2. Nacer en la voz

2.2. El tono

El tono es el elemento fundamental sobre el que descansa la transmisión de la intención. El adulto adapta todo su discurso, incluido el abiertamente funcional, a ese tono que lo hace indispensable para el bebé, sea cual sea su contenido.

Pero, ¿cómo podemos crear un tono literario para un receptor que aparentemente solo comprende conceptos muy básicos? Esta es la pregunta que se hacen muchos adultos. Para reflexionar sobre ella, nos vamos a centrar en una de las lecturas que más éxito tienen en nuestros talleres de lectura compartida; pero sobre todo, una de las que más acercan a adultos y a niños de diferentes edades: Tralalí, ¡vamos a dormir!, de Benjamin Chaud, editada en español por la editorial Kókinos.

Tralalí se anuncia desde su cubierta como “una fanfarria y una nana”, un libro con música. Incluye un CD donde dicha música está grabada y donde comienzan los problemas de comprensión para el adulto: la música no le ayuda a leer. Para este resulta un elemento separado del libro, que no lo acompaña en duración, ya que la acumulación de sonidos resulta más rápida que la acumulación de imágenes; ni tampoco en texto, porque no presenta canción ni se adapta a las palabras escritas. Sin embargo si, a pesar de ello, decide ponerle la música al pequeño, pronto observará la facilidad con que él la interpreta: juega, desfila al compás de la misma y acaba tumbándose en el suelo en actitud de dormir.

Puesto que la música funciona, tal vez es el libro el que no cumple su cometido. Las imágenes son alegres y dinámicas. En alternancia, van presentando a cada nuevo miembro de la orquesta en solitario e integrándolo con los precedentes en cada doble página. Los colores recorren todas las tonalidades habituales en una caja de lápices de madera infantiles, descansando siempre sobre un camino de color rosa. La mayoría de los animales son favoritos de los más pequeños: el lobo, el elefante, el oso, el perro… No hay duda: las ilustraciones también parecen adecuadas para la primera infancia.

¿Y los textos? Cada página de presentación contiene una rima sobre el personaje que aparece y el sonido que produce: una onomatopeya. Es pegadizo, pero algo falla.

La solución está ante nuestros ojos, pero no siempre sabemos encontrarla. No es nueva, se puede aplicar a cualquier libro infantil. Es más: si el lector es muy pequeño, podríamos utilizarla incluso con un tratado de física cuántica. El libro lo hacemos nosotros, nuestra voz y nuestro cuerpo que se unen a la retahíla donde el niño vive tan solo la magia de la palabra.

Cuando cantamos e interpretamos Tralalí, el significado cambia de lugar: pasa del concepto a la experiencia, se repite como un mantra que primero nos libera y luego nos calma. Desconectamos el reloj, las preocupaciones, las tareas… Nos centramos en “estar”, completamos el ritual de la danza, leemos con todo el cuerpo y todos los sentidos.

El tono, en literatura, es un recurso muy complejo: la cualidad sonora de un texto que necesita una voz que lo interprete. La temperatura de una interacción suspendida entre las páginas cerradas. Un pequeño milagro que los humanos necesitamos para encontrarnos con los que llegan y los que nos precedieron.

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