4. ¿En qué piensan los niños cuando leen?

4.4. Comentarios y reflexiones

Al otro lado es uno de mis libros favoritos de todos los tiempos, sobre el que no coinciden demasiados adultos con los que me he topado (padres, maestros, bibliotecarios…) especialmente cuando entra en juego la idea de compartirlo con niños. Hay mucha gente que ha dicho que le parece un buen libro, la parte artística y la parte del texto están increíblemente bien construidos, pero otra cosa es que se lo quiera leer a niños. Es un libro que resulta incómodo.

Yo habré leído Al otro lado, de Maurice Sendak, unas 200, 300 veces, no lo sé. No es ninguna exageración. Lo he leído como lectora a mí misma muchas veces, porque es un libro que me hipnotiza; lo he leído como lectora en voz alta a mi hijo, al que le fascinó desde la primera lectura, cuando tenía unos dos años y medio y con el que pasó varias fases de ¡otra vez! ¡otra vez! con este libro, en diferentes momentos de su primera infancia y aún hoy, con 8 años, vuelve a él con regularidad. Lo he leído a grupos de adultos en formación de lectura en voz alta, a grupos de adultos en formación de diálogo filosófico a partir de la literatura infantil, lo he leído a grupos de niños de distintas edades, incluidos adolescentes. Lo he leído con toda la atención del mundo, como traductora, una y otra vez, las imágenes, el texto, el texto, las imágenes.

Y sin embargo, no todas las veces, pero muchas veces cuando lo leo sigo descubriendo nuevos detalles, pensando en cosas nuevas, haciéndome preguntas nuevas.

A veces no soy yo quien los descubre, sino que algún reseñista airado me señala a una parte en la que yo nunca me había fijado. A otro lado al que yo no había mirado.

“Mi hijo de primero de primaria”, cuenta una madre en un comentario online, “lo trajo ayer de la biblioteca escolar y desde luego que pienso esconderlo hasta que tenga que devolverlo. No quiero tener que lidiar con pesadillas sobre duendes, ni tener que explicar esos bebés desnudos. No recomiendo este libro para niños jóvenes.”
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Reflexión
¿Has escondido alguna vez un libro? ¿Qué libro era y por qué? ¿Lo consideras un acto de censura o es otra cosa? ¿Hay censuras justificables? ¿Cuáles?


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Yo confieso que nunca había pensado demasiado en la desnudez de los bebés del libro, ni nunca, nadie, de las muchas personas adultas y niñas a las que se lo he leído, incluido a mi hijo no sé cuántas veces, había reparado tampoco en esta desnudez, que sin embargo parece saltar de la página ¡aquí estooooy! a los ojos de esta madre preocupada.

Es curioso, además, porque aunque con otros libros que despiertan preocupación entre adultos lo habitual es señalar algo concreto que incomoda, en este libro es frecuente que los adultos se refieran a una sensación general de incomodidad. El modo en el que les incomoda este libro resulta para muchos adultos, más inefable que con otros libros.

El caso es que mucho de lo que nos despierta este libro es bastante inefable. O quizás más que inefable, para ser más precisos, impensable. Nos produce una sensación general de desasosiego que opera a diversos niveles, algunos más conscientes que otros, pero que provoca una advertencia general de “no te metas por ahíiii”, “ni lo pienses”, Shhh, calla. Algunas -ni mucho menos todas- de las connotaciones incómodas que rezuma para los adultos son sexuales -la llevan a “casarse con un duende malvado”.

¿Pero, y los niños? ¿Qué tipo de cosa piensan ellos durante la lectura, qué asuntos surgen después de la lectura, al pensar en ella?

Empiezo con los muy pequeños: de preescolar.

“¿Es una superhéroe?” se pregunta Victoria, de 4 años. Así que decidimos explorar su pregunta. ¿Qué tiene que tener alguien (una persona o un personaje) para ser una superhéroe? ¿Aida tiene lo que hay que tener? (En otras palabras, ¿cuáles son las condiciones necesarias y suficientes para la superheroicidad? y ¿Aida las cumple?).

Primero empezamos pensando qué cosas tiene Aida que también tiene un superhéroe. Tiene una capa, dice Victoria. Vuela, dice Nico. No vuela, flota, precisa Antonio. Preguntamos si flotar sería también un superpoder, como volar. Pensamos que sí. La mayoría de nosotros no sabe flotar, a pesar de que Eduard insiste en que él sabe incluso volar. Es valiente, dice Alba. Salva a su hermanita, dice Iain. Gana a los malos, dice Victoria.

Hablando de malos, a mi hijo, las primeras veces que se lo leía, con 2 años y medio, le gustaba fantasear con qué les haría a los duendes si se los encontraba (nada bueno; estaba indignadísimo con que se llevaran al bebé por la ventana y pensaba que merecían una buena reprimenda).

Este tema de la heroicidad, la superheroicidad, la lucha contra “los malos” y el triunfo del bien es uno de los focos bastante habituales cuando se lee este libro.

Creo que es importante pensar en la perspectiva, la mirada o la atención lectora. Mientras los adultos nos preocupamos por el miedo que puede provocar en los niños la idea de que unos duendes penetren en el hogar y roben a los niños, o nos incomodamos por la mención de que roban a la hermana de Aida –un bebé- “para casarla con un duende”, y con la idea de que una hermana mayor pueda fantasear que a su hermana “le pase algo” y que ese algo que fantasee pueda ser algo muy terrible, mientras al adulto le preocupan todas estas cosas, los niños es muy probable que se estén fijando en algo completamente diferente.

Los adultos, cuando leemos el libro, nos posicionamos en el rol de protectores del hogar y nos desencaja esa violación de la intimidad, ese secuestro dentro de lo que se supone debería ser el lugar más seguro del mundo: el hogar. Nosotros, como adultos, se supone que debemos ser capaces de proporcionar un hogar seguro para los niños. Quisiéramos haber protegido al bebé. Y nos parece terrible que ese bebé esté a merced de esos duendes malvados. Nos sobrecoge.

Sin embargo, el foco de atención de las niñas y niños lectores es muy probable que no esté puesto en el bebé (el bebé no es un personaje, no hace nada, le hacen –le arrullan, la secuestran, la rescatan), pero el personaje es Aida y el foco estará en ella. A Aida, en este sentido, no le hacen nada. Ella tiene una oportunidad de ser una heroína. Se viste la capa amarilla de su madre, como una superhéroe. Y sale, y aunque se equivoca desastrosamente al salir por la ventana “del revés”, logra arreglar la situación, con un poco de ayuda de su padre marinero, que le manda esa retahíla, pero sobre todo gracias a su astucia, a su valentía y a lo que es capaz de hacer con su cuerno mágico.