3. Crecer en la voz

3.3. Los símbolos

Del mismo modo que la experiencia repetida de dejar caer un objeto construye en el bebé un concepto de cómo funciona la física del mundo, y el hito histórico de medir esas experiencias y extraer conclusiones da lugar a una ley de la gravedad que condensa ese aprendizaje, los símbolos recogen experiencias psicológicas, reconocibles a través de innumerables relatos, y las formulan en un signo colectivo.

Los cuentos de tradición oral son esa fórmula perfecta en que ha destilado la experiencia del ser humano a través de milenios, hasta poder transmitirse como una realidad que el oyente atraviesa y que le permite crecer interiormente.

Durante el primer año, aproximadamente, el folklore acompaña la conquista del propio cuerpo, los avances en la percepción y el movimiento, la construcción de la identidad física. Pero cuando el cuerpo adquiere esa unidad de significado autónomo, la lucha por la supervivencia se concreta en una figura fascinante: el lobo. En nuestra cultura, el lobo es el símbolo definitivo ante el cual el niño interioriza su capacidad de enfrentarse a la necesidad, a la muerte incluso. Repetir esa experiencia vital (y todos los niños piden la repetición de estas historias e incluso juegan a emularlas) le asegura que puede hacerlo, le permite en un momento dado superar el paso por el vientre del lobo y convertirse en el héroe.

Al principio es un héroe mínimo (Pulgarcito, Garbancito, el medio pollito), capaz sin embargo de enfrentarse al mundo entero. Pronto podrá ser cualquiera, siempre, eso sí, que parta de una situación de desventaja: el hermano pequeño, el huérfano, el marginado. Porque el héroe ya no se centra en una sola prueba ni en un solo oponente, sino que desafía al orden social, al destino e incluso al más allá; y ¿por qué emprendería nadie que gozase de una situación privilegiada semejante camino?

El cuento maravilloso da a todos los seres humanos la oportunidad, al menos en la ficción, de llegar a lo más alto, de lograr lo imposible. Y el haberlo conseguido nos hace creer y tener esperanza.

Los niños que se encuentran en situación más precaria, ya sea social, económica o de salud, suelen ser los más necesitados de estos cuentos tradicionales y también quienes los aceptan de un modo más natural. Silenciar este patrimonio o sustituirlo por versiones despojadas de su esencia se me antoja una de las acciones más tristes que se pueden emprender contra la literatura y el arte en general.

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