4. ¿En qué piensan los niños cuando leen?

Este apartado en concreto comparte título con el módulo: ¿En qué piensan los niños cuando leen?

Me gustaría que pensáramos sobre la diferencia entre las intenciones de los adultos (autores, editores, mediadores, padres, madres, maestros), o sea de las intenciones de los adultos y de las atenciones de los niños y de las niñas. A veces parece que la relación es sencilla. El autor pretende tal cosa con tal cuento y el niño lector lo recibe como tal, lo interpreta exactamente como se pretendía y responde exactamente como se pensaba.

Cuando decimos: ¿En qué piensan los niños cuando leen?, me parece interesante arrancar con una reflexión o con unas preguntas sobre en qué pensamos nosotros cuando leemos, ¿no?

¿Somos lectores disciplinados, ordenados, somos lectores obedientes?

¿Hacemos lo que se supone que hay que hacer? ¿Pensamos lo que pensó el autor, la autora, que pensaríamos al leer su libro?

¿O somos lectores distraídos? ¿Divagantes?

¿Cuánto esfuerzo debe hacer el autor para conquistarnos? ¿Se lo ponemos difícil?

¿Somos lectores que leemos con la mosca detrás de la oreja, esperando a saltar cuando detectamos algo que no nos convence, que no nos gusta? ¿Leemos en busca de la indignación?

¿O somos lectores que nos entregamos a la voluntad del autor? ¿Depende de nosotros o depende del autor esta entrega? ¿Un poco de ambos? ¿De la circunstancia, del lugar de lectura?

Hablando de saltar: ¿lo leemos todo o nos saltamos algunas partes? ¿Qué nos saltamos? ¿Descripciones “demasiado” largas? ¿qué es lo que buscamos de salto en salto? ¿Acción? ¿Tenemos prisa por que acabe el libro? ¿O nos gustaría que no acabara nunca?

¿Acabamos los libros? Si no los acabamos, ¿es porque nos aburren?, ¿porque nos exigen demasiado esfuerzo, a veces?, ¿porque no es el momento?, ¿porque hay poco tiempo en la vida y más libros que nos esperan?

En general, cuando pensamos en lectores adultos, pensamos en la gran variedad de lectores que hay. No me refiero solamente a la variedad de gustos, sino a la variedad de formas de leer que hay, a la variedad de formas de atender a la lectura. Pensar en el lector adulto nos lleva con naturalidad, antes que nada, a reconocer su diversidad. En cambio, no estoy segura de que esto se refleje cuando pensamos en lectores infantiles (quizás a los juveniles sí se les reconoce cierta diversidad, especialmente en cuanto a gustos, no sé si mucho más). En los casos en los que sí se reconoce la diversidad del lectorado infantil se suele reconocer y hablar de la diversidad con el foco puesto en la capacidad lectora, en la madurez lectora. Se habla del nivel lector, no tanto de la tipología de lector, de los diferentes modos de lectura, los diferentes modos de atención, los diferentes puntos de interés de distintos lectores. Cuando hablamos de la literatura infantil solemos hablar de “los niños”. Libros “para niños”, y esperamos que hagan ciertas cosas, no hagan otras, les interesen ciertos modos de contar y no otros, les interesen cierto tipo de imagen y no otro, etc.

Creo que es importante que hagamos un esfuerzo por observar y reconocer esta diversidad para evitar caer en un estereotipo de lector infantil al que supuestamente nos dirigimos los autores, o para el que elegimos lecturas los padres o los maestros.

Es cierto que los lectores infantiles comparten una serie de características que les confieren la condición de categoría, ¿no?, la categoría “niño” y no “adulto”. ¿Pero qué supone esta categoría exactamente, más allá de una edad, de una autonomía más limitada que la de la mayoría de las personas de más edad, de una menor acumulación de experiencias y de lo que llamamos experiencia? Cuando hablamos de experiencia en relación a la literatura y el pensamiento: ¿qué es lo que cuenta? ¿La cantidad, la intensidad, la trascendencia? ¿Para quién?