
La uniformidad en la administración, la lengua, el sistema jurídico y político, entre otros, impuesta por el Imperio Romano de Occidente habían dejado un sustrato cultural común y habían demostrado que la colaboración hacía a los habitantes de Europa más fuertes frente al enemigo exterior. La conversión de los emperadores romanos al Cristianismo, en un intento de utilizar esta doctrina como un elemento cohesionador y aglutinador de los habitantes del imperio, otorgó a la fe cristiana y a sus valores un papel central en la configuración de la identidad europea. Durante la Edad Media, las escuelas monacales y episcopales, las Cruzadas y las peregrinaciones y, más adelante, el desarrollo de las universidades facilitó la creación de una República de las Letras que aunaba a intelectuales de distintos territorios europeos que superaban las fronteras territoriales y derribaban las barreras políticas y lingüísticas mediante el debate y el intercambio de ideas.
Este sustrato grecolatino y cristiano se enriqueció con las aportaciones del Humanismo Renacentista que, superando el teocentrismo medieval, situaba al hombre en el centro del mundo para lograr comprenderlo. El humanismo introdujo la separación de la Iglesia y el Estado, y los principios de razón, justicia y virtud como esenciales para la unidad europea. Además, continuó destacando la importancia de la educación, el trasvase de ideas y la colaboración intelectual como elementos esenciales de la configuración de una cultura europea compartida. El humanismo renacentista aportó los cimientos ideológicos de un pensamiento crítico, universalista y culturalmente integrado que, siglos después, se reflejarían en los movimientos de integración europea. Sus ideas de fraternidad, educación, cooperación y tolerancia siguen siendo fundamentales en la construcción de la identidad y la unidad europeas.
La Ilustración amplió el postulado de que la paz y la unidad eran los objetivos fundamentales de la colaboración entre naciones. Esta colaboración debía fundarse sobre el respeto mutuo, el estado de derecho y la cooperación. Las ideas ilustradas basadas en la razón y el progreso, mostraron al mundo una nueva concepción de Europa que ya no se presentaba, solamente, como un continente de naciones rivales, sino como un conjunto de estados soberanos que podían colaborar en el marco de principios comunes. Estas ideas marcaron los ideales que impulsaron el proyecto de integración europea y la creación de la Unión Europea. Desde la paz y la justicia hasta la cooperación económica y cultural, los ideales ilustrados proporcionaron una base ética y filosófica que articularía la construcción de una Europa unida.
El siglo XIX fue un periodo de transformaciones ideológicas profundas, marcadas por los valores de la Ilustración, el Romanticismo y el Liberalismo. Muchas de las ideas formuladas en esta época sentaron las bases de los procesos de integración Europa iniciados en el siglo XX. Pensadores como Constant defendieron la libertad individual frente al poder estatal y rechazaron la conquista militar como la herramienta de control de los pueblos. Sus ideas influirían en los valores democráticos y el respeto a los derechos fundamentales que guiaron la integración europea en los tratados fundacionales como el Tratado de Roma (1957).
Aunque el auge de los nacionalismos en el siglo XIX supuso una nueva fragmentación del continente y la aparición de los estados-nación, esta época también trajo importantes reflexiones sobre la soberanía nacional, la colaboración, los acuerdos y los principios democráticos. Mientras el nacionalismo consolidaba los Estados-nación, pensadores y activistas imaginaban un continente unido por valores comunes de paz, democracia y cooperación. La defensa de la libertad y la democracia; la apuesta por la cooperación económica como marco para la prosperidad y la estabilidad; la cesión de soberanía nacional a través de las ideas de descentralización y federalismo; y la primacía de una cultura compartida que sienta las bases de la identidad europea y que sirve de sustrato para el logro de la paz y el bien común fueron ideas esenciales desarrolladas en el siglo XIX que iluminarían los principios que iban a guiar el proceso de integración europeo desarrollado tras la II Guerra Mundial.
La idea de la unidad de Europa se vio empañada por la crisis de los valores europeos y el pesimismo de la supervivencia de esta civilización que se desarrolla en el periodo de Entreguerras. Frente a esta visión negativa, distintos pensadores ofrecieron enfoques para retomar el sueño de unidad. La mayoría de ellos señalaban la regeneración de los valores europeos, el arte y la cultura como las herramientas básicas para revertir el declive de Europa.
Los inicios del siglo XX son también el momento de la creación y puesta en marcha de varios proyectos políticos de colaboración y unidad que se vieron interrumpidos por el estallido de la II Guerra Mundial y el fanatismo de los totalitarismos.
Finalizada la contienda mundial y, ante la devastación del continente, políticos e intelectuales europeos retomaron los principios, ideas y proyectos políticos desarrollados en siglos anteriores y los utilizaron como inspiración para iniciar un proceso de integración europea que se iniciaría con un primer momento de colaboración económica con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero pero que ya desde sus inicios tenía en mente la integración política y social de Europa.
“La puesta en común de las producciones de carbón y acero (…) cambiará los destinos de aquellas regiones que durante largo tiempo se han dedicado a la fabricación de armamentos, de los que fueron víctimas constantes. Esta unión producirá, de manera simple y rápida, la fusión de intereses indispensable para el establecimiento de una comunidad económica, y sentará las bases de una comunidad más amplia y más profunda entre países que habían estado mucho tiempo enfrentados por divisiones sangrientas”. (Declaración Schuman. 9 de mayo de 1950)
Schuman y el resto de padres y madres fundadores de la Unión Europea hundían sus raíces y caminaban por el sendero de múltiples pensadores, políticos e intelectuales que durante siglos habían defendido la cohesión de la identidad europea y abogado por una unión económica, política y social que asegurase la paz y al estabilidad futuras.