LOS ANTECEDENTES LEJANOS DE LA INTEGRACIÓN EUROPEA

1. Vídeo introductorio M5

1.1. Introducción

En cierta medida podemos considerar que sería en la Edad Media cuando cristalizaría una idea de Europa. En ese momento comenzaron a surgir, además, ideas que buscaban la integración, aunque ninguna se llevara a cabo, realmente, pero tienen su interés porque nos permiten ver ya en épocas tan lejanas como se pensaba en la superación de conflictos y en la necesidad de coordinar esfuerzos, además de que no son muy conocidas por el público en general.

En 1306, el francés Pierre Dubois abogó por la creación de una especie de República Cristiana, a modo de asamblea de los príncipes con el fin de arbitrar sobre los conflictos que surgieran. Es evidente que no estaríamos hablando de una organización supranacional en una época donde eso era impensable, simplemente por el anacronismo del concepto, ya que estaríamos hablando de la defensa del universalismo cristiano frente a los intereses particularistas de reinos y estados. El mérito de este tratadista francés estaría en la idea de que había que establecer algunos mecanismos organizativos en favor de la paz, una idea que llegaría hasta el proceso ya claro de integración europea en el siglo XX. Muchos años después de Dubois, el gran humanista Erasmo de Rotterdam retomó la idea de Dubois.

Pero antes, en el siglo XV en la corte bohemia encontramos un proyecto sugerente. El rey de Bohemia, Jorge de Podiebrad, ha pasado a la Historia tanto por ser el primer príncipe europeo que rechazó el catolicismo por la versión moderada de las ideas de Jan Hus, y por abogar por una Europa Unida. Consciente, por su cercanía del avance turco en la segunda mitad del siglo XV después de la caída de Constantinopla y, por ende, del Imperio Bizantino, propuso crear una suerte de confederación europea conocida con el nombre de Universitas, para defenderse. La idea vertebradora sería la religiosa, en torno al cristianismo. Pero también se interpretado que su idea integradora tenía que ver con su deseo de ocupar un lugar en Europa, ya que su reino era muy pequeño y frente al Sacro Imperio Romano Germánico. Era una manera de reconocimiento y de intentar que no fuera atacado. No tuvo ningún éxito entre las distintas Monarquías, y porque, dada su apoyo a los husitas el papado le consideró un hereje.

En el siglo XVII se perfiló más la idea de la paz, especialmente a través del Gran Proyecto del ministro francés Sully, que, aunque iba encaminado a combatir la hegemonía española y el poder otomano a través de una alianza en sentido estratégico, pretendía conseguir una paz permanente, el mismo objetivo que hemos visto.

El Siglo de las Luces no podía dejar de insistir en la paz. Al comenzar la centuria, en 1716 apareció el Proyecto de Paz Perpetua del abate de Saint Pierre, es decir, Carlos-Irene de Castel. Posteriormente, en 1728 publicó un resumen dirigido a Luis XV, basándose en los Tratados de Utrecht.

También Rousseau y Voltaire se preocuparon por la paz, y hasta Necker teorizó de forma muy moderna sobre las relaciones económicas de los conflictos y de la paz.

Por fin, Kant escribió una obra fundamental, Sobre la Paz Perpetua (1795), eso sí abarcando el mundo entero. En todo caso, sus planteamientos no dejaron de influir posteriormente. Kant hablaba, en primer lugar, de unos “artículos preliminares” para alcanzar la paz de forma casi inmediata, y que pasaban porque ningún tratado de paz debía contener clausulas sobre la posibilidad de guerras futuras, que ningún Estado pudiera ser cedido por ningún medio, que no hubiera ejércitos permanentes, que la deuda nacional contraída no podría generar conflictos, que ningún Estado pudiera inmiscuirse por fuerza en la vida política interna de otro Estado, y que en caso de guerra ningún contendiente podría usar medios, que podríamos definir como muy duros, que hicieran imposible la confianza mutua en una paz futura.

Las condiciones para la paz entre los pueblos se establecerían a través de los “tres acuerdos definitivos”: la constitución de todos los estados debía ser republicana, la ley de las naciones debía estar fundada en una federación de estados libres, y la ley de la ciudadanía mundial debía estar limitada a condiciones de una hospitalidad universal.


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