LIBRO 1:LA IDENTIDAD Y LA UNIDAD EUROPEA A LO LARGO DE LA HISTORIA
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Libro: | LIBRO 1:LA IDENTIDAD Y LA UNIDAD EUROPEA A LO LARGO DE LA HISTORIA |
Imprimido por: | Invitado |
Día: | jueves, 26 de junio de 2025, 09:11 |
Tabla de contenidos
- 1. Vídeos: Presentación M2 y Presentación del Libro 1
- 2. Capítulo I
- 3. Capítulo II. Construcción de la identidad y de la idea de unidad europeas durante la Edad Media
- 3.1. Construcción de la identidad europea durante la Alta Edad Media
- 3.2. Construcción de la identidad europea durante la Baja Edad Media
- 3.3. El papel de las escuelas monásticas, las escuelas episcopales y las universidades medievales en la construcción de la idea de unidad europea
- 3.4. Las peregrinaciones como elemento cohesionador de la identidad europea
- 3.5. Los precursores medievales de la Unión Europea
- 3.6. La identidad y la unidad europeas como oposición al mundo islámico.
- 3.7. Conclusión
- 4. Capítulo III. Desarrollo de la identidad europea y la idea de la unidad de Europa en la Edad Moderna: Humanismo y Renacimiento
- 5. Capítulo IV. El desarrollo de la identidad y la idea de unidad europeas a finales de la Edad Moderna: el siglo XVII
- 6. Capítulo VIII. El siglo de las Luces y la Ilustración
- 7. Capítulo IX. El siglo XIX: la disolución del Antiguo Régimen y el nacimiento de los Estados-nación frente a los proyectos de unidad de Europa.
- 8. Capítulo X. Los inicios del siglo XX: Proyectos políticos y económicos para la creación de una unidad europea
- 9. Capítulo XI. Conclusiones finales sobre el proceso de construcción de la identidad europea y la unidad de Europa desde la Antigüedad hasta el estallido de la II Guerra Mundial.
1. Vídeos: Presentación M2 y Presentación del Libro 1
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2. Capítulo I
- Introducción
El proceso de integración europea del siglo XX no surgió de manera espontánea, por el contrario, estuvo profundamente influido por la evolución histórica y cultural de los pueblos y naciones que habitaron el continente. La identidad europea y el sentimiento de valores y principios compartidos por los europeos que promueven la unidad europea hunde sus raíces en el mundo clásico grecolatino. Estas civilizaciones dejaron principios, ideas y estructuras que contribuyeron significativamente al desarrollo de la identidad europea y a su cohesión. La expansión del Cristianismo en el mundo romano será otro factor fundamental para el desarrollo de una identidad común basada en principios y valores compartidos que permita a los ciudadanos reconocerse como miembros de una comunidad mayor por encima de las fronteras, las lenguas y las costumbres.
Durante los diferentes capítulos analizaremos cómo se va construyendo la identidad europea sobre un sustrato cultural común y valores compartidos y, como, en cada periodo histórico, pensadores de distintas corrientes intelectuales y culturales va a ir reflexionando sobre la necesidad de la colaboración entre Estados europeos para asegurar la paz futura y la prosperidad y el bien común.
Estos procesos de integración y propuestas de unidad van a verse dificultades por las tensiones y disputas de la época, pero la fuerza de la identidad europea va a ir consolidándose hasta la creación de proyectos de unidad y cooperación supranacional cada vez más precisos y definidos que servirían de inspiración y ejemplo a los fundadores de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero y que van a iluminar los distintos procesos de integración europeos hasta la creación de la Unión Europea. Son las ideas y principios de paz, colaboración, cesión de soberanía, solidaridad, libertad y democracia que aún rigen nuestra Unión Europea.
2.1. Orígenes de la identidad europea: el Mundo Clásico
¿Cuándo surge el término “Europa”?
El término Europa engloba siglos de transformaciones culturales, demográficas, sociales y políticas que trascienden la mera entidad geográfica de un continente. Europa es un concepto de identidad colectiva que ha estado y sigue estando en constante redefinición.
Definir el término Europa es una tarea ardua pues uno tendería a pensar que, desde su creación, este termino gozaba de un concepto propio e identitario vinculado a un espacio geográfico y a las gentes y culturas que lo habitaban. Su evolución semántica, desde un concepto geográfico, que permitía identificar un espacio y a sus habitantes, hasta convertirse en un símbolo cultural y político, reflejo de las transformaciones históricas y las interacciones de las distintas culturas que han conformado el continente europeo.
El primer uso conocido del término Europa lo encontramos en el mundo clásico, concretamente en los autores griegos y romanos. Desde su origen es un concepto que hace referencia a un espacio geográfico pero también a un concepto cultural mucho más amplio que supera la mera geografía para añadir aspectos cualitativos sobre las culturas que lo habitan.
En los autores clásicos, el término Europa surge por oposición. Oposición a Oriente, oposición a Asia. Así, la referencia más antigua conocida de este término la encontramos en Homero. Homero fue un poeta de la Antigua Grecia que vivió alrededor del siglo VIII a.C. Existen dudas sobre si fue una persona real o si sus obras son un compendio de historias orales anotadas por escrito. Sus obras más emblemáticas son La Ilíada, que narra el conflicto entre el héroe Aquiles y el rey Agamenón dentro de un episodio de la guerra de Troya, y La Odisea que relata las aventuras y desventuras de Odiseo en su regreso a Ítaca tras dicha guerra.
La referencia más antigua al término Europa aparece en la obra La Ilíada, del siglo VIII a.C. en el Canto XIV, línea 211:
“Y allí, en la isla de Europa, las olas del mar batían las costas de los pueblos de Asia” (Homero, La Ilíada, Canto XIV, línea 211)
Homero utiliza este término no para referirse a un continente sino para describir una región geográfica poco definida situada en las tierras situadas al norte de Grecia y Asia Menor. El término aparece así para definir un espacio determinado y poco conocido en oposición a lo territorios de Asia, mucho más conocidos y con una identidad cultural clara para los griegos del siglo VIII a.C.
Ilustración 1. Rubens, El rapto de Europa. Museo del Prado
La siguiente referencia al término la encontramos en Hesíodo, poeta griego que vivió aproximadamente entre los siglos VIII y VII a.C. Hesíodo utiliza el término “Europa” en su obra Teogonía. Esta obra que narra la genealogía de los dioses y héroes griegos relata la historia de Europa, una princesa fenicia de gran belleza, hija de Agenor, rey de Tiro. La belleza de esta princesa llamó la atención de Zeus, el dios griego, que, transformado en un toro se acercó a ella. Europa, fascinada por la belleza del toro y su mansedumbre, se acercó a él y se subió a su lomo, momento que Zeus aprovecho para raptarla y llevarla a la isla de Creta.
“Zeus, el que lleva el rayo, se unió con Europa, la hija de Agenor, y la raptó cuando ella recogía flores en un prado” (Hesíodo, Teogonía, Línea 970)
En Creta, Europa tendría 3 hijos de Zeus, siendo Minos el más conocido. Esta descendencia jugaría un papel fundamental en la mitología griega y, particularmente, en la de Creta.
De la unión de Zeus con Europa nacieron Minos, Radamantis y Sarpedón. (Hesíodo, Teogonía, Línea 1010)
Hesíodo presenta a Europa como una figura clave dentro de la genealogía de los héroes del mundo helénico. Toda la historia de Europa y Zeus implica una contraposición y combinación de los conceptos de Oriente y Occidente. La princesa Europa, como origen de nuestra civilización, supone la vinculación y mezcla de diferentes culturas. Sus raíces se hunden en el mundo oriental pero su evolución y descendencia van a dar lugar a un mundo nuevo, una civilización basad en la razón que es, a su vez, origen del mundo griego.
Ilustración 2. Europa sobre toro blanco en vaso cerámico griego. Museo de Atenas
Hesíodo escribe su obra en un contexto histórico en el que los primeros griegos están abandonando ya el mar Egeo y los territorios bañados por él para adentrarse en la exploración y fundación de colonias en el Mediterráneo oriental. Es por tanto, una metáfora de cómo los griegos están dando origen a una nueva civilización, con vinculaciones orientales, pero que es diferente en su modo de entender y situarse en el mundo.
El mito de Europa aparece nuevamente en la obra de Ovidio :Las Metamorfosis. Esta obra también recoge la historia de Europa siendo raptada por Zeus. El mito sigue haciendo referencia a la expansión de la cultura griega hacia el occidente.
“Ella, sorprendida por su belleza, se acercó al toro y, confiando en su aspecto tranquilo, se sentó sobre su lomo. En cuanto lo hizo, el toro la llevó al mar y nadó hasta las costas de Creta” (Ovidio, las Metamorfosis, Libro II, líneas 835-837)
Las primeras referencias al término Europa no se vinculan a un espacio geográfico concreto ni definido e indudablemente no a un continente que se encontraba aún inexplorado. En realidad, hacen alusión a un espacio geográfico que los griegos necesitan definir y distinguir por oposición a Asia y que definen como un espacio marcado por un vínculo entre el mundo Mediterráneo oriental y el mundo griego y por una mezcla de aspectos culturales de los dos mundos.
Con el paso del tiempo y, a medida que el continente europeo, el norte de África y el Mediterráneo occidental iban siendo explorados, el término Europa comenzó a adquirir connotaciones más específicas, aunque aún seguiría siendo un término ambiguo y flexible.
Este cambio puede detectarse ya en Heródoto. Este autor griego que vivió entre el 484 y el 425 a.C., es considerado el padre de la historiografía gracias a su obra Historias en la que realiza un serio esfuerzo por sistematizar los eventos históricos y organizarlos para su mejor comprensión. Esta obra que recoge fuentes orales y un enfoque empírico en el que el autor se esfuerza por contrastar y verificar la información obtenida de fuentes orales y testimonios, recoge, a su vez, reflexiones personales sobre las culturas y tradiciones que describe y establece las bases para separar los hechos y la información de las leyendas.
En Historias, Heródoto describe tres grandes regiones del mundo conocido: Asia, Libia (nombre que utiliza para referirse a África), y Europa. Heródoto describía Europa, según testimonios recogidos, como el territorio que se encontraba al oeste de Asia a partir del río Fasis, actual río Rioni en Georgia.
“El territorio de los trácios, que se extiende por Europa y Asia, se divide en varias regiones” (Herodoto, Historias, Libro IV, capítulo 45)
Ilustración 3.Mapa de Herodoto modificado por The Challenger Reports. 1895
http://www.meer.org/ebook/herodotus-world-map-1a.jpg
Sin embargo, el propio autor, en la misma obra, hace una reflexión crítica sobre que las fronteras entre esos tres espacios no eran claras y estaban basadas más en convenciones culturales que en evidencias naturales.
“No tengo claro por qué, con respecto a un nombre único, se usen tres (Asia, Europa y Libia), ni por qué se debería poner un límite fijo para ellas.” (Herodoti, Historias, Libro IV, capítulo 42)
La consolidación del término Europa como una entidad cultural y geográfica se va a ir desarrollando a medida que las civilizaciones clásicas van explorando y conquistando el mundo. Durante el periodo helenístico, los geógrafos Eratóstenes de Cirene (276-194 a.C.) y Estrabón (63 a.C- 24 d.C.), realizaron un tenaz esfuerzo por describir y clasificar las tierras entonces conocidas de una manera más sistemática y clara. Así, en su obra Geografía, Eratóstenes utiliza el término Europa para definir los territorios situados al oeste de Asia, desde el estrecho del Bósforo y el río Tanais (actualmente río Don, en Rusia) hasta el estrecho de Gibraltar. Eratóstenes utiliza el término Europa para explicitar una división clara entre el mundo griego y los territorios “bárbaros” que rodeaban el mundo helénico. Además, realiza un esfuerzo por cartografiar y representar geográficamente este espacio al tiempo que consolida el término Europa como un espacio con identidad propia marcado por la racionalidad y el orden que los griegos se atribuían a sí mismos en contraposición con las regiones bárbaras y Asia marcadas por el exotismo y el caos.
Por su parte Estrabón, en su obra Geografía, intenta realizar una descripción exhaustiva del mundo conocido basándose en observaciones propias, relatos orales y en las obras de autores anteriores como Heródoto o Eratóstenes. Estrabón dota al término Europa de un significado que supera lo meramente geográfico al describirla como la cuna de la civilización griega y, por tanto, imbuida de superioridad cultural para diferenciarla del exotismo que se asignaba a Asia y Libia. Estrabón utiliza el término para referirse a una serie de territorios y pueblos diversos, desde el espacio griego hasta las Islas Británicas haciendo una descripción geográfica pero también observando a sus habitantes a los que describe como culturalmente distintos de los pueblos asiáticos y libios (africanos) y marcados especialmente por la impronta griega y romana. Para Estrabón, Europa, se extiende desde el río Tanis (actual Don) al Estrecho de Gibraltar y las Islas Británicas y se caracteriza por una identidad cultural y política propias como cuna de las civilizaciones griega y romanas que él considera superiores por su desarrollo en la filosofía, la política y las artes. Estrabón dota al término y al espacio que este delimita de una identidad específica, germen de la identidad europea marcada por la razón y el orden frente al despotismo y la opulencia de las civilizaciones orientales. Se trata de una construcción proto-identitaria de este continente que supone una primera reflexión sobre una identidad europea que hunde sus raíces en la antigüedad clásica.
Ilustración 4. Mapa del mundo según Estrabón. Reconstrucción de Edward Bunbury (S.XIX). https://archive.org/download/historyofancient02bunb/historyofancient02bunb_orig_jp2.tar/historyofancient02bunb_orig_jp2%2Fhistoryofancient02bunb_orig_0271.jp2
La expansión del Imperio Romano y su mayor conocimiento del continente europeo facilitaría la consolidación y profundización del término. A medida que Roma conquistaba territorios el término Europa adquiría un significado más específico relacionado con el territorio y con la organización del espacio político. La frontera entre Europa y Asia se convirtió en un tema relevante, especialmente, en los momentos en los que el Imperio debió enfrentarse a los pueblos de Asia Menor y los territorios del este, aunque la aplicación del término siguió siendo ambigua.
Plinio el viejo y Tácito mencionan Europa de forma ocasional asignándole más un significado geográfico. Así Plinio el viejo en su Historia natural, utiliza el término Europa para describir las provincias occidentales del Imperio Romano y Tácito en su obra Germania, incluye a varios pueblos dentro de este espacio geográfico.
“Los germanos, por el contrario, se apartan mucho de todas las costumbres y modos de vida de los pueblos que consideramos como civilizados en Europa… En resumen, los germanos son más distintos de los pueblos de Europa civilizada que cualquier otra nación.” (Táctico, Germania, Libro II)
Ambos utilizan el término más con un significado geográfico que como una entidad cultural o política. De hecho, los romanos concebían su propia civilización como un espacio mediterráneo, ya que, para ellos, el “Mare Nostrum” (Mar Mediterráneo) constituía el centro del mundo civilizado y su Imperio estaba constituido por las regiones bajo su control en torno a él. Así, los romanos utilizaban el término Europa para referirse a las regiones externas que se encontraban al norte de sus fronteras. No percibían estas regiones de modo unificado sino como territorios diversos habitados por pueblos, culturas, lenguas y costumbres diferentes.
En conclusión, el término Europa hunde sus raíces en las civilizaciones clásicas y aparece citado en fuentes históricas de manera muy temprana. Estas fuentes utilizan el termino de modo flexible y sin que esté sujeto a un espacio claramente delimitado, pero, en su mayoría, lo emplean para destacar que este territorio y sus gentes son diferentes a las de Asia y Libia (África), y para describir las regiones que no pertenecen a esos espacios.
Esta oposición no se limita a describir únicamente aspectos geográficos, sino que incluye cuestiones culturales, lingüísticas y sociales fundamentalmente vinculadas a características identitarias del mundo griego y romano. Desde su origen mitológico hasta su definición en textos históricos y geográficos, Europa fue entendida como una región variada, sin una identidad unificada, definida principalmente por sus fronteras y sus diferencias con Asia y Libia (África). No sería hasta la expansión del cristianismo como elemento unificador y, especialmente, en la Edad Media, que la proto-concepción del término Europa evolucionaría hacia el desarrollo de un sentido de identidad compartida.
2.2. Las raíces de la identidad europea en la Grecia Clásica
- El mito de Europa
Según se recoge en la Teogonía de Hesíodo y en las Metamorfosis de Ovidio, Europa era una princesa fenicia, hija del rey Agenor. Agenor era rey de Tiro (actual Libia) y Fenicia, además de descendiente de Neptuno y de Teléfasa. La belleza de la princesa Europa llamó la atención de Zeus, el dios de dioses, que se enamoró de ella. Para atraerla, Zeus se metamorfoseó en un majestuoso toro blanco. Cautivada por la belleza y mansedumbre del animal, Europa se montó en su lomo, acción que Zeus aprovechó para llevarla, a través del mar, hasta la isla de Creta donde Europa se convirtió en la madre de varios hijos de Zeus, entre ellos Minos que llegaría a ser rey de Creta.
Ilustración 5.. Rubens, El rapto de Europa. Museo del Prado
Esta historia mitológica tendrá un impacto fundamental en la concepción de la identidad europea. El relato ha sido interpretado de varias formas, pero una de sus lecturas más significativas está ligada a señalar que el mito establece una conexión entre el mundo oriental (Fenicia) y el mundo occidental (Creta), dando a entender que la identidad europea se construye por oposición a la asiática y africana, pero también surge de la vinculación y la influencia de las civilizaciones orientales sobre el núcleo de la cultura griega que, a su vez sería, el germen de la cultura europea.
Karl Kerenyi, erudito de la mitología griega, es su obra Los dioses griegos (1951) afirma “el rapto de Europa simboliza la migración de elementos culturales y religiosos desde las tierras de Oriente hacia el Mediterráneo, lo que sería el germen de una futura identidad cultural compartida”. Para él, Europa surge de la migración de elementos desde Oriente hacia el Mediterráneo.
Para el lingüista y filósofo búlgaro Tzvetan Todorov “la propia esencia de la Europa mítica reside en el cruce de culturas, en la importación de lo extranjero hacia lo local, en un proceso de absorción y transformación” (Todorov, El cruce de culturas). Coincide con la idea de que los encuentros y el intercambio cultural son fundamentales en la construcción de la identidad de Europa.
Desde la cosmovisión del mundo clásico griego, Europa se presenta como un espacio en formación, moldeado por influencias extranjeras y domesticado en el marco de la cultura helénica.
- Configuración de la identidad europea en la Grecia Clásica
Siguiendo el relato mítico, los griegos desarrollaron una idea de Europa que hundía sus raíces en el mundo oriental pero cuya configuración y evolución se encontraba en contraste directo con las culturas orientales, especialmente en oposición al Imperio Persa. Durante las Guerras Médicas (499-449 a.C.), en las que las polis griegas resistieron a la invasión persa, se fue configurando una identidad común entre los griegos que superó el concepto inicial de ciudades-estado independientes para ir conformando el mundo helénico.
Heródoto en sus Historias refleja cómo los griegos empiezan a percibirse a ellos mismos y a su mundo como el mundo de la libertad, la razón y el orden, por oposición a la autocracia y la opulencia persas. Así, Europa empieza a configurarse, gracias a la herencia de la Grecia Clásica, como un espacio de libertad y democracia frente a la sumisión y el despotismo que representa Asia.
“La diferencia fundamental entre griegos y bárbaros radica en el hecho de que unos viven en libertad y los otros en esclavitud” (Heródoto, Historias, Libro IX, Capítulo 88)
Por supuesto, Heródoto sólo hace referencia a los griegos libres, olvidando al resto de grupos – metecos, esclavos, forasteros- que también habitan en la Grecia Clásica.
Al mismo tiempo, los filósofos griegos, concretamente la escuela estoica iniciada por Zenón de Citio (siglo IV a.C.), comienzan a plantear la existencia de una razón común o “logos” compartida por toda la humanidad. Razón común que dotaría a la raza humana de una unidad, aunque el “logos” se encarnaba en las leyes y la cultura helénicas, que Zenón establecía como el modelo ideal de civilización.
Si bien, no podemos afirmar que los griegos hicieran esta analogía con Europa, sí podemos establecer que Europa hereda este concepto de unidad e identidad basado en las leyes, la herencia griega, la razón, el orden y la democracia como bases compartidas por sus habitantes y que le otorgan identidad propia.
Durante el periodo de las colonizaciones griegas en el siglo VIII a.C., con la expansión de las polis hacia las costas orientales del Mar Mediterráneo y hacia el Mar Negro, se produce el contacto de los griegos con diferentes culturas orientales, lo que les permite identificar su territorio como un núcleo común de valores y creencias diferentes a las de las civilizaciones de esos espacios.
La expansión posterior con Alejandro Magno y la creación del Imperio Helenístico, supone una fase en la que la identidad griega, y por extensión la europea, comienza a abrirse a una concepción más universalista. Educado por Aristóteles, Alejandro Magno fomentó una visión cosmopolita que pretendía integrar las diferentes culturas anexionadas bajo el estandarte de la civilización helenística. Esta visión cosmopolita, aunque integraba elementos de las culturas conquistadas, mantenía, no obstante, la idea de la superioridad de la identidad griega. El mundo helénico seguía siendo comprendido como un mundo civilizado frente al mundo bárbaro. Esta idea influiría posteriormente en la visión europea de superioridad cultural. El Imperio de Alejandro Magno, señala a los griegos el camino hacia la creación de una civilización común integrada por territorios diferentes.
Ilustración 6. Mapa del imperio y las expediciones de Alejandro Magno. Felix Delamarche.
Biblioteca Digital Mundial https://dl.wdl.org/11738.png
Para el historiador británico Arnold Hugh Martin Jones, el impacto de Alejandro Magno radica en su esfuerzo por promover una integración cultural para fomentar una cultura compartida basada en elementos griegos. Aunque el mundo helénico se configuró con la adopción de elementos orientales mezclados con los elementos de la civilización griega, según este autor, fueron éstos últimos los que tuvieron preeminencia. Jones identifica un proceso de helenización que, aunque no consiguió homogeneizar completamente los distintos pueblos conquistados, sí estableció una red cultural que conectó a estos territorios. Para Jones, aunque no se puede identificar en la idea de Alejandro Magno una idea de Europa como la concebimos hoy, la idea de una civilización compartida, fundada en principios culturales comunes y enraizada en la identidad griega, contribuyo a la posterior construcción de la identidad europea actual.
“El helenismo promovido por Alejandro Magno configuró una Cosmópolis que, si bien aún distante de una Europa como la concebimos hoy, sentaba los cimientos de un ideal de civilización común que marcaría los territorios bajo su influencia” (Jones, Alejandro Magno y el Mundo Helenístico)
En resumen, la cosmovisión del mundo que desarrolló el mundo helénico y el mito fundacional de Europa desempeñaron un papel significativo en la formación de una identidad europea primigenia. Aunque la exploración del continente europeo desarrollada por los griegos era aún escasa, los principios de razón, democracia y libertad que los griegos consideraron los pilares de su civilización y que, por tanto, le otorgaban primacía sobre las demás, fueron heredados por el proceso de integración europeo del siglo XX en el camino hacia la consolidación de la identidad europea y de la unidad de sus naciones.
2.3. El papel de la roma clásica en la configuración de la identidad europea
- La Pax Romana y la Romanización
Frente a la concepción griega del mundo político, el Imperio Romano supondría un ideal más pragmático de unificación territorial y administrativa. Roma, no sólo conquistaba territorios y a sus habitantes, sino que los integraba política, geográfica y administrativamente, extendiendo su lengua, el latín, sus leyes, su infraestructura, etc. lo largo del continente europeo.
La “Pax Romana” (27 a.C.-180 d.C.) representó un periodo de relativa paz en gran parte de Europa, bajo el gobierno centralizado de Roma. Durante este periodo los habitantes de la Europa romana compartían el “ius gentium” o leyes comunes, el sistema de carreteras, la lengua, el sistema monetario y el sistema administrativo que unificaba el continente europeo, por primera vez en la historia, de una manera nunca antes conocida.
Esta unificación e integración aunque no se daba únicamente en los territorios europeos, abarcando a todos los territorios romanos situados en torno al Mar Mediterráneo, dejaría una impronta relevante en la identidad europea que avanzaba desde el concepto de la Grecia Clásica de una civilización común integrada por territorios diferentes hacia una integración cultural y lingüística que unificaba las poblaciones y a sus habitantes. Este proceso conocido como romanización supuso el germen de una temprana identidad europea.
El Edicto de Caracalla (año 212 d.C.) otorgó la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del Imperio. A través del concepto de ciudadanía romana, los habitantes del Imperio, ya fueran de Britania, de la Galia o de Hispania, compartían una lengua, una estructura política, social y jurídica común que determinó sus costumbres y su modo de reconocer su propia identidad.
“El Imperio es una res pública universal, en la cual la justicia y la razón deben ser el fundamento de la concordia entre todos los pueblos”. (Cicerón, De Officiis, Libro III)
Los romanos mantuvieron una perspectiva geográfica de Europa. Desde Polibio a Ptolomeo pasando por Estrabón a Plinio el Viejo, los geógrafos e historiadores del mundo clásico establecieron el límite de Europa en el Océano Atlántico, incluyendo a Gran Bretaña como una isla europea y señalando la frontera oriental en el Don y en el Mar de Azov. Europa comprendía, para ellos, una enorme variedad de pueblos y culturas (iberos, celtas, britanos, sármatas, tracios, ilirios…) por lo que el término se refería tanto a las poblaciones que integraban el imperio como a las que se encontraban fuera de él.
Ilustración 7. El Impero Romano en su máxima extensión (117 a.D.) https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/6/68/Roman_Empire_117_AD.jpg
De hecho, los romanos concebían su propia civilización como un espacio mediterráneo, ya que, para ellos, el “Mare Nostrum” (Mar Mediterráneo) constituía el centro del mundo civilizado y su Imperio estaba constituido por las regiones bajo su control en torno a él. Por tanto, los romanos utilizaban el término Europa para referirse a las regiones externas que se encontraban al norte de sus fronteras, sin percibir estas regiones de modo unificado sino como territorios diversos habitados por pueblos, culturas, lenguas y costumbres diferentes.
Con la extensión de la ciudadanía romana a todos los habitantes del imperio, Roma perseguía construir una identidad romana común bajo una lengua, una legislación, un gobierno, una moneda y una estructura administrativa compartidas. Pero, aunque la romanización cohesionó sin duda el imperio, dotando a sus habitantes de una identidad compartida, bajo la superficie se mantenían identidades locales y perspectivas ideológicas no cohesionadas, fruto de las creencias anteriores a la llegada de Roma y el panteón grecolatino.
La impronta de la romanización fue tan intensa que se mantuvo durante toda la duración del Imperio, y se extendió a otros pueblos por contacto o alianza. Fue el caso de los pueblos germanos que terminaron invadiendo y conquistando el territorio romano, no sin antes haber adoptado muchas de las costumbres y estructuras romanas y, en algunos casos, incluso el latín como lengua oficial.
- La llegada del Cristianismo
La aparición del Cristianismo y su expansión por el territorio romano fue un fenómeno esencial para el desarrollo de la identidad europea.
Las primeras comunidades cristianas surgieron en el espacio de la Palestina romana, y rápidamente empezaron a expandirse por las provincias del Imperio. Este primer cristianismo se basaba en la idea de la universalidad de la religión, en la que todos eran bien acogidos. Hombres y mujeres de cualquier etnia y origen eran iguales ante Dios. Esta idea universalista facilitó que esta nueva religión tuviera una excelente acogida en un imperio conformado por pueblos tan diversos, donde los ciudadanos procedían de diferentes culturas y creencias. Los propios apóstoles como Palo de Tarso, exhortaban a sus seguidores a proclamarse a sí mismos como miembros de una “ecclesia” (iglesia) que trascendía las diferencias étnicas, sociales y culturales.
“Ya no hay judío ni griego; ya no hay esclavo ni libre; ya no hay varón ni mujer, pues todos sois uno en Cristo Jesús” (San Pablo, Epístola a los Gálatas, 3:28)
Esta universalidad contribuyó a la expansión del cristianismo, entre una población que buscaba una cohesión ideológica que acompañase a la integración política, administrativa y lingüística que ya se había consolidado. La rápida expansión de esta creencia fue entendida por el cuerpo político romano, en sus inicios, como una amenaza ideológica. Para los romanos, uniformes en sus estructuras administrativas y legislativas, pero flexibles en sus creencias religiosas y en su modo de interpretar el mundo cultural, el monoteísmo inflexible de los cristianos era difícil de integrar. Sin embargo, los intentos adoptados por los emperadores para soterrar y eliminar el cristianismo fueron infructuosos. La expansión de esta creencia compartida en un único Dios que acogía a todos bajo los principios de caridad y solidaridad, empezó a trascender al propio imperio.
- El Imperio se debilita, el Cristianismo entra en acción
Cuando en el siglo III, el Imperio Romano se divide en dos espacios que coexistían, el Imperio Romano de Oriente y el Imperio Romano de Occidente, se inicia una nueva diferenciación en la identidad de ambos territorios. Aunque, inicialmente, no se vislumbra una gran diferencia en organización y estructura y los dos emperadores comparten principios comunes para la sostenibilidad del imperio, el sustrato de la población de cada uno de ellos va a empezar a marcar diferencias relevantes. El Imperio Romano de Oriente se encuentra cada vez más influido por las costumbres orientalizantes frente al Imperio Romano de Occidente que sigue abogando por la razón y el orden heredados del mundo griego.
Conscientes de la progresiva debilidad del imperio y sabedores de la fuerza que ha adquirido el Cristianismo, en el año 313 d.C., los emperadores Constantino, emperador del Imperio Romano de Occidente, y Licinio, emperador del Imperio Romano de Oriente, proclamaron el Edicto de Milán. El Edicto de Milán otorgaba libertad de culto en el Imperio, es decir, permitía a los cristianos practicar su fe libremente. Esto, unido a la conversión de Constantino a la fe cristiana, cambiaba la posición social del Cristianismo. De ser una religión minoritaria, perseguida y celebrada en secreto pasaba a obtener el favor del estado.
Ilustración 8. Moneda con la efigie del emperador Constantino I.
https://collections.mfa.org/download/267316
El emperador Constantino sabía de la fuerza de esta religión como elemento de cohesión y unificación social y la utilizó en su beneficio. Tras la división del Imperio en dos espacios coexistentes, el Imperio Romano de Occidente y el Imperio Romano de Oriente, las diferencias culturales entre ambos se habían acrecentado y estaban debilitando al Imperio Romano reforzadas por la creciente inestabilidad política y los ataques del exterior. Por ello, Constantino decidió utilizar el Cristianismo para dotar al Imperio Romano de Occidente de una identidad que cohesionase a la población en torno a una base moral y a una estructura institucional radicada en Roma. Constantino promovió la creación de una iglesia centralizada y en el año 325 d.C., en el Concilio de Nicea, estableció los fundamentos de la doctrina cristina y reforzó la idea de una fe única compartida por los súbditos del Impero.
Ilustración 9. Moneda con la efigie del emperador Teodosio I.
http://en.wikipedia.org/wiki/File:Theod1.jpg
El camino iniciado por Constantino, fue seguido por Teodosio I que, en el año 380 d.C. promulgó el Edicto de Tesalónica estableciendo el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano. Este elemento será esencial en la configuración de la identidad europea, como veremos posteriormente. El Edicto de Tesalónica acababa con la libertad de culto en el imperio, obligando a todos los habitantes del mismo a profesar la religión cristiana según la doctrina establecida en el Concilio de Nicea. Con el apoyo del estado, el Cristianismo se convirtió en el principal referente ideológico de la vida cívica.
En la consolidación de la doctrina cristiana y, con ella, de una identidad cultural común, fue esencial el papel desempeñado por los Padres de la Iglesia. Agustín de Hipona, Jerónimo y Ambrosio de Milán, entre otros, establecieron el papel de la fe cristina en la sociedad y en la política.
San Agustín (Agustín de Hipona) en su obra De Civitate Dei, afirmó que la verdadera comunidad cristiana no era la ciudad terrenal, que estaba destinada a desaparecer, sino la ciudad de Dios que trascendía las fronteras y las divisiones políticas, pero presentó una visión teológica que situaba a Europa como cuna del cristianismo en oposición al paganismo y a los pueblos bárbaros. Estableció una base filosófica para el concepto de cristiandad europea que la diferenciaba de las comunidades exteriores del cristianismo y la dotaba de superioridad frente a ellas. La Iglesia era universal pero su centro de poder se encontraba en Roma, y esto, dotaba a este espacio geográfico y político de superioridad respecto del resto de las comunidades.
San Agustín escribió La Ciudad de Dios para responder ante las acusaciones de que el cristianismo había debilitado al Imperio Romano y provocado su declive. En su obra, San Agustín presenta una visión dual entre la “ciudad de Dios” basada en la fe cristiana y la piedad, frente a la “ciudad terrenal” basada en el egoísmo y el poder temporal. En esta dualidad, San Agustín identifica Europa como la cuna del cristianismo y asocia éste al orden y a la paz en oposición a la decadencia moral del paganismo romano y la barbarie de los pueblos invasores que serían los verdaderos responsables del declinar del imperio romano.
La consolidación del cristianismo como religión oficial permitió la consolidación de una ética cristiana común y una moral cristiana única que trascendía las particularidades de cada cultura local. De este modo se estaba creando una identidad basada en creencias y valores compartidos que empezó a permear en la cultura europea y a distinguirla de otras civilizaciones de la época.
Las invasiones de los pueblos bárbaros, que provenían del Este pero que ya tenían cierto grado de romanización por contacto o alianza con el propio imperio, produjo la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476 d.C. y la creación de los Reinos Germánicos. Este contexto político ponía en dificultades la consolidación de una identidad europea cristiana y podría haber significado la disolución de la cohesión cristiana.
Sin embargo, durante el siglo V d.C., la Iglesia se había estructurado como una institución con sus propias leyes y jerarquía. La jerarquía encabezada por el obispo de Roma, que pasaría a denominarse Papa, estableció un orden compartido por los pueblos de Europa que ayudaría a la continuidad y la cohesión pese a la disolución del Imperio en diversos Reinos Germánicos.
El Papa León I, asumió por primera vez un papel activo en la política romana, llegando a negociar con el huno Atila para evitar la destrucción de Roma en el año 452 d.C. Esta acción presento la Iglesia a los ojos de la comunidad cristiana como la defensora del orden en Occidente. Por ello, cuando en el año 476 d.C., se produce la caída de Roma y con ella la desaparición del Imperio Romano de Occidente, la Iglesia Cristiana permanece como una institución de referencia que seguía ejerciendo no sólo la defensa de una fe común sino también la autoridad moral y espiritual que cohesionaba a los habitantes del continente.
Los pueblos germánicos invasores, por otro lado, presentaban ya un cierto grado de romanización tras décadas de contacto con los romanos. Por esta razón, tras la conquista de sus territorios desarrollaron sus propias estructuras políticas, pero mantuvieron la iglesia como elemento unificador.
Monarcas germanos como Clodoveo, rey de los francos o Recaredo, rey de los visigodos, adoptaron el Cristianismo como fe propia, utilizando éste para promover la unidad de sus súbditos pero también para facilitar su propia integración en una red de relaciones diplomáticas, económicas y culturales que unían a los pueblos de la antigua Roma.
2.4. la identidad y la unidad europeas a finales de la época clásica
En los apartados anteriores hemos analizado como el proceso de integración europea del siglo XX, basado en una identidad compartida que fomenta la unidad de los pueblos europeos, hunde sus raíces en el mundo clásico. Desde el origen mítico del término Europa que recoge no sólo el aspecto geográfico, sino que se enriquece con la idea del contraste e influencia entre la cultura oriental y la occidental, hasta la expansión del cristianismo en el mundo romano, el concepto de Europa va a ir creciendo y enriqueciéndose a medida que los griegos y, tras ellos, los romanos, exploran y conquistan el continente e integran a los pueblos que habitan esos territorios.
El mundo griego, a través de sus pensadores, introduce la idea de la razón, el orden y la democracia y, con ellas, la idea de Grecia como cuna de la civilización. Esta perspectiva va a ir acompañada de un sentimiento de superioridad moral, dado que los cimientos de la civilización se asientan sobre principios de orden y libertad frente al caos, al exotismo y a la esclavitud representada por los pueblos de Asia y África. Estos principios de democracia, orden y superioridad de la razón frente al caos y la barbarie van a ser heredados por el proceso de integración europeo desarrollado en el siglo XX.
La expansión del Imperio Romano y, especialmente, el proceso de romanización, posible gracias a la Pax Romana, genera una primera cohesión entre los habitantes del Imperio Romano. Las estructuras de poder centralizadas en Roma; el modelo legislativo y jurídico; la lengua compartida, el latín; la moneda común; la red de calzadas; los modelos artísticos y arquitectónicos, entre otros, generan en los habitantes del Imperio Romano un sentimiento de pertenencia a una comunidad que trasciende su espacio local. La expansión de la ciudadanía romana tras el Edicto de Caracalla, reconoce esa cohesión entre sus habitantes que, desde ese momento, se sienten orgullosos de pertenecer a un espacio más amplio en cuya defensa se comprometen. En el proceso de integración europeo del siglo XX, encontramos herencias de este periodo. La creación de una entidad superior formada por comunidades locales con costumbres diferentes pero que comparten estructuras políticas, económicas, sociales y culturales; el establecimiento de una administración general que actúa por igual en todos los rincones del imperio; la existencia de una moneda común que facilita las transacciones son elementos heredados del mundo romano que podemos reconocer en la creación de la Unión Europea.
La expansión del Cristianismo, con su idea de universalidad y solidaridad que trascendía las divisiones étnicas y sociales y la proclamación de igualdad entre todos los individuos ante Dios vino a completar el camino iniciado por la extensión de la ciudadanía romana. La doctrina cristiana y sus valores compartidos, una vez que esta religión se convirtió en la oficial del Imperio por el Edicto de Tesalónica, facilitó la cohesión de un imperio multicultural que no había atendido aún a la diversidad ideológica de sus habitantes. La doctrina cristiana empezó a estructurar la vida pública y la ética colectiva influyendo de manera decisiva en el sentimiento de cohesión de los habitantes del imperio. La identidad compartida sobre valores comunes, los principios de solidaridad, caridad y cooperación fueron esenciales en el proceso de construcción de la Unión Europea.
El proceso de integración europea del siglo XX no puede entenderse sin el legado del mundo clásico y del cristianismo. Ambos sentaron las bases para la integración territorial, administrativa y cultural, a los que el Cristianismo añadió una dimensión ética y universalista que fomentó la cohesión en momentos de fragmentación. Estos principios subyacen en los pilares de la Unión Europea: identidad y valores compartidos, unión económica, solidaridad y cooperación y un marco legislativo compartido que asegura la libertad y la protección de los ciudadanos.
Aunque el mundo clásico no configuró Europa tal y como la concebimos hoy en día, estableció los principios y modelos para su evolución hacia la construcción de una identidad propia y una unidad en la diversidad.
3. Capítulo II. Construcción de la identidad y de la idea de unidad europeas durante la Edad Media
- Introducción
Durante la Edad Media, la unidad de Europa va a concebirse en términos religiosos y espirituales bajo el liderazgo de la Iglesia Católica. Tras la caída del Imperio Romano de Occidente en el siglo V, la Iglesia se erigió como la principal institución de cohesión social.
En los siguientes apartados analizaremos como la estructura jerárquica y transnacional de la Iglesia, centralizada en Roma, facilitaron ese sentimiento de identidad y cohesión en una Europa fragmentada en diferentes reinos y sometida a la pugna constante de sus soberanos.
La Edad Media fue una época convulsa en la que la fragmentación política, la disolución de las estructuras comunes del Imperio Romano y las luchas por el poder y la expansión territorial pudieron haber eliminado las primeras semillas del sentimiento de identidad europea. Sin embargo, la doctrina de la Iglesia Católica, y, dentro de ella, algunos movimientos como las reglas monásticas y las peregrinaciones, contribuyeron a mantener un sentimiento de identidad y cohesión basada en un sistema moral y ético compartido que allanaron el camino para la integración europea del siglo XX.
Analizaremos igualmente como el mundo islámico y su expansión territorial facilitaron la configuración de la identidad europea y estimularon la cohesión entre los cristianos europeos, enfrentados a un enemigo común que ponía en riesgo su seguridad y su espiritualidad. Este reconocimiento frente al otro, profundizó en el reconocimiento de una identidad europea moral y espiritualmente superior, que facilitaría la evolución del sentimiento de identidad europea.
3.1. Construcción de la identidad europea durante la Alta Edad Media
Durante la Alta Edad Media (siglos V a X d.C.), la idea de una Europa unida se vinculaba directamente con el concepto de “cristiandad”. Así, la identidad europea se fundaba en la fe cristiana que con su carácter trasnacional superaba las diferentes fronteras y lenguas. La cristiandad con su vínculo espiritual, actuaba, además, como una red social e ideológica que unía a los reinos europeos en una estructura de valores y objetivos compartidos que trascendía la fragmentación política.
Gregorio el Grande (540-604 d.C.), un benedictino elegido Papa en el año 590 d.C. afirma, durante su papado, la primacía romana, reorganiza la disciplina y la liturgia de la iglesia y fomenta la evangelización, enriqueciendo la figura del papado en el imaginario colectivo como la principal potencia de Occidente.
La Alta Edad Media se inicia con la desaparición del Imperio Romano de Occidente, conquistado por diferentes tribus germánicas. Esta disolución reorganiza el mapa político y territorial de Europa y trae runa fragmentación que pone en riesgo el mundo hasta entonces conocido.
Sin embargo, la colaboración del ámbito político y el religioso iniciada en el Imperio Romano, va a mantenerse en los Reinos Germánicos. Los reyes germánicos van a convertirse al cristianismo no sólo por cuestiones religiosas sino, sobre todo, para poder utilizar éste como una herramienta de cohesión de sus súbditos y de integración de su reino en una red más amplia de relaciones diplomáticas y culturales.
Los pueblos germánicos invasores, por otro lado, presentaban ya un cierto grado de romanización tras décadas de contacto con los romanos. Por esta razón, tras la conquista de sus territorios desarrollaron sus propias estructuras políticas, pero mantuvieron la iglesia como elemento unificador.
Monarcas germanos como Clodoveo, rey de los francos o Recaredo, rey de los visigodos, adoptaron el Cristianismo como fe propia, utilizando éste para promover la unidad de sus súbditos pero también para facilitar su propia integración en una red de relaciones diplomáticas, económicas y culturales que unían a los pueblos de la antigua Roma.
La alianza entre el papado y la política se hizo especialmente visible con la coronación de Carlomagno, rey de los francos, como emperador del nuevo Sacro Imperio Romano-Germánico. El Papa León III, corona a Carlomagno en el año 800, otorgando a este rey no sólo la condición de emperador, sino, sobre todo, reviviendo en el imaginario colectivo la idea de un “nuevo imperio romano” cristiano con Carlomagno como defensor de la Iglesia y de la unidad espiritual. De este modo, los cristianos europeos interiorizaban la idea de que la Cristiandad no sólo era un ideal espiritual sino también una fuerza política que unificaba a los pueblos de Europa bajo la autoridad moral del papa y el liderazgo de un emperador cristiano.
Ilustración 10. El emperador Carlomagno. Alberto Durero. Museo Nacional de Alemania
Se iniciaba, así, el concepto de “Respublica Christiana” o comunidad cristiana universal, en la que los cristianos europeos, independientemente de sus orígenes étnicos o políticos, se consideraban parte de un cuerpo espiritual común.
El historiador Jacques Le Goff describe el imperio de Carlomagno como “el primer intento en la historia medieval de imponer una cohesión política a una Europa cristiana dividida”.
Carlomagno impulsó reformas administrativas, culturales y religiosas, entre ellas la revitalización del estudio y el uso del latín, que no solo trataban de revivir el concepto de herencia del imperio romano, sino, sobre todo, de forjar una identidad común. Aunque el Imperio de Carlomagno no abarcaba todos los antiguos territorios romanos, se extendía por gran parte de Europa Occidental, incluyendo los actuales territorios de Francia, Alemania, Países Bajos e Italia, por lo que su impronta permanecería en el tiempo.
Dentro de estas reformas destacaría el renacimiento cultural conocido como “Renovatio Imperii Romanorum” (renovación del Imperio Romano) en el que se impulsó la alfabetización y la estandarización de la escritura carolina y se fomentaron las escuelas monacales y palatinas para preservar y promover el intercambio de ideas mientras se consolidaba una identidad común basada en el legado clásico.
Ilustración 11. El imperio de Carlomagno. María Jesús Campos y Marina Iborra
Aunque, a su muerte en el 814 d.C, el imperio se dividió tras el Tratado de Verdún (843 d.C.) entre sus hijos, su legado perduró. Reyes y emperadores posteriores como Oton I, en el siglo X, intentaron revivir ese ideal del imperio cristiano y aunque los enfrentamientos políticos y los conflictos de poder fragmentaron una y otra vez los intentos de unificación, el concepto de una Europa cristiana unida bajo el mando de un poder sagrado, permaneció en la mentalidad medieval.
Las aspiraciones de Carlomagno de establecer una Europa unida que abarcara gran parte del territorio europeo van a perdurar en el tiempo, sirviendo esta idea de ejemplo para el proceso de integración europea del siglo XX. Esta unión territorial pretendía ser también una unión política como un modo de superar las divisiones nacionales. La renovación cultural propuesta por Carlomagno sirvió también de ejemplo para la construcción de la Unión Europea, en la que las políticas culturales y educativas como el programa Erasmus persigue replicar ese tipo de unidad cultural. La unificación del sistema legal y administrativo será también un ejemplo para la integración europea reciente que promueve la armonización de las leyes entre los estados miembros y la estandarización de normas y principios legales para asegurar la igualdad y la protección de los ciudadanos. Del mismo modo, la unificación de pesos, medidas y monedas impuesta por Carlomagno en sus territorios es también un referente para la creación de la Unión Económica y Monetaria en la Unión Europea.
Carlomagno es, de hecho, considerado un referente y precursor de la Unión Europea como demuestra el Premio Carlomagno que se otorga anualmente desde 1950 para reconocer contribuciones destacadas a la unidad europea.
Aunque el imperio de Carlomagno fue efímero, su visión de una Europa unida bajo principios comunes influyó indirectamente en el proceso de integración europeo del siglo XX. Los líderes de la Unión Europea, especialmente, los padres fundadores usaron su legado como inspiración para superar las divisiones nacionales y construir una Europa basada en la cooperación, la cultura compartida y la paz.
3.2. Construcción de la identidad europea durante la Baja Edad Media
La Baja Edad Media (siglos XI al XV) fue un periodo crucial en la historia de Europa que marcó la transición hacia el Renacimiento. Durante este tiempo se produjeron importantes transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales que influirían en el desarrollo del concepto de identidad europea.
A partir del siglo XI, los Papas adoptan un rol más intervencionista en el terreno político. Este rol se encontraba reforzado por la identidad de mediador y autoridad moral que el Papado venía ejerciendo. El objetivo oficial del Papado era promover la paz y la unidad espiritual, pero, junto a este, se situaba un esfuerzo por aumentar su influencia sobre los gobernantes seculares.
En el Concilio de Clermont en 1095, el Papa Urbano II, convocó la Primera Cruzada llamando a la unidad de los reinos cristianos para liberar Tierra Santa de manos musulmanas. Se trataba de un primer intento de unificar Europa bajo una causa común. Las Cruzadas, aunque con un claro fin religioso, contribuyeron a consolidar una identidad cristiana compartida que trascendía las fronteras políticas y la fragmentación territorial.
Durante el siglo XIII, el Papa Inocencio III pretendió crear una sociedad de naciones cristianas unida bajo el liderazgo del papado. Según su idea, Europa debía ser “un cuerpo místico unido en Cristo y gobernado por la verdad divina”. Huelga decir que, la verdad divina estaba en manos del Papa.
“El enemigo de la fe cristiana ha levantado su cabeza orgullosa…No debemos ser ociosos mientras la fe vacila y las amenazas crecen, pues somos los guardianes de la unidad de la cristiandad. Recordad que Cristo mismo no ha confiado el deber de preservar a sus fieles como una sola comunidad bajo su bandera sagrada” (Papa Inocencio III, Quia Maior, 1213)
La Baja Edad Media supone también una ruptura de las estructuras feudales. Gracias al renacimiento comercial se produce un renacimiento urbano y la aparición de burguesías urbanas que agudizarán las tensiones entre los estamentos sociales. Al tiempo que el sistema feudal se debilita se fortalece el poder de los reyes que inician la formación de los primeros estados nacionales y promueven la aparición de instituciones como Parlamentos y Cortes Generales con función de asesoramiento.
Pese a que la Iglesia va a enfrentar también crisis internas como el Cisma de Occidente (1378-1417) que pone en cuestión quién debe ocupar la silla pontifical, se mantiene como garante de la unidad europea pese a los cambios políticos que promueven la fragmentación del mapa Europeo y acrecientan las disputas territoriales entre soberanos.
3.3. El papel de las escuelas monásticas, las escuelas episcopales y las universidades medievales en la construcción de la idea de unidad europea
Mientras en las altas esferas políticas, el Papa y los reyes y emperadores colaboran en su propio beneficio y pugnan por establecer una jerarquía siempre en disputa, la idea de república o comunidad cristiana se extiende por el territorio europeo gracias a las predicaciones de los religiosos y a la expansión de las órdenes monásticas.
En un espacio político y territorial fragmentado, una nueva estructura social y religiosa mantiene la identidad de la comunidad cristiana. Se trata de los monasterios. Las reglas monásticas y sus monjes van a desempeñar un papel fundamental en la evangelización de las poblaciones europeas y, con ella, en la expansión de una doctrina y unos valores asociados a la ética cristiana que cohesionaban y daban unidad a los europeos.
San Benito de Nursia (480-547 d.C.) establece la regla benedictina, convirtiéndose en patriarca de los monjes de Occidente. En su Regula Benedicti (Regla de San Benito), impone los principios de obediencia, pobreza, trabajo y oración como elementos esenciales de la vida monástica. Esta regla es la estructura básica que guía la creación de numerosos monasterios en Europa. Los monasterios se multiplicaron convirtiéndose en lugares de oración y recogimiento, pero también en centros de cultura y pensamiento que ejercían un papel fundamental en la consolidación y expansión de las ideas.
“La regla benedictina fue el primer código de comportamiento monástico que tuvo un alcance continental” (Jacques Le Goff, La civilización del Occidente Medival, 1984)
Siguiendo la estela de la regla benedictina, surgen también los monasterios cistercienses y cluniacenses. Sus monjes no sólo eran devotos y evangelizadores, sino también educadores, misioneros, sanadores y constructores de comunidad. La identidad cristiana compartida, transmitida a través de los monjes, unió a los pueblos europeos divididos tras la caída del Imperio Romano.
Ilustración 12. Letra capital que representa a un monje en el scriptorium.
Imagen modificada con IA. María Jesús Campos y Marina Iborra
En el siglo X, la fundación de la abadía de Cluny en Francia inicia una reforma monástica para revitalizar el monacato bajo principios de mayor austeridad y centralización. Cluny estableció una red de monasterios distribuidos por Europa, pero vinculados directamente a la abadía madre, lo que generó una estructura organizativa que trascendía las divisiones locales y fomentaba la idea de una Europa Cristiana unidad bajo una misma espiritualidad y dirección. Cluny, apoyada por varios papas y por la nobleza, se convirtió en un referente moral y espiritual de la Europa medieval. Gracias a esto adoptó un papel de mediación en los conflictos entre los señores feudales.
El abad Odón de Cluny (878-942) sostenía que los monasterios debían ser “faros de luz” en un continente asolado por la guerra y el desorden. Así, Cluny establecía Europa sobre una fe y unos principios éticos compartidos y muy centralizados en la abadía madre.
“Cluny impuso una nueva sensibilidad en Europa, una espiritualidad transfronteriza que preparó el camino para una Europa con una ética compartida” (Georges Duby, El año mil, 1973)
El siglo XII vería desarrollarse una nueva reforma monástica, la reforma cisterciense. Esta nueva regla, más austera y autónoma, llevó el monacato a las zonas más rurales y remotas de Europa. Los monasterios cistercienses, además de centros de espiritualidad, estudio y cultura, se convirtieron en centros de desarrollo económico al trasladar técnicas agrícolas hasta entonces desconocidas en esos entornos y fomentar la construcción de infraestructuras.
San Bernardo de Claraval afirmaba que la misión de los cistercienses era “cultivar el desierto” haciendo referencia a la importancia de llevar la civilización y la fe cristiana hasta lugares remotos de Europa que habían escapado del control de los poderes políticos centrales. Los cistercienses contribuyeron, de este modo, a educar y a integrar a comunidades rurales que, hasta entonces, habían permanecido casi aisladas y al margen de la integración social.
El papel de los monasterios en la Edad Media fue fundamental especialmente ante la llegada de las invasiones normandas, eslavas y musulmanas, al promover la resiliencia y la solidaridad entre los pueblos cristianos vinculándola a un ideal superior.
Los monasterios actuaron, además, como centros de aprendizaje donde se copiaban manuscritos antiguos, lo que permitió conocer y preservar el conocimiento clásico durante los siglos de inestabilidad política y fragmentación territorial acaecidos tras la caída del Imperio Romano de Occidente.
Estas escuelas monásticas se vieron acompañadas de las escuelas episcopales, que surgieron alrededor de las catedrales, cuando las ciudades empezaron a resurgir. Aunque, al principio, estos estudios estaban destinados a la formación del clero, con el tiempo empezaron a admitir a laicos. Así, las escuelas de Paris, Reims o Chartres se convirtieron en centros de excelencia que atraían a estudiantes de toda Europa.
“Las escuelas monásticas y episcopales fueron las primeras instituciones que fomentaron una idea de comunidad europea basada en la transmisión del saber cristiano y clásico” (Henri-Irénée Marrou, Historia de la educación en la Antigüedad, 1948)
El desarrollo de las escuelas monásticas y episcopales propició el surgimiento de la escolástica, un método de enseñanza que aspiraba a reconciliar la fe cristiana con la razón. Este método representó un esfuerzo por crear un pensamiento coherente que pudiera ser compartido por toda la Europa cristiana, estableciendo así un marco común para la enseñanza y el debate intelectual. La escolástica se benefició de las ideas aristotélicas que habían sido reintroducidas en Europa gracias a la llegada de las traducciones de los textos árabes realizados por eruditos como Averroes, y es, por tanto, resultado del contacto del mundo Europeo cristiano y el mundo islámico que devuelve a Europa parte de sus raíces clásicas.
“La obra de Tomás de Aquino (uno de los mayores representantes de la escolástica) representa la unificación del pensamiento cristiano en una Europa dividida políticamente” (Étienne Gilson, La filosofía en la Edad Media, 1922)
El mundo intelectual de la Europa cristiana se enriqueció en el siglo XII con la aparición de las universidades. A diferencia de las escuelas monásticas y episcopales, las universidades eran instituciones autónomas, con una estructura organizativa propia, auspiciadas por el papado y los monarcas, que les otorgaban sus privilegios, y que acogían a estudiantes laicos. La Universidad de Bolonia, fundada en 1088, es considerada la primera universidad de Europa. Se especializó en el estudio del derecho romano y canónico.
Las universidades se convirtieron en centros de intercambio intelectual que trascendían la división territorial y las fronteras políticas al atraer a profesores y estudiantes de diferentes partes de Europa. El sistema educativo utilizado, basado en el trívium (gramática, retórica y lógica) y en el quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía), proporcionó una base común de conocimiento que ayudó a dar homogeneidad a la educación europea. Las universidades contribuyeron a la creación de un corpus de saber compartido en Europa.
Ilustración 13. Miniatura italiana de una lección universitaria en el Medievo.
Biblioteca Municipal de Cambrai
El hecho de fomentar y encarnar una cultura académica compartida y el servir de lugares de encuentro para estudiantes e intelectuales de toda Europa fomento la consolidación de la identidad europea. Los debates académicos y los intercambios de ideas y obras ayudaron a consolidar una visión del mundo unificada basada en la fe cristiana y el pensamiento racional.
Las universidades fomentaron el uso del latín como lengua académica común. El latín facilitó esa comunicación intelectual y la creación de una cultura transnacional europea.
“La universidad medieval fue una institución clave en la construcción de Europa, no sólo como un espacio político, sino también como un espacio cultural y espiritual” (Jacques Le Goff, La civilización del Occidente medieval, 1964)
El legado de estas instituciones medievales al crear un sistema educativo europeo que valoraba la razón, la fe y el diálogo intelectual contribuyó a la idea de una Europa culturalmente unida, basada en una tradición común compartida, capaz de cooperar superando las barreras territoriales y de trabajar en instituciones que aglutinaban intelectuales de diferentes partes de Europa.
Las escuelas monásticas propiciaron la unidad cultural y espiritual de Europa al actual como guardianes de la fe cristiana y la moral común. El ideal de una Europa unida que guiaba el proceso de integración europeo del siglo XX bebía de esta herencia espiritual y cultural preservada por los monasterios.
Las escuelas episcopales ampliaron estas ideas al admitir a laicos en sus estudios. Esto, junto con el uso del latín como lengua común, facilitó la comunicación e intercambio de ideas que se apoyaban en un curriculum que sentó las bases del pensamiento lógico europeo que unía, a través de la escolástica, la filosofía clásica con el pensamiento cristiano. Para la escolástica la filosofía clásica era una herramienta para comprender la fe. Al mismo tiempo, introdujo métodos de debate y argumentación sistemática que favorecieron el intercambio de ideas. Esta recuperación de la tradición grecolatina junto con los métodos de debate y negociación como herramientas de desarrollo intelectual pero también de solución de conflictos, fue heredada por el proceso de integración europeo del siglo XX.
Las universidades medievales ampliaron el trabajo iniciado por las escuelas monásticas y episcopales. Al facilitar el encuentro entre estudiantes y profesores de toda Europa favorecieron la consolidación de una comunidad intelectual transnacional. Esta idea de la educación como herramienta de cohesión e identidad europeas fue heredada por la Unión Europea que ha promovido programas de movilidad y cooperación educativas con mecanismos como el Programa Erasmus. Además, los principios educativos de las universidades medievales (universalidad del conocimiento, libertad, dignidad y respeto a los derechos humanos) fueron principios que iluminaron la construcción de la Unión Europea.
Las escuelas monásticas, las escuelas episcopales y las universidades medievales desarrollan principios fundamentales como la solidaridad, el diálogo, la educación como elemento cohesionador y la movilidad intelectual basada en la universalidad del conocimiento que fueron fundamentales para la construcción de la Unión Europea. Estos ideales que se sobreponían a las divisiones territoriales y políticas mostraban a los europeos que, a través de la educación y las ideas compartidas se podía construir una Europa basada en la cooperación, el diálogo y el entendimiento mutuo.
3.4. Las peregrinaciones como elemento cohesionador de la identidad europea
Las peregrinaciones europeas hunden sus raíces en el cristianismo primitivo, en el que los fieles visitaban los santos lugares para acercarse a la divinidad. Los tres grandes centros de peregrinación de la Europa medieval fueron Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela.
Desde el siglo IV, con la conversión del emperador Constantino al cristianismo, la peregrinación a Tierra Santa se presentó como una manifestación importante de piedad religiosa. Roma fue otro centro fundamental de peregrinación. Sede del papado y hogar de las reliquias de los apóstoles Pedro y Pablo, se consolidó como el centro del cristianismo occidental, reforzando la autoridad papal y la idea de una Iglesia universal bajo su hegemonía.
Cuando en el siglo IX se descubrió la tumba del apóstol Santiago en Santiago de Compostela, se inicia una de las principales rutas de peregrinación europeas. Miles de peregrinos de todos los rincones del continente recorrerán este camino en busca de fe, de indulgencias, de milagros o de perdón por sus pecados. Aunque las peregrinaciones eran fundamentalmente religiosas, los viajes de estos peregrinos sirvieron para conectar culturas, costumbres e ideas, facilitando el intercambio cultural y consolidando el sentimiento de pertenencia a una comunidad cristiana más amplia que superaba lenguas y fronteras.
“El Camino de Santiago no sólo fue una ruta religiosa, sino un crisol de culturas donde los peregrinos de toda Europa compartían experiencias, tradiciones y conocimientos, fomentando una idea de identidad común”. (Georges Duby, Los tres órdenes: la imaginación del feudalismo, 1978)
Los peregrinos pertenecían a múltiples estamentos sociales, pero compartían una fe y una devoción comunes que ayudaron a consolidar un sentido de fraternidad europeo.
El descubrimiento de la tumba de Santiago se interpretó en el mundo medieval no sólo como un milagro, sino también como un símbolo de resistencia frente al Islam en la Península Ibérica.
Ilustración 14. Caminos de Santiago. Fuente: Ayuntamiento de Pamplona. https://www.pamplona.es/caminodesantiago/caminofrances/historia
Además, de iglesias y catedrales, las rutas de peregrinación requirieron de un sistema de infraestructuras que facilitara el tránsito y alojara a los peregrinos. Por toda Europa se desarrollaron infraestructuras que incluían hospederías, hospitales, puentes, caminos… que se beneficiaron y fueron ejemplo del intercambio de ideas y estilos artísticos entre diferentes espacios europeos. El arte románico y gótico se extendieron por todo el continente gracias a estas rutas.
Las peregrinaciones tuvieron, además, un impacto profundo en la economía y la cultura.
La identidad cristiana de Europa se vio fortalecida gracias a estas prácticas religiosas que también fomentaron la creación de una identidad supranacional. Los peregrinos, de diferentes orígenes, compartían unos ritos y una devoción comunes que superaban la fragmentación lingüística, política o territorial.
Consciente de ello, la propia iglesia fomentó las peregrinaciones como herramienta de cohesión social y cultural. Así, el papa Calixto II, en su Liber Sancti Jacobi (c. 1130) establecía la peregrinación a Santiago de Compostela como un deber cristiano.
El proceso de integración europeo desarrollado en el siglo XX recoge ideas que provienen de las peregrinaciones medievales. Las rutas de peregrinación suponían proyectos religiosos y culturales trasnacionales que superaban las barreras territoriales. Esta estructura organizativa inspiraría formas de cooperación europea, con redes de movilidad supranacionales que facilitan la movilidad y colaboración entre estados. Inspiraría además las políticas de libre circulación, especialmente las vinculadas a la movilidad cultural y educativa como el Programa Erasmus, o los Itinerarios Culturales Europeos que destacan rutas especialmente vinculadas al patrimonio y la identidad europeas. Además, las peregrinaciones pusieron de manifiesto que era posible construir una identidad común que permitiera superar las divisiones políticas y geográficas.
3.5. Los precursores medievales de la Unión Europea
El término Europa dejó de utilizarse en los textos medievales a medida que los estados-nación y las monarquías se iban consolidando. Las disputas entre ellas, entre las monarquías y el Papado y las incursiones mongolas y turcas crearon en el imaginario colectivo una zozobra y un miedo que retrotraía a los europeos a la experiencia vivida tras el colapso del Imperio Romano de Occidente.
Ante esta situación, algunos intelectuales empiezan a recuperar la idea de Europa como un ideal de unidad de los reinos cristianos que puede proporcionar paz, armonía y seguridad frente a las amenazas exteriores.
Dante Alighieri, (1265-1321) autor italiano conocido principalmente por La Divina Comedia, utilizó de manera habitual el término Europa en sus obras. En su obra De Monarchía (1308) reflexiona sobre la organización política ideal. Para Dante, es necesaria la creación de una monarquía universal que asegurase la paz entre los reinos cristianos de Europa.
“La humanidad es más eficaz cuando hay unidad” (Dante, De monarchia, I.9, 1308)
Para Dante, el Sacro Imperio Romano Germánico sería la entidad ideal para asumir este papel unificador. Aunque reconocía al Papa como árbitro entre los soberanos cristianos y como la figura a través de la cual el emperador recibía su autoridad, consideraba que el emperador en el ejercicio de su “potestas” debía estar subordinado a Dios y no al Papa. El Papa debía centrarse en los asuntos espirituales, mientras que el emperador se ocuparía del bienestar material y político.
Las ideas de Dante inspiraron a los políticos e intelectuales fundadores de la Unión Europea al promover una unidad basada en valores compartidos (razón, justicia y bien común), en el laicismo (separación Iglesia y Estado), y cuyo objetivo debe ser prevenir conflictos a través de instituciones comunes.
A diferencia de Dante, Pierre Dubois (1255-1371), jurista normando, consejero del rey de Inglaterra Eduardo I y del rey de Francia Felipe IV y diputado en los Estados Generales de Francia, rompe con la idea de una monarquía universal que controle todos los territorios europeos. Fue uno de los primeros pensadores que propusieron un plan sistemático para la unidad de Europa.
En su obra De Recuperatione Terrae Sanctae establece un modelo de cooperación interestatal no sólo para la recuperación de Tierra Santa sino también para asegurar una paz duradera entre los estados europeos. Su plan postulaba un modelo de Asamblea que reuniera a los príncipes europeos, eclesiásticos y laicos, y que, bajo el control del Papa, regulase y arbitrase los conflictos entre soberanos. Su sede se encontraría en Toulouse desde donde arbitraría los conflictos entre príncipes, reservándose al Pontífice el derecho a decidir sobre las apelaciones. Además, Dubois abogó por una educación de los jóvenes nobles en un ambiente multicultural para fomentar la cooperación.
“La paz es el camino indispensable para el éxito en cualquier empresa cristiana conjunta” (Pierre Dubois, De recuperatione Terrae Sanctae, c. III).
Las ideas de Dubois sobre la búsqueda de la paz a través de la unificación establecida por una alianza permanente basada en un sistema legal unificado y aceptado por todos, son ideas que serán recogidas por el proceso de integración europeo del siglo XX. La noción de una Europa pacífica gobernada por el derecho común es un principio central de la Unión Europea actual.
Aunque con un objetivo religioso y señalando la hegemonía del Papado, las ideas de Pio II resuenan en el proceso de integración europea al señalar la existencia de una identidad común marcada por la religión católica que debía concretarse en una unidad de los cristianos. La idea de cooperación política y defensa común son ideas que resuenan en los procesos integradores de la Unión Europea, así como las de creación de instituciones supranacionales y alianzas políticas.
3.6. La identidad y la unidad europeas como oposición al mundo islámico.
La Edad Media en Europa vivió la expansión y consolidación del Imperio Islámico. Las confrontaciones, pero también las relaciones entre el mundo islámico y Europa fueron fundamentales para el desarrollo de la identidad cultural de ambos espacios.
Para entender cómo fue percibida Europa desde el mundo islámico durante la Edad Media, es necesario examinar una compleja red de interacciones que abarcó desde los primeros encuentros entre el Califato Omeya y los pueblos europeos hasta el periodo de las Cruzadas. La percepción islámica de Europa no solo fue moldeada por conflictos militares, sino también por intercambios culturales, filosóficos y comerciales. A lo largo de la Edad Media, el mundo musulmán, a través de sus grandes centros de conocimiento como Bagdad y Córdoba, desarrolló una visión multifacética y cambiante de lo que representaba Europa. Este capítulo aborda la evolución de dicha percepción, analizando los momentos clave y los actores influyentes que participaron en la construcción de una identidad europea a los ojos del mundo islámico.
¿Qué visión tenía el mundo islámico de Europa?
Durante la Edad Media, la cartografía y la geografía experimentaron un notable desarrollo en el mundo islámico. La expansión del Imperio Islámico, las relaciones diplomáticas y los viajes de los propios geógrafos ampliaron el mundo hasta entonces conocido.
Al-Idrisi (1100-1165), geógrafo árabe que trabajó en la corte de Roger II de Sicilia en el siglo XII, elaboró mapas y descripciones que incluían a Europa. En su obra Tabula Rogeriana, describía Europa no sólo como un espacio físico dividido en reinos diversos sino también como un espacio de constante interacción de culturas, añadiendo, en esta interacción, la influencia del islam.
Para los musulmanes Europa era un territorio distante, pero también un espacio de rivalidad y coexistencia, un espacio para la expansión y la conquista.
Tras la conquista de la Península Ibérica durante el Califato Omeya, las relaciones culturales del mundo islámico se intensificaron. Las obras griegas, persas y romanas que el mundo islámico había conservado y traducido, llegaron, gracias a este contacto, al conocimiento de los intelectuales europeos. Este intercambio cultural y académico entre el mundo islámico y Europa fue esencial para la formación de la identidad europea, ya que, gracias a las traducciones de los musulmanes, los filósofos e intelectuales europeos pudieron redescubrir su herencia clásica durante el Renacimiento.
El pensamiento musulmán construía el concepto de Europa por contraste a la civilización islámica. Europa aparecía como un espacio geográfico y político fragmentado en diferentes reinos, frente al mundo islámico, unificado y organizado, primero bajo el Califato Omeya y después bajo el Califato Abasí, con espacios europeos autónomos como el Califato de Córdoba. Esta unidad dotó al califato de una notable cohesión y riqueza cultural que introdujo en el mundo islámico la idea de una Europa menos avanzada en conocimientos y cultura y muy fragmentada políticamente.
La expansión islámica
El Islam surgió en el siglo VII como una confesión religiosa fundada por Mahoma (c. 570-632) aglutinando ideas de las anteriores confesiones monoteístas, judaísmo y cristianismo. Para los musulmanes, la doctrina islámica había sido revelada a Mahoma por parte de Alá, el dios supremo. Así, la era musulmana comenzó en el 622 con la Hégira, cuando Mahoma inicia la misión de extender la doctrina islámica por la evangelización y la conquista.
El primer encuentro significativo entre el mundo islámico y Europa ocurrió durante la expansión del Califato Omeya (661-750). Desde la muerte de Mahoma los musulmanes habían extendido su control desde Arabia hacia el norte de África hasta cruzar en el 711 el Estrecho de Gibraltar, que separa África de Europa, para conquistar casi toda la Península Ibérica y cruzar los Pirineos hasta ser detenidos y derrotados por Carlos Martel en la batalla de Poitiers. De este modo, el mundo musulmán ponía pie en Europa, aunque era contenido al sur de las fronteras de la Galia.
Así, en el año 754 la crónica mozárabe Chronicon Hispaniae, se refiere a los soldados que derrotaron a los musulmanes en Poitiers como “europeos” o “gentes de Europa”, designando así a la comunidad continental para distinguirla del mundo musulmán.
Las crónicas musulmanas del periodo omeya, como la de Al-Baladhuri, describen a los habitantes de Europa como pueblos guerreros, poco organizados y primitivos en comparación con la sofisticación de las grandes ciudades islámicas como Damasco o Bagdad.
“(los europeos eran) gentes bárbaras que habitan en las tierras frías y que viven en la ignorancia de la sabiduría” (Al-Masudi, Los prados de oro y las minas de piedras preciosas, 947)
Para los omeyas, los europeos eran, sobre todo, cristianos, seguidores de una fe contraria al Islam y, además, representaban una amenaza a su poder militar y a sus deseos de expansión territorial.
Ilustración 15. Mapa de la expansión del Califato Omeya. https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/7/72/Map_of_expansion_of_Caliphate.svg/800px-Map_of_expansion_of_Caliphate.svg.png?20220827181650
Frente a estas descripciones en general despectivas y centradas en la barbarie y el desconocimiento científico de los europeos, algunos cronistas árabes también destacaban la bravura de los europeos en la batalla y la organización de sus sistemas feudales.
Esta dualidad en la percepción va a alumbrar toda la visión musulmana de Europa durante la Edad Media. El mundo musulmán oscilará entre el desprecio a Europa, un modo de reivindicarse también a sí mismo, y el descubrimiento de Europa como un espacio de negociación y enriquecimiento cultural mutuo.
Con la caída de los Omeyas y la creación del Califato Abasí (750-1258), la relación con Europa experimentó un cambio notable. Bagdad, capital del califato, se convirtió también en un centro intelectual. En la Casa de la Sabiduría, los intelectuales y filósofos musulmanes traducían textos griegos, persas y romanos al árabe. Esta labor contribuyó a la preservación de esos textos y permitió que fueran conocidos por los intelectuales europeos que, de este modo, integrarían el pasado grecolatino a la formación de la identidad europea.
Filósofos como Al-Farabi y Avicena desarrollaron una visión más compleja de Europa y de sus habitantes, gracias a que ellos mismos habitaban espacios europeos. Aunque la idea de superioridad cultural se mantiene, en las obras de estos científicos se reconoce a Europa como origen de una importante tradición filosófica y científica, aunque, según los pensadores musulmanes, los cristianos habían distorsionado las ideas originales y también la doctrina de Jesús.
Así, aunque el mundo musulmán consideraba a la Europa medieval como una tierra bárbara también la reconoce como una fuente de conocimiento valioso.
El contacto entre el mundo islámico y el mundo europeo cristiano se produce, de manera, especialmente intensa en la Península Ibérica. El Califato de Córdoba (929-1031), supone la presencia del mundo musulmán en Europa, pero también el contacto directo de éste con los reinos cristianos del norte y con los peregrinos europeos que viajaban a Santiago de Compostela.
Intelectuales andalusíes como Ibn Hazm y Al-Zahrawi recogen en sus escritos reflexiones sobre el conocimiento que llega del norte, aunque la visión de una Europa atrasada en cuestiones científicas y culturales se mantiene dentro del ideario musulmán.
Durante el reinado de Abderramán III, el comercio con los cristianos del norte aumentó, y la diplomacia permitió un intercambio de embajadas. Europa dejo de suponer sólo una amenaza militar para presentarse como una oportunidad comercial y una fuente de bienes, intercambios y conocimientos.
Los intelectuales andalusíes del Califato de Córdoba son un excelente ejemplo de cómo la percepción de Europa era, a la vez, crítica y apreciativa. En la Península Ibérica, la convivencia entre judíos, cristianos y musulmanes facilitó un intercambio cultural y científico sin precedentes. El trabajo de estos intelectuales y sus tradiciones tuvieron un impacto fundamental en la creación del pensamiento europeo. Averrores (1126-1198), a través de sus comentarios sobre Aristótelés, influyó en el pensamiento europeo en la obra de Tomás de Aquino, ya que el escolasticismo medieval, que perseguía aunar la fe con la razón, tomó prestadas interpretaciones árabes de los textos griegos.
“El escolasticismo europeo debe su metodología y su base epistemológica a las tradiciones desarrolladas en las madrasas islámicas y transmitidas a través de Al-Andalus”. (George Makdisi, El auge de las universidades: instituciones de aprendizaje en el Islam y Occidente, 1990)
La percepción de Europa en el mundo islámico contribuyó a consolidar la identidad islámica, pero de igual modo, fomentó la consolidación de la identidad europea.
El contacto con el mundo islámico, una civilización con una religión contraria al Catolicismo que había desvirtuado las enseñanzas de Jesús y con un espíritu de expansión que ponía en peligro la integridad territorial de Europa, contribuyó a la unidad de Europa.
El contacto con el mundo islámico ayudo a los europeos a definirse en contraposición a una civilización avanzada y cosmopolita con la de Al-Ándalus contribuyendo a la creación de una identidad propia.
El choque entre Europa y el mundo islámico: las Cruzadas
El estallido de las Cruzadas en el siglo XI reforzaría la idea de unidad de la Cristiandad europea frente al enemigo exterior pero también transformaría radicalmente la imagen de Europa en el mundo islámico. La llamada del Papa Urbano II a la Primera Cruzada (1905) inauguró una serie de enfrentamientos militares que marcaron las relaciones entre el mundo islámico y Europa durante más de dos siglos.
Ilustración 16. Godofredo de Bouillon en el asalto a Jerusalen. Charles Verlat.
Museo de Bellas Artes de Bélgica
Para los musulmanes, los cruzados eran invasores bárbaros, belicosos y atrasados que encarnaban la idea que el mundo islámico tenía de Europa.
Cronistas musulmanes como Ibn al-Athir describieron a los cruzados como violentos, ignorantes y motivados por un fervor religioso irracional. La masacre de Jerusalén en el 1099, consolidó esta percepción negativa de los europeos como invasores bárbaros.
En las Cruzadas, los europeos aunados por el Papado y la idea de Cristiandad aunaron sus fuerzas frente al mundo islámico. Iniciadas a finales del siglo XI por iniciativa del papado, marcaron un periodo crítico entre el mundo islámico y Europa. Pero, además de suponer un conflicto armado, las Cruzadas se convirtieron también en una oportunidad para incrementar la relación e intercambio cultural entre ambos mundos.
Las crónicas de las Cruzadas, tanto de autores islámicos como europeos, fueron esenciales en la construcción de la identidad de ambos espacios. La literatura islámica frecuentemente desdeña y desprecia a los caballeros cristianos y a sus acciones, tachando a éstos de bárbaros e incivilizados.
Personajes como Saladino se convirtieron en símbolos de la resistencia islámica frente a los cruzados, pero también de unificación cultural e identidad musulmana frente a los invasores. Así, las crónicas escritas sobre Saladino destacan sus hazañas militares, pero también presentan a un gobernante ético que se esfuerza por tratar a los prisioneros con respeto.
A los ojos de los musulmanes, los cristianos, personificaban una Europa unificada por una causa común: la defensa de la cristiandad. Esto produjo un cambio en la concepción de Europa. Si antes el mundo islámico había considerado a Europa como un espacio políticamente fragmentado, ahora lo percibía como una fuerza cohesionada con un poder militar considerable.
Para los europeos, unificados por el Papado bajo una causa común que se sobreponía a fronteras, lenguas y diferencias culturales, en defesa de la Cristiandad, las Cruzadas facilitaron la consolidación de una identidad europea en oposición al mundo islámico, un proceso que se reflejó en el arte, la literatura y la política de la época.
Durante la Edad Media, la relación entre el mundo islámico y el mundo cristiano europeo fue compleja y multifacética, marcada por momentos de conflicto, pero, también por periodos de cooperación, intercambio cultural y progreso en diferentes áreas de conocimiento. Los enfrentamientos militares sirvieron para consolidar las identidades de ambos mundos frente a un enemigo exterior al que despreciaban por bárbaro y erróneo; los intercambios culturales, especialmente a través de Al-Andalus, contribuyeron, a su vez para trasladar conocimientos y técnicas entre ambos mundos. En este sentido fue especialmente importante la recuperación del pasado grecolatino europeo gracias a las traducciones árabes de los filósofos griegos y romanos del mundo clásico. Estas traducciones y sus interpretaciones tuvieron una profunda influencia sobre la escolástica europea y dejarían su impronta en el modo en el que los europeos se identifican a sí mismos y a sus raíces clásicas.
El redescubrimiento de los textos clásicos, que los musulmanes habían preservado y comentado, fue fundamental para el desarrollo del Renacimiento europeo. La relación bélica, a través de las Cruzadas y la Reconquista, ayudaron a definir la identidad europea en un contexto religioso y cultural.
3.7. Conclusión
La Edad Media fue una época convulsa en la que la fragmentación política, la disolución de las estructuras comunes del Imperio Romano, las luchas por el poder y la expansión territorial podrían haber debilitado el desarrollo de una identidad europea común. Sin embargo, la doctrina de la Iglesia Católica contribuyó a mantener un sentimiento de identidad y cohesión basado en un sistema moral y ético compartido que allanaron el camino para el proceso de integración europea del siglo XX.
Durante la Edad Media, la unidad de Europa se concibió en términos religiosos y espirituales bajo el liderazgo de la Iglesia Católica, principal institución de cohesión social y moral.
La estructura jerárquica y centralizada de la Iglesia Católica facilitó que el Papado se presentase en el imaginario colectivo europeo como el poder supremo emanado de Dios y garante de la seguridad y estabilidad d ellos pueblos. La doctrina católica, sus ritos y valores unificados ofrecían un marco en el que los europeos se sentían miembros de una comunidad global que superaba las barreras políticas y territoriales.
Frente a la fragmentación política y las disputas por el poder, en las que también participaban los Pontífices romanos, las redes de monasterios con sus escuelas monacales, las escuelas episcopales desarrolladas en torno a las catedrales y, posteriormente, el desarrollo de las universidades actuaron como elementos culturales y educativos que vincularon a la comunidad europea en torno al saber y la fe.
Las escuelas monásticas propiciaron la unidad cultural y espiritual de Europa al actual como guardianes de la fe cristiana y la moral común. Las escuelas episcopales ampliaron estas ideas al admitir a laicos en sus estudios y desarrollaron la escolástica como método intelectual para aunar fe y razón. El desarrollo de las universidades favoreció la creación de una comunidad intelectual europea que tenía en el debate y la argumentación su método principal.
Las escuelas monásticas, las escuelas episcopales y las universidades medievales desarrollan principios fundamentales como la solidaridad, el diálogo, la educación como elemento cohesionador y la movilidad intelectual basada en la universalidad del conocimiento que fueron fundamentales para la construcción de la Unión Europea. Estos ideales que se sobreponían a las divisiones territoriales y políticas mostraron a los europeos que, a través de la educación y las ideas compartidas, se podía construir una Europa basada en la cooperación, el diálogo y el entendimiento mutuo. El ideal de una Europa unida que guiaba el proceso de integración europeo del siglo XX bebía de esta herencia espiritual y cultural preservada por los monasterios.
Las peregrinaciones contribuyeron también a este intercambio de ideas y conocimientos. La identidad cristiana de Europa se vio fortalecida gracias a estas prácticas religiosas que también fomentaron la creación de una identidad supranacional. Los peregrinos, de diferentes orígenes, compartían unos ritos y una devoción comunes que superaban la fragmentación lingüística, política o territorial. La movilidad religiosa requirió de unas infraestructuras y estructuras organizativas que asegurasen la seguridad y asistencia de los peregrinos. Esta estructura organizativa inspiraría formas de cooperación europea, con redes de movilidad supranacionales que facilitan la movilidad y colaboración entre estados. Inspiraría además las políticas de libre circulación, especialmente las vinculadas a la movilidad cultural y educativa como el Programa Erasmus, o los Itinerarios Culturales Europeos.
Durante la Edad Media, la identidad y la unidad europea se construyeron también por oposición al mundo islámico. La defensa frente a un enemigo común, el reconocimiento frente al otro, consolidó la idea de una Europa cristiana que compartía valores y principios comunes.
Al término de la Edad Media, existía entre los europeos una idea de identidad compartida que los diferenciaba de otros. Esta identidad se encontraba intrínsecamente vinculada a la religión Católica que actuaba de elemento cohesionador al otorgar un corpus de fe, creencias, dogmas y ritos compartidos que superaban las diferencias lingüísticas y culturales y las fronteras territoriales. Los europeos se reconocían a sí mismos como miembros de la comunidad cristiana y, esta identidad, se reforzaba frente al enemigo exterior encarnado en el mundo islámico.
Sin embargo, a finales de la Edad Media se estaban poniendo en cuestión las estructuras ideológicas consolidadas. La Iglesia Católica se enfrentaba al Cisma y la crítica interna, el feudalismo se desvanecía frente al fortalecimiento de las monarquías autoritarias.
La Edad Media anticipó algunos principios e ideas que iluminarían el proceso de integración europea del siglo XX. La existencia de una identidad europea compartida basada en valores y creencias compartidas que hundía sus raíces en el mundo grecolatino; la creación de redes educativas e intelectuales transnacionales que estimulaban un conocimiento compartido; los intentos de establecer uniones territoriales bajo un sistema legislativo y administrativo común y centralizado fueron algunos de ellos. La unidad de Europa había tomado forma en la reflexión intelectual de los europeos. Así surgieron intelectuales que propusieron proyectos de integración y unidad europeas, aún poco definidos y siempre bajo la gobernanza de un jerarca supremo (el Papado o el Sacro Imperio Romano-Germánico), que fracasaron fruto del contexto político pero que ya hacían vislumbrar algunos de los modelos desarrollados por los fundadores de la Unión Europea: la paz y el bien común como objetivos supremos; la colaboración transnacional basada en el acuerdo y aceptación de un derecho común; reconocimiento de un destino compartido para los pueblos europeos, fortaleza en la unión frente a los peligros exteriores y la creación de instituciones supranacionales que detentasen parte de la soberanía cedida por los estados.
4. Capítulo III. Desarrollo de la identidad europea y la idea de la unidad de Europa en la Edad Moderna: Humanismo y Renacimiento
Contexto Histórico
El final de la Edad Media estuvo marcado por profundas transformaciones sociales, económicas y culturales. La Peste Negra, las crisis económicas, los conflictos bélicos como la Guerra de los Cien Años allanaron el camino para el declive del orden feudal, la constitución de monarquías autoritarias y el desarrollo de una sociedad más urbana e intelectual.
Aunque la Iglesia Católica seguía dominando la vida espiritual e intelectual tuvo que enfrentarse a crecientes desafíos. Por un lado, los nuevos descubrimientos geográficos y científicos, como el descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492, el descubrimiento de los astros por Copérnico y el cuestionamiento de la idea del funcionamiento del mundo.
Ilustración 17. Portulano del Océano Atlántico y las tierras adyacentes. Pascual Ruiz.
División de Mapas de la Librería del Congreso de los Estados Unidos. https://www.loc.gov/item/2008621738/
Estos retos junto con las pugnas internas por el poder, culminaron con la Reforma Protestante, encarnada en Martín Lutero, Zwinglio, Bucero y Calvino. La Reforma Protestante supuso la ruptura de la Cristiandad Occidental para dar lugar a las Iglesias Nacionales y reformadas. Habiendo sido la Iglesia Católica el valedor de la identidad y cohesión europeas, este cisma produjo una división entre los propios europeos, que se dividieron entre los Católicos en el Sur y los Protestantes en el Norte. Las consecuencias de esta ruptura no fueron sólo religiosas sino también políticas. Esta crisis suponía el cuestionamiento del poder del Papa, pero, por extensión, también ponía en cuestión el poder temporal de los soberanos.
La invención de la imprenta, la apertura de nuevas rutas comerciales interoceánicas, los orígenes del imperialismo económico… marcarían un cambio en el modo en que los europeos concebían su mundo, que, por primera vez se ampliaba más allá del Océano Atlántico.
En el terreno político, destaca la figura de Carlos V¸ emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, que unió por herencia los territorios de las Casas de Habsburgo y de Borgoña, así como los territorios hispánicos de los Reyes Católicos, con sus posesiones europeas, las tierras conquistadas en África y las recién descubiertas en ultramar, junto con el trono imperial tras la muerte de su abuelo Maximiliano.
Ilustración 18. El emperador Carlos V. Juan Pantoja de la Cruz. Museo del Prado
Carlos V representó la aspiración a una Europa unificada bajo un liderazgo cristiano, pero con un soberano no sometido a la hegemonía papal. Sin embargo, la tensión provocada por la Reforma Protestante de Lutero que fragmentó la unidad religiosa de Europa y con ella a sus ciudadanos y la división de sus territorios tras su abdicación entre su hijo y su sobrino, interrumpieron el proyecto político de una Europa unida.
Las Guerras de Religión entre católicos y protestantes, como la Guerra de los 30 años ahondaron en la división entre los europeos, mientras los reyes fortalecían su autoridad abriendo paso a la consolidación de monarquías centralizadas.
El Imperio Hispánico lideraba la hegemonía en Europa y fuera de ella, en los territorios americanos. Esto provocó la reacción del resto de estados europeos que aspiraban a debilitar ese poder y a establecer su propio imperio colonial.
Humanismo y Renacimiento
En este contexto, los movimientos humanista y renacentista surgieron como respuesta a las necesidades de repensar el lugar que el hombre ocupaba en el mundo. Las ideas establecidas en la Edad Media habían sido desafiadas desde el ámbito político, pero también desde el ámbito científico y el ámbito religioso. Inspirados por los valores de la antigüedad clásica, intelectuales y artistas buscaron nuevas formas de interpretar el mundo y de presentarse frente a él.
El redescubrimiento de los textos clásicos gracias a la recuperación de los manuscritos grecolatinos que habían sido preservados y traducidos en el mundo islámico y en los monasterios europeos, permitió a los eruditos redescubrir autores como Aristóteles, Platón, Cicerón, Séneca… Este renacer del conocimiento clásico trajo una nueva visión del hombre como centro del universo, en contraposición al teocentrismo medieval.
La invención de la imprenta por Johann Gutenberg revolucionó la difusión del conocimiento. Este avance permitió la reproducción masiva de libros y facilitó la circulación de ideas humanistas por toda Europa. Al mismo tiempo, promovió el debate al divulgar ideas que cuestionaban o se enfrentaban al status quo establecido.
Al mismo tiempo, el auge de las ciudades-estado y el crecimiento económico de centros urbanos ligados al comercio como Florencia, Venecia o Milán los convirtieron en focos de mecenazgo y creatividad. Las élites patrocinaron artistas e intelectuales para diferenciarse de sus iguales y consolidar su prestigio. Estos artistas e intelectuales hicieron del Renacimiento humanista su marco de pensamiento y expresión.
El humanismo va a promover un mundo cada vez más laico o que, al menos, cuestiona cada vez más el papel de la Iglesia y de la Cristiandad. En el siglo XVI se consolidan las ciudades-estado y las monarquías centralizadas que patrocinan intelectuales que legitiman la soberanía de los príncipes por encima de la Iglesia.
Los humanistas promovieron el estudio de las artes, las ciencias y la filosofía partiendo del conocimiento del mundo clásico. Sus reflexiones influenciaron la evolución del pensamiento moderno. Alejándose del marco teocentrista medieval, buscaron comprender al ser humano y al mundo a través de la razón y la observación. Sus ideas fueron precursoras del proceso de integración europeo de los últimos siglos.
Ilustración 19. Erasmo de Rotterdam. Holbein el joven. National Gallery
Erasmo de Rotterdam (1466-1536), considerado el príncipe de los Humanistas, abogó por una reforma moral y cultural de la Iglesia en su obra Elogio de la locura (1511) y abogó por el fortalecimiento de la tolerancia, la educación y la racionalidad. En algunas de sus obras, Erasmo sugiere la idea de un poder supranacional y el equilibrio entre los estados europeos a través de la colaboración en una federación. Por ello es considerado el primer europeo.
“La paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa”. (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la Locura, 1511)
En su obra, Erasmo realiza una crítica mordaz a las instituciones de su tiempo y aborda la necesidad de una reforma moral y religiosa basadas en los valores de la paz, la tolerancia y el racionalismo.
En su tratado Querela Pacis (1517) o La queja de la paz, Erasmo señala la guerra como el principal obstáculo para la unidad de Europa. Denuncia las guerras entre cristianos como absurdas e inmorales.
“¿Qué puede haber más insensato que los cristianos, unidos por una misma fe, despedazándose unos a otros? ¿Qué puede haber más contrario al nombre de Cristo?” (Erasmo de Rotterdam, La queja de la paz. 1517)
Erasmo también abogó por la reforma de la Iglesia Católica, aunque rechazando la ruptura que supuso la Reforma Protestante. Afirmaba que el cristianismo, compartido por todos los europeos, constituía el fundamento de una identidad común, y que la reforma debía realizarse desde el interior primando la unidad espiritual sobre las disputas doctrinales.
Del mismo modo Erasmo abogaba por la educación como el medio para crear una élite ilustrada que guiara a Europa hacia un orden más pacífico y cooperativo.
Aunque las reflexiones de Erasmo sembraron las ideas de los valores de paz, unidad, educación y tolerancia compartidos, sus postulados no se concretaron en un proyecto político y chocaron con una Europa profundamente dividida por las rivalidades entre soberanos. No obstante, sus ideas iluminaron a los fundadores de la Unión Europea.
“Erasmo representa el sueño de una Europa unificada, no mediante la fuerza, sino mediante la cultura y la razón” (Paul Hazard, La crisis de la conciencia europea. 1935)
Maquiavelo (1469-1527) fue una de las figuras más influyentes del Renacimiento por su modo de abordar las dinámicas del poder y el ejercicio de la política. En El Príncipe (1513) legitima la soberanía y el poder de los príncipes mientras reflexiona sobre la autoridad del poder político. En sus obras Maquiavelo se centra en los retos prácticos del poder. Para él, la estabilidad interna y la capacidad de defender el estado frente amenazas externas deben ser los objetivos esenciales de un gobernante. Sus ideales son incompatibles con la idea de unidad europea, ya que para él lo esencial es la fortaleza y la independencia de los estados individuales. Maquiavelo entiende las relaciones internacionales en términos de interés y competencia, ideas muy alejadas de las de Erasmo y de los ideales humanista de cultura y valores compartidos. Para él, en el ámbito político, el conflicto es inevitable y, por tanto, es necesaria la existencia de una autoridad fuerte para garantizar el orden.
Maquiavelo no desarrolla una visión que trascienda el ámbito del estado nación. Y, aunque su modo de entender la soberanía y el ejercicio del poder político impedían imaginar una Europa unida, sus ideas sirvieron para el fortalecimiento del poder laico frente al religioso, otorgando al gobernante autoridad y capacidad de decisión para ejercer la política en beneficio de la seguridad y estabilidad de su estado o territorio. Aunque no se puede considerar a Maquiavelo un precursor de la idea de Europa, su contribución radica en la separación de la Iglesia y el Estado y en señalar que el objetivo principal del gobierno debe ser garantizar el orden y procurar la estabilidad.
“El poder religioso tiene la habilidad de destruir los estados y las repúblicas cuando los príncipes y los sacerdotes se confunden en sus funciones”. (Maquiavelo, Discursos sobre la primera década de Tito Livio. 1531)
Ilustración 20: Los seis libros de la república. Jean Bodin. 1586
Jean Bodin (1530-1596), jurista y filósofo político francés, fue una figura esencial en el pensamiento político renacentista. En Los seis libros de la República (1576) establece los principios de la soberanía estatal. Para Bodin, la soberanía era la piedra angular del estado moderno, entendiendo la soberanía como el poder absoluto y perpetuo de un estado para legislar y gobernar sin interferencias externas. Estas ideas marcaban una ruptura con las premisas medievales de autoridad compartida entre el Papa y el emperador.
“La soberanía es el poder supremo sobre los ciudadanos y súbditos, no limitado por ninguna ley, excepto por las leyes divinas y naturales” (Jean Bodin, Los seis libros de la república. Libro I. Capítulo VIII. 1576)
Para Bodin, la diversidad de Europa hacía inviable un modelo de gobierno supranacional compartido, dado que, para él, era incompatible con el respeto a la diversidad cultural, legal y administrativa de cada comunidad política.
“Es imposible que un solo sistema de leyes y costumbres sea adecuado para todas las naciones, dadas las diferencias en el clima, la geografía y el carácter de los pueblos” (Bodin, Los seis libros de la república. Libro VI. Capítulo V. 1576)
Aunque Bodín no puede ser considerado un precursor de la idea de Europa en el sentido estricto del concepto, sí compartía con el Humanismo Renacentista su fe en la capacidad de la razón para resolver los problemas políticos y su defensa de la tolerancia religiosa argumentando que la paz social era más importante que la unidad religiosa. Ideas que van a resonar en la construcción de la Unión Europea.
Sin embargo, rechazaba la idea humanista de la posibilidad de una comunidad política o religiosa unificada en Europa basada en valores compartidos aunque en su obra Método para el fácil conocimiento de la historia (1566), Bodin reconocía la existencia de un legado cultural compartido por los europeos.
“Bodin fue un defensor del orden en una Europa desgarrada, pero su orden era el de estados soberanos en equilibrio, no el de una comunidad unificada” (Quentin Skinner, Los fundamentos del pensamiento político moderno. 1978)
Ilustración 21. Retrato de Sir Tomas Moro. Holbein el joven. Colección Frick.
Tomás Moro (1478-1535) pertenece al grupo de humanistas que comparten el deseo de una Europa unida en torno a valores culturales y morales comunes. Amigo de Erasmo e influido por él, señalaba a la educación, la razón y la virtud como herramientas de mejora de la sociedad. En su obra Utopía, Moro describe una sociedad imaginaria basada en la propiedad comunal, la igualdad y la racionalidad. Aunque no se menciona una Europa unida, puede entenderse a Utopía como una crítica implícita a la división y tensión del mundo europeo. En Utopía, los utopianos trascienden las rivalidades nacionales, comparten recursos, trabajan juntos por el bien común, evitan guerras innecesarias y jerarquías desiguales. Esto supone una crítica al egoísmo y a la lucha por la hegemonía de los estados europeos. Para Tomás Moro, la moral cristiana debía ser la base de una sociedad justa. Pero, aunque postulaba la posibilidad de una sociedad más justa basada en los valores de la colaboración, la igualdad y la paz, se mostraba escéptico sobre la posibilidad de que los europeos pudiesen superar sus barreras culturales, políticas y territoriales para lograr ese bien común.
“La mayor parte de las naciones, al tener leyes y costumbres distintas, hacen que los hombres vivan de manera desordenada. La verdadera justicia solo puede existir en una sociedad donde las leyes se aplican con equidad para todos, sin distinción de clases.” (Tomás Moro, Utopía. 1516)
Luis Vives (1492-1540), filósofo y pedagogo español, propone un entendimiento entre los príncipes europeos para mantener la paz en Europa y la creación de una República cristiana frente al avance turco. Al igual que Erasmo, en su obra De Disciplinis (1531), Vives establece la importancia de la educación como herramienta para superar los prejuicios y promover la cooperación entre los pueblos.
“El conocimiento es el vínculo que une a los hombres en una comunidad de entendimiento y virtud” (Luis Vives, De Disciplinis, libro I. 1531)
En su obra De subventione pauperum (1526) propone un sistema social basado en la caridad y en la responsabilidad comunitaria que elimine la pobreza.
Además, Vives defiende la paz como un valor fundamental para la convivencia humana.
“Las guerras no son sino la manifestación de nuestra falta de entendimiento, la razón debe prevalecer sobre la violencia” (Luis Vives. Epístolae ad Erasmum. 1524)
Vives no desarrolló un modelo político para avanzar en la unidad de Europa, pero estableció la importancia de la educación, la tolerancia y la colaboración para lograr el bien común.
“Vives compartía con otros humanistas el sueño de una humanidad guiada por la razón y la virtud, pero su pensamiento estaba anclado en las realidades de un mundo fragmentado” (Marcel Bataillon, Erasmo y España. 1937)
Francisco de Vitoria (1438-1546), teólogo y jurista español, fue una de las figuras clave del Renacimiento en el ámbito del pensamiento político y jurídico. Su obra, influida por el Humanismo y la escolástica, versa sobre el derecho natural, el derecho de gentes y la legitimidad del poder en un mundo globalizado por los descubrimientos geográficos.
El descubrimiento del Nuevo Mundo en 1492 y la expansión del imperio hispánico plantearon a Vitoria la necesidad de reflexionar sobre un marco jurídico y moral común que regulara las relaciones entre lo pueblos. Como representante de la Escuela de Salamanca, Vitoria adoptó las ideas aristotélicas y tomistas, y combinó la escolástica y el Humanismo para abordar los problemas de su tiempo.
Para Vitoria, existe un conjunto de normas universales derivadas de la naturaleza humana que se aplican a todas las naciones. Es lo que se conoce como “derecho de gentes” o “ius gentium”. En su obra La relación de las Indias (1539), argumenta que este derecho debe regular las relaciones entre los estados y asegurar la justicia en un mundo cada vez más interconectado. Si los seres humanos comparten una naturaleza común y están sujetos a las mismas leyes fundamentales, puede deducirse la existencia de una comunidad global en la que los estados deben respetar los derechos de los demás, promoviendo la paz y la justicia.
Aunque Vitoria no aborda directamente la idea de una Europa unida, sus postulados siembran el germen de la colaboración para lograr el bienestar del ciudadano y el respeto de sus derechos.
“La visión de Vitoria del derecho internacional es, en última instancia, una afirmación del valor universal de la dignidad humana, una idea que encuentra resonancia en los esfuerzos posteriores por imaginar una Europa unida”. (Anthony Padgen, La idea de Europa. 2002)
Conclusiones
El humanismo renacentista surge de la crisis espiritual e intelectual vivida a finales de la Edad Media. La crisis del Papado y las luchas por el poder en Europa abonan la aparición de voces que cuestionan el orden tradicional. La recuperación de los textos clásicos, a través de las traducciones árabes, retrotrae el origen de la identidad europea a un mundo anterior a la Cristiandad, al mundo grecolatino, y facilita que los intelectuales cuestionen la visión teocentrista del mundo impuesta por la Iglesia Católica para explorar el lugar del hombre en el mundo y, desde él, explorar el mundo que le rodea.
En este contexto los humanistas y pensadores renacentistas van a realizar aportaciones que resonarán en el proceso de integración europea del siglo XX. Algunos de ellos como Erasmo de Rotterdam o Tomas Moro abogan por la unidad de Europa pudiendo ser considerados verdaderos precursores de la Unión Europea, otros como Maquiavelo, Jean Bodin o Luis de Vitoria no pueden abstraerse de la fragmentación política de su contexto histórico. Pero, unos y otros, aportan ideas que serán fundamentales en la construcción de la identidad europea y en el proceso de construcción de la Unión Europea.
Entre estas ideas se encuentran la separación de la Iglesia y el Estado; la recuperación de los valores del mundo clásico centrados en la razón, la justicia, la virtud y el conocimiento como base de la identidad europea; en la importancia de la educación, el trasvase de ideas y la colaboración intelectual como bases de una cultura europea compartida; la idea de fraternidad y comunidad humana universal basadas en principios comunes de dignidad y moralidad de todos los pueblos; en la idea de que el progreso humano depende de la libertad intelectual y la tolerancia religiosa que sería fundamental en la creación de una Europa unificada y democrática tras las dos guerras mundiales.
El humanismo renacentista aportó los cimientos ideológicos de un pensamiento crítico, universalista y culturalmente integrado que, siglos después, se reflejarían en los movimientos de integración europea. Sus ideas de fraternidad, educación, cooperación y tolerancia siguen siendo fundamentales en la construcción de la identidad y la unidad europeas.
5. Capítulo IV. El desarrollo de la identidad y la idea de unidad europeas a finales de la Edad Moderna: el siglo XVII
Introduccion
El siglo XVII es un periodo histórico de crisis y transformación que enfrenta al hombre con la finitud del mundo terrenal, con lo efímero de la vida y con la ilusión del mundo que le rodea. Por ello, es también el momento en el que algunos pensadores van a tratar de ofrecer propuestas políticas de integración y colaboración europeas que tienen como objetivo la paz y la estabilidad del continente y de sus ciudadanos.
Procesos históricos de cambio en el siglo XVII
El siglo XVII fue un periodo de transición marcado por las transformaciones políticas, la crisis demográfica y social, la expansión de los imperios culturales, la reacción de la Contrarreforma ante las Reformas Protestantes de los siglos anteriores, y un esplendor artístico y literario mediante el que los pensadores trataban de dar respuesta a las tensiones ideológicas de la época.
Durante el siglo XVII, se consolidan las monarquías absolutas y se produce la ascensión de Francia a la hegemonía en Europa frente a la hegemonía de los Habsburgo españoles que enfrentan crecientes desafíos internos y externos.
El enfrentamiento religioso entre la Iglesia Católica y las Religiones Reformadas continúa siendo enormemente violento. Los conflictos religiosos desembocan en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) que dividió el continente y a sus habitantes y traería, tras la firma de la Paz de Westfalia un nuevo orden político. Las Revoluciones Inglesas anteceden el clamor por la soberanía popular que estallaría en el siglo XVIII. Aunque a la ejecución del rey Carlos I y la instauración de la Commonwealth bajo Oliver Cromwell, le sucedería la Restauración monárquica en 1660, lo que evidenciaba que Europa no estaba todavía lista para deshacerse de la soberanía monárquica pero sus ciudadanos empezaban a poner coto al poder absoluto.
La Reforma Protestante y la posterior Contrarreforma dejaron a Europa dividida entre naciones católicas y protestantes. La Paz de Westfalia (1648) que puso fin al a Guerra de los Treinta Años, estableció un orden internacional basado en la soberanía de los estados-nación, consolidando la fragmentación política del continente.
El periodo estuvo marcado también por una serie de crisis demográficas, económicas y sociales. La combinación de malas cosechas, epidemias y guerras llevó a un descenso demográfico significativo en varias regiones de Europa y a los europeos a cuestionar la brevedad de su paso por el mundo.
A pesar de las crisis, la expansión colonial europea continuó con la suma de nuevas potencias como Inglaterra, Francia y los Países Bajos al ya imperio transoceánico de España y Portugal.
Los Países Bajos se convirtieron en el centro financiero y comercial de Europa gracias al control del comercio marítimo y el establecimiento de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales.
Las transformaciones políticas y sociales, el declive económico y demográfico, y la fragmentación política y territorial generaron en los europeos sentimientos de inestabilidad marcados por la toma de conciencia de la fragilidad de la vida, la transitoriedad de la vida y la inevitabilidad de la muerte, el dualismo entre lo sublime y lo grotesco, lo grandioso y lo efímero, lo espiritual y lo transitorio que desembocaron en un sentimiento de desengaño que fue el eje de la mentalidad barroca.
Ilustración 22. Memento Mori. Carstian Luyck.
https://www.kollerauktionen.ch/en/330501-0092-1184-luyckx_-carstian.-memento-mori-1184_447438.html?RecPos=1
La percepción del mundo como una ilusión o una apariencia engañosa llevó a los intelectuales a criticar la superficialidad de la sociedad, pero el ansia de eternidad del alma humana promovió también un crecimiento del arte y la literatura como elementos que expresan un anhelo de inmortalidad.
Del mismo modo los intelectuales iniciaron una revolución científica que perseguía descifrar el mundo natural. Es la época de Galileo Galilei, René Descartes, Issac Newton o Johannes Kepler, que sentaron las bases de la ciencia moderna.
Es también el siglo de Miguel de Cervantes, Shakespeare, Caravaggio, Bernini o Velázquez que, en sus obras aspiraban a trascender la finitud del mundo.
Pensadores barrocos que anticipan proyectos de desarrollo de la identidad y la unidad europeas
En este contexto surgirán pensadores que traten de superar la realidad política fragmentada creando propuestas que enfrenten el control de las hegemonías más poderosas de la época, el Imperio Habsburgo y la Monarquía Hispánica.
Emeric Crucé
Uno de los primeros proyectos relevantes que promueven la idea de unidad europea es el de Emeric Crucé (1590-1648). Este filósofo y diplomático francés propuso en su obra Le Nouveau Cynée (1623), un plan para lograr la paz perpetua en Europa. Para Crucé, las naciones europeas debían abandonar las guerras intercontinentales y trabajar juntas en aras de la estabilidad y la prosperidad.
Su proyecto político establecía la creación de una liga o Federación de naciones que resolviera los desacuerdos a través de un sistema de mediación internacional, reduciendo la violencia y las guerras y asegurando el bienestar general.
“Si los príncipes europeos pudieran dejar de lado sus intereses particulares y aceptar el bien común de toda Europa, encontrarían que la unión es mucho más ventajosa que la división” (Emeric Crucé, Le Nouveau Cynée, 1623).
La obra de Crucé se inscribe en la línea de la de Pierre Dubois. Para Crucé la idea de una Europa unidad no tenía solamente un objetivo político sino también moral y práctico para lograr la paz. Esto se lograría con la creación de una Asamblea o Senado Permanente de Estados con sede en Venecia, “donde todos los soberanos tengan perpetuamente embajadas, a fin de que las diferencias puedan ser juzgadas por la Asamblea”. Entre los Estados integrantes de la asamblea incluye al Papado.
Además, introduce la idea de la libre circulación de bienes y personas frente al proteccionismo comercial de su época. También señala la necesidad de que la Asamblea cuente con un ejército común, la unificación de pesos y medidas y el desarrollo común de las industrias artesanales.
La obra de Crucé es un texto pionero que adelanta principios de la integración europea del siglo XX como son: la búsqueda de la paz como objetivo supremo de la gobernanza, y la eliminación de barreras comerciales para procurar la estabilidad de los pueblos europeos.
Ilustración 23. El duque de Sully. Anónimo. Museo Condé
El Duque de Sully
Maximilien de Béthune, Duque de Sully (1560-1641), ministro del rey Enrique IV de Francia, propuso en su obra Le Grand Design (1638), un proyecto para la unidad de Europa que combinaba la idea de una Confederación de naciones gobernadas por un monarca, concretamente, una confederación presidida por el rey de Francia.
Para Sully, la unidad de Europa requería de una administración común, la cooperación militar, comercial y diplomática, aunque sin que las naciones renunciaran a su soberanía interior.
La federación propuesta por Sully trataba de garantizar la paz y la estabilidad a través del liderazgo centralizado del rey de Francia, mientras reconocía la diversidad de los estados europeos.
“El arte de la política es crear la armonía entre los reyes, y no la discordia; la unidad de Europa debe ser alcanzada bajo la sabiduría de un solo soberano”. (Duque de Sully, Le Grand Design. 1638)
La Federación de Sully incluía quince Estados, bajo un Consejo Común y establecido en Metz, Nancy o Colonia, y con seis Consejos Provinciales, en Danzig, Nuremberg, Viena, Constanza, Bolonia y otra villa a elegir, con poder ejecutivo y de carácter supranacional. Así, la propuesta de Sully incluiría una limitación de soberanía y una cesión de autonomía por parte de los estados a instituciones supranacionales.
Para Sully los estados que debían formar parte de esta Federación eran Francia, España, Inglaterra, Dinamarca, Suecia y Lombardía, el Sacro-imperio Romano-Germánico, los Estados Pontificios, Polonia, Hungría y Bohemia, y las repúblicas de Venecia, Italia, Suiza y Bélgica.
El Consejo General estaría compuesto por representantes de cada gobierno, un total de cuarenta hombres a razón de cuatro representantes para los grandes estados y dos para los más pequeños. El Consejo de Europa estaría compuesto por los seis consejos provinciales y sus miembros se reelegirían cada tres años.
Sully aboga, al igual que Crucé, por el libre comercio y la eliminación de barreras aduaneras.
El duque de Sully es precursor de ideas que se utilizarán para la construcción europea: cesión de parte de la soberanía a instituciones supranacionales, colaboración entre estados para lograr la paz y la estabilidad y una unidad europea que requería de una administración política, comercia, militar y diplomática. Sin embargo, Sully aún establecía la necesidad de que un soberano rigiese esa colaboración, concretamente el rey francés ideando una Europa unida sobre la colaboración de estados pero bajo el control de una Monarquía universal.
Ilustración 24. Retrato de Jan Amos Comenius. Jürgen Ovens. Rijksmuseum. http://hdl.handle.net/10934/RM0001.COLLECT.4913
Amos Comenius
Amos Comenius, (1592-1670), filósofo, pedagogo y teólogo checo, fue un defensor del conocimiento universal y de la educación como medio para la mejora humana y social. En su obra Didactica Magna (1632) aboga por un sistema educativo global que pueda unificar las naciones a través de la enseñanza de valores comunes y de los valores de tolerancia y entendimiento mutuo. La educación común, para Comenius, permitiría superar las divisiones religiosas, políticas y culturales europeas. Así, Comenius no proponía una unión puramente política o territorial, sino que abogaba por una unidad basada en la ciencia y la educación.
“La paz y la unidad de Europa se lograrán no a través de las armas, sino a través de la comprensión mutua, y la comprensión solo puede ser alcanzada a través de la educación” (Comenius, Didactica Magna. 1632)
En su obra El Despertar Universal, Comenius se califica a sí mismo como europeo y establece que el proyecto europeo debe construirse sobre tres pilares: la educación, la religión y la política.
Comenius desarrolló la pansofía, un sistema que busca la integración de todos los conocimientos den un marco comprensible para toda la humananidad. La pansofía de Comenius plantea una universalidad del saber como herramienta para superar divisiones y conflictos y un orden universal basado en la cooperación, la educación y la razón.
Comenius veía la educación como un derecho universal, un medio para la mejora del ser humano y para la construcción de una sociedad armónica.
Aunque su proyecto no tuvo un gran impacto en su época, influyó enormemente en generaciones posteriores, especialmente en el modo de entender la educación como un factor cohesionador que permite superar las diferencias en Europa. Sus propuestas, adelantadas a su tiempo, influyeron indirectamente en los procesos de integración europea del siglo XX. Así, las primeras propuestas de intercambio educativo desarrolladas por la Unión Europa se conocieron como Programa Comenius, el precursor del Programa Erasmus Plus.
Ilustración 25. Logo del Programa Comenius de la Unión Europea
Hugo Grocio
El jurista y filósofo neerlandés, Hugo Grocio (1538-1645), es considerado el padre del derecho internacional moderno. En su obra De Jure Belli ac Pacis (1625), desarrolló la teoría del derecho de gentes ya iniciada por Francisco de Vitoria. Grocio defendía la idea de que todas las naciones del mundo deberían regirse por un conjunto común de principios jurídicos que protegieran los derechos humanos y garantizaran la paz. La paz duradera, para Grocio, sólo sería posible si las naciones acordaban seguir un conjunto común de normas y principios.
“La paz no es un estado de inacción, sino una consecuencia del respeto mutuo entre los pueblos, regulada por el derecho común”. (Grocio, De Jure Belli ac Pacis. 1625)
Además, Grocio plantea que “todos los cristianos tienen la obligación de entrar en una Liga contra los enemigos de la Cristiandad”, que se configuraría como una Asamblea donde se arbitrarían las diferencias entre las naciones cristianas para encontrar medios que forzaran a las partes a reconciliarse bajo condiciones razonables.
Conclusiones
Las crisis y transformaciones del Barroco allanan el camino para que diferentes pensadores aborden la búsqueda de soluciones a las divisiones políticas y religiosas que asolaban Europa. Las fórmulas propuestas buscaban garantizar la convivencia pacífica entre los estados europeos, anticipando los ideales de unidad, cooperación y supranacionalidad que definirán la Unión Europea.
Hugo Grocio desarrollará el derecho internacional sobre la base del derecho de gentes de Luis de Vitoria, estableciendo la existencia de una ley universal que trasciende fronteras culturales y religiosas. Estas ideas contribuirán a la creación de un sistema normativo y de acuerdos entre estados, encarados por ejemplo en los tratados fundacionales de la Unión Europea, que priorizan la legalidad y el respeto mutuo entre las naciones.
Comenius plantea una unidad europea basada en la educación y el entendimiento mutuo como medio para superar diferencias y divisiones y promover la construcción de una identidad europea.
El Duque de Sully va a proponer un proyecto detallado de integración europeo que reorganizaría las relaciones entre Estados y supondría una cierta cesión de la soberanía en aras a la paz común, aunque bajo el liderazgo del monarca francés. Del mismo modo establece la necesidad de cooperación económica y comercial para garantizar la paz entre Estados. Ambas ideas van a ser precursoras del Mercado Común Europeo y de la Unión Europea.
Emeric Crucé, por su parte, es uno de los primeros en abordar propuestas pacifistas universales que persiguen, no solo la colaboración entre los Estados europeos, sino también las relaciones de estos con otras potencias mundiales, en lo que puede considerarse una protovisión de la Liga de Naciones Unidas y del Parlamento Europeo.
Los pensadores del siglo XVII, desde sus reflexiones sobre la búsqueda de la paz y el orden y sus propuestas sobre la educación y la cooperación transnacional, proporcionaron un marco conceptual que anticipó los principios fundacionales de la Unión Europea.
6. Capítulo VIII. El siglo de las Luces y la Ilustración
Principales procesos históricos del siglo XVIII
El siglo XVIII, conocido como el Siglo de las Luces o Época de la Ilustración, fue un periodo de transformaciones profundas que iniciaron el camino de la modernidad. Este siglo, marcado por el auge de las ideas ilustradas, las reformas políticas y económicas y el estallido de movimientos revolucionarios, sentó las bases para el mundo contemporáneo.
La Ilustración fue un movimiento intelectual que promovió la razón, el progreso y la crítica a las estructuras tradicionales de poder, tanto políticas como religiosas. La influencia de estas ideas permeó el ámbito político en lo que se conoció como Reformismo Ilustrado o Despotismo Ilustrado. Monarcas como Federico II de Prusia, Catalina II de Rusia o Carlos III de España adoptaron ideas ilustradas y desarrollaron reformas en sus estados en el ámbito de la educación, la economía y la administración. Esta adopción de las ideas ilustradas no compartió, sin embargo, un cuestionamiento de la estructura social ni del orden político.
La fragmentación política y territorial de siglos anteriores se mantuvo, aunque se produjo un vuelco en los poderes hegemónicos lo que alteró el equilibrio político. Tras la Paz de Westfalia de 1648 que reconocía la independencia de los Países Bajos del dominio español y ponía fin a la Guerra de los Treinta Años, se hizo evidente que la hegemonía española empezaba a declinar. El poderío de los Borbones y, con él, la hegemonía francesa, estaban en ascenso y se consolidaron con la llegada de esta dinastía a la Corona de España. La Paz de Utrecht de 1713 que establecía el cambio de dinastía en la corona española, significaba también un nuevo equilibrio de poder en Europa.
En siglos anteriores el ámbito de influencia europea se había expandido con la consolidación de las colonias y de los imperios transoceánicos. Algunos de estos territorios iniciarían en este siglo su proceso de independencia, manteniendo la herencia cultural, política, lingüística y jurídica heredada de sus metrópolis, pero realizando aportaciones propias que también terminarían influyendo en el ideario europeo. La Revolución Americana (1775-1783) de las Trece Colonias de América del Norte marcaron un hito en la historia moderna. Este movimiento impuso principios como la soberanía popular, la división de poderes y los derechos individuales y tendría una importante resonancia en el mundo continental europeo.
La Revolución Francesa (1789-1799) va a heredar los principios americanos, poniendo fin al Antiguo Régimen y dando inicio a una era de profundas transformaciones en el ámbito político y social en Europa.
Ilustración 26. La libertad guiando al pueblo. Alegoría de la Revolución Francesa. Eugene Delacroix.
Museo del Louvre.
La independencia de las colonias americanas con sus reflexiones sobre libertad, democracia y voluntad del pueblo, unidas a la Revolución Francesa (1789) y las guerras napoleónicas transformaron el modo en que se entendía el papel de los gobernantes y la política en Europa y generaron un nuevo orden internacional.
El siglo XVIII es también el siglo de la revolución agrícola con innovaciones técnicas como el arado de hierro y la rotación de cultivos, y de la desamortización de tierras para modernizar las estructuras económicas y sociales rurales.
A finales de siglo se inicia la gestación de la Revolución Industrial con la invención de la máquina de vapor de Watt y el telar mecánico. Estas innovaciones, que tuvieron mayor resonancia en el siglo siguiente, generaron profundos cambios sociales, estimularon el crecimiento urbano y la aparición de un proletariado que protagonizaría los cambios del siglo siguiente.
La Ilustración
La Ilustración fue un movimiento intelectual que bebía de las ideas humanistas, pero otorgaba un mayor énfasis a la razón para entender y organizar el mundo frente a las estructuras tradicionales. Este énfasis en la razón llevó a la Ilustración a cuestionar la organización política existente, enfrentándose a la idea de monarquía absoluta y a la soberanía de la Iglesia, y a imponer la idea de un constante progreso hacia la mejora de la humanidad.
Los ilustrados propusieron una crítica sistemática a las tradiciones, estructuras e instituciones heredadas del Antiguo Régimen.
La Ilustración confía en la razón como herramienta para comprender el mundo, que aborda desde una perspectiva empírica basada en la experiencia y la observación. Además, defiende un humanismo laico, no desterrando las creencias religiosas, pero sí situando la razón y el bienestar humano por encima de las doctrinas.
Este pensamiento racional facilitó una Revolución Científica que transformaría la sociedad y mejoraría la vida de los europeos.
El continente europeo seguía fragmentado políticamente y las guerras de religión seguían dividiendo a la población. Frente a esta realidad, los ilustrados abogaron por los beneficios de una Europa unificada bajo principios racionales y éticos, que procurase estabilidad política y económica y que sería, siguiendo la confianza ilustrada en el progreso humano, una consecuencia natural de éste.
Pensadores ilustrados precursores de los proyectos de integración europea
Ilustración 27. William Penn. Anónimo
William Penn
William Penn (1644-1718) fue un filósofo inglés que se vio obligado a emigrar a Norteamérica, donde fundó la colonia de Pensilvania como un refugio para los cuáqueros. Influido por su experiencia y su religión escribió Ensayo por la Paz presente y futura de Europa (1693). En esta obra, realizaba propuestas que buscaban la paz y la cooperación internacional en Europa. Su proyecto consistía en la creación de una Confederación de naciones europeas que abandonaran las guerras constantes y colaboraran para lograr el bien común.
Proponía establecer una Federación de Príncipes formada por delegados de cada estado. El número de delegados estaría en proporción de la importancia del mismo. Así, el Imperio Alemán tendría 12 delegados; Espala, 10; Francia, 8; Italia, 8; Inglaterra, 6; Suiza, 4; Polonia, 4; Portugal, 3; Venecia, 3; Dinamarca, 3; Las Provincias Unidas o Países Bajos, 4; los 13 Cantones y soberanías vecinas, 2; los Duques de Holstein y Curlandia, 1.
Penn contemplaba una posible ampliación de esta confederación con Rusia y el Imperio Turco, en cuyo caso le corresponderían 5 delegados a cada uno.
Esta Federación adoptaría las decisiones por mayoría de tres cuartos y tendría ejército propio, aunque en la resolución de conflictos y disputas debía primar el diálogo y la negociación.
El proyecto de Penn no suponía una unificación política sino más bien una cooperación en la resolución de conflictos, basada en los principios de tolerancia, respeto mutuo y bienestar común.
“Si los príncipes de Europa pudieran abandonar la barbarie de la guerra y buscar la justicia y la paz a través del entendimiento común, no solo evitarían la ruina, sino que también promoverían el bien de la humanidad” (Penn, Ensayo por la paz presente y futura de Europa. 1639)
Las rivalidades internacionales y los intereses nacionales de los estados de su tiempo no permitieron que el proyecto de Penn fructificara, pero sus ideas serían fundamentales para el desarrollo posterior de la idea de una Europa unificada.
El abad de Saint-Piérre
El Abad de Saint-Piérre (1658-1743), filósofo y diplomático francés fue uno de los pensadores ilustrados que propuso un proyecto de unión política de Europa. En su Proyecto de Paz Perpetua (1713), el Abad de Saint-Piérre argumentó la necesidad de una unión permanente y perpetua entre los soberanos cristianos para lograr la paz y la estabilidad en Europa. Su proyecto político establecía la creación de una confederación europea de repúblicas que, bajo un gobierno común, pudiera asegurar la paz perpetua en el continente.
Según Saint-Pierre, la guerra y la competencia entre naciones no eran naturales, sino la consecuencia de la falta de una estructura política que arbitrara y resolviera pacíficamente los conflictos.
La Unión de Repúblicas propuesta por Saint-Piérre establecía la cooperación entre naciones mediante la aceptación de un tratado común que regulases sus relaciones, que promoviera la cooperación económica y cultural. Los reyes establecerían una “Sociedad Europea” en la que estarían representados por sus diputados en una asamblea con competencias legislativas. Esta asamblea podría establecer modificaciones territoriales y controlaría un ejército que impondría la paz en caso de no respetar las reglas establecidas.
“La verdadera paz en Europa solo puede ser alcanzada si las naciones aceptan que su bienestar depende de la cooperación mutua, no de la competencia y el conflicto” (Abad de Saint-Piérre, Proyecto de Paz Perpetua.1713)
Para Saint-Piérre, la Sociedad Europea debía estar compuesta por 24 diputados representantes de Francia, España, Inglaterra, Holanda, Saboya, Portugal, Baviera, Venecia, Ginebra, Suiza, Lorena, Suecia, Dinamarca, Polonia, los Estados Pontificios, Rusia, Austria, Curlandia, Prusia, Sajonia, el Palatinado, Hannover y los estados de los Arzobispos electores.
Cada diputado tendría un voto y la institución podría reglamentar el dominio comercial.
El proyecto del abad de Saint-Pierre fue uno de los primeros programas políticos completos que imaginaban la unión política de Europa. Sin embargo, las tensiones entre estados hicieron que esta propuesta no se considerara viable, aunque sus ideas influirían en futuros pensadores.
Leibniz
Gottfried Wilhelm Laibniz (1646-1716), filósofo, matemático y diplomático alemán propuso la unión de Europa desde la diversidad de la misma. Leibniz defendió la idea de un derecho de gentes, heredando ideas de siglos anteriores, y afirmando la necesidad de establecer un conjunto de normas internacionales que regularan las relaciones entre los estados y garantizaran la paz.
Ilustración 28. Retrato de Leibniz. Crishoph Bernhard Francke.
Museo Herzog Anton Ulrich
Fue un firme defensor de la creación de una “Liga de naciones” que permitiera la resolución pacífica de los conflictos entre naciones europeas y fomentara la colaboración para el bien común.
“La paz entre las naciones solo puede lograrse si las leyes que rigen las relaciones internacionales son basadas en principios racionales y universales” (Leibniz, Correspondence with the Electress Sophie of Hanover. 1700)
Para él debía establecerse un Consejo permanente o Senado que velase por los intereses generales de la cristiandad.
Leibniz no propuso un proyecto político detallado como sí lo había hecho el Abad de Saint-Piérre, sin embargo, en su correspondencia con él refleja su admiración por el diseño realizado por Saint-Piérre y coincide en el papel que jugarían los distintos estados.
Aunque no diseñó un proyecto concreto, las ideas de Leibniz tuvieron un gran impacto en los conceptos modernos del derecho internacional, estableciendo la cooperación, la resolución de conflictos a través del derecho y el respeto mutuo como principios básicos. Estos principios influirían en la posterior creación de la Sociedad de Naciones y la Unión Europea.
Rousseau
Jean-Jacques Rosuseau (1712-1778), escritor y filósofo suizo, de lengua francesa, fue uno de los filósofos ilustrados más influyentes. Mme. Dupin, madre de uno de sus discípulos, le pidió que realizara un resumen de las propuestas del Abad de Saint-Piérre, lo que le permitió conocer el proyecto político de este.
En Extracto del Proyecto de Paz Perpetua del M. Abad de Saint-Piérre, por J.J.Rousseau, ciudadano de Ginebra (1761), valoraba positivamente la propuesta de la creación de una Federación de Príncipes que pudiese mediar en las guerras, a través de una Dieta Permanente, formada por 19 miembros, que incluían a Rusia y el Papado, y apoyados por un ejército bajo sus órdenes.
En su obra El contrato social (1762)¸ Rousseau aborda la unidad de Europa desde una perspectiva diferente. Defiende la existencia de una soberanía popular y cómo el pueblo a través de un “pacto social” que aglutine la voluntad general, debe decidir colectivamente las leyes y la política de su nación. Ideas sobre las que ahonda en su Juicio sobre la Paz Perpetua, publicada tras su muerte.
Rousseau mantenía la idea de que cada nación debía ser soberana y autónoma, pero, al mismo tiempo, señalaba que las naciones europeas debían unirse en una “confederación de repúblicas” que compartieran un compromiso con los principios democráticos, basados en la soberanía popular y el respeto a los derechos humanos.
“La libertad de los pueblos de Europa sólo puede garantizarse si se establece una confederación de repúblicas que respete la voluntad general de cada nación” (Rousseau, El contrato social. 1762)
Aunque Rousseau no abogo explícitamente por una Europa unificada políticamente, sus ideas de soberanía popular y democracia influyeron en los movimientos de integración europea posteriores.
Jeremy Bentham
El filósofo británico Jeremy Bentham (1748-1832) destaca como una de las mayores figuras de la corriente utilitarista. En su ensayo Plan for an Universal and Perpetual Peace (1789) ¸ Bentham abogaba por un sistema que redujese los conflictos militares mediante la adopción de acuerdos entre naciones basados en principios utilitaristas. El utilitarismo propugnaba “el mayor bien para el mayor número de personas”, por lo que Bentham concibió un orden global que promoviera la paz y la prosperidad a través de la racionalización de las relaciones entre los estados.
Este plan incluía la disolución de las colonias que, para él, suponían una fuente de conflictos innecesarios entre los estados europeos; el desarme generalizado, con la reducción de ejércitos permanentes que para Bentham era un gasto improductivo y cuya disminución contribuiría a la estabilidad; y la creación de un tribunal internacional de arbitraje de carácter supranacional que arbitrase y resolviese las disputas entre estados para evitar la guerra.
Según el proyecto de Bentham, ese tribunal internacional estaría integrado por noventa miembros y su fin sería formular una opinión, hacerla reconocer por cada estado, y situar a los estados discordantes al margen del acuerdo de Europa.
Aunque Bentham no expresó ideas concretas sobre una Europa unida, su insistencia en mecanismos de arbitraje y acuerdos legales influiría directamente en el proyecto de integración europeo del siglo XX.
Ilustración 29. Retrato de Jeremy Bentham. Henry Qilliam Pickersgill.
Galería Nacional de Retratos (Londres)
Emmanuel Kant
Fue el autor del último gran proyecto europeo de esta época. Este filósofo alemán, (1724-1804), escribió en 1795 La paz perpetua, obra en la que desarrollaba una teoría filosófica sobre la creación de una paz duradera entre las naciones, mediante la formación de una Federación de repúblicas libres.
Siguiendo las ideas de sus contemporáneos, especialmente del extracto escrito por Rousseau sobre las ideas del Abad de Saint-Piérre, Kant, proponía establecer una Federación de estados libres fundada en el derecho de gentes y en la soberanía nacional, y en el acuerdo común de vincularse a una ley única e igual para todos. Esta última idea se relacionaba con lo acaecido en Estados Unidos de América, tras obtener las colonias la independencia de Inglaterra.
Esta federación de repúblicas europeas evitaría, según Kant, las guerras y traería una paz estable. Para él, la unidad de Europa debía basarse en los principios republicanos de libertad, igualdad y fraternidad, y en la colaboración de estados soberanos que cooperaran a través de una institución común de mediación y arbitraje.
“La paz perpetua no se logra a través de la fuerza, sino mediante una federación de repúblicas libres, unidas no por la coerción, sino por la justicia y el respeto mutuo”. (Emmanuel Kant, Hacia la paz perpetua. 1795)
Aunque su proyecto político no tendría una implantación inmediata, sus ideas de colaboración entre estados libres, unidos por el derecho y la razón a través de los principios democráticos y la búsqueda de la paz, se encuentra en el germen de la creación del proceso de integración desarrollado en el siglo XX.
Conclusión
La Ilustración, como movimiento intelectual del siglo XVIII, proporcionó las bases filosóficas y éticas para la consolidación de los ideales de unidad, paz y cooperación en Europa. Estos ideales inspirarían los procesos de integración europea del siglo XX.
Los pensadores ilustrados reflexionaron sobre los principios que deberían regir un orden internacional justo, promoviendo conceptos de soberanía compartida, paz perpetua y cooperación económica.
En un contexto histórico marcado por la guerra entre los estados europeos, la fragmentación política, los choques por los imperios coloniales y el surgimiento de movimientos revolucionarios frente a la soberanía de los monarcas, los Ilustrados realizaron propuestas para reorganizar Europa sobre fundamentos racionales y éticos que garantizarán la paz, la estabilidad y el bien común.
Los pensadores ilustrados formulan proyectos políticos concretos para abordar la unidad de Europa. Estos proyectos basados en la colaboración entre Estados soberanos requieren de la adopción de un marco legislativo y jurídico común, y, por tanto, de una cierta cesión de soberanía en aras de la democracia, la paz y el bien común. La mayor novedad en esta visión, respecto a las propuestas de siglos anteriores, es la introducción de la idea de que este pacto debe proceder de los pueblos, de la soberanía popular, cuestionando y limitando el papel que los reyes y la Iglesia habían tenido en proyectos políticos anteriores.
William Penn propuso la creación de una Federación de Estados Europeos para resolver los conflictos a través de medios pacíficos. Anticipó el Parlamento Europeo al proponer una Asamblea Representativa en la que cada estado tuviera voz y una votación proporcional. Su propuesta de resolver las disputas mediante un tribunal supranacional también influyó en las bases jurídicas de la integración europea.
El abad de Saint-Pierre, propuso algo similar con la creación de una Liga Europea en la que uniera a los Estados mediante pactos de cooperación. Esta soberanía compartida para favorecer la seguridad colectiva puede considerarse una idea precursora del establecimiento de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero.
Por su parte, Leibniz abordó la cuestión de la unidad europea defendiendo la idea de una Europa unida por su patrimonio común de conocimiento y religión. Para él, la diversidad de Europa podría integrarse en una unidad superior basada en la razón y los valores compartidos. Esta idea podría considerarse antecesora del principio que rige la Unión Europea y que recoge su lema, “unidos en la diversidad”.
Rousseau, introduce en su propuesta, basada en el proyecto del Abad de Saint-Piérre, el valor de la soberanía popular como base de cualquier orden internacional justo. Su Federación de Estados que equilibraba la necesidad de unidad con la preservación de las particularidades nacionales va a inspirar la estructura de la Unión Europea.
Mientras Kant en su propuesta de Federación de Repúblicas, defiende la asociación de Estados republicanos que respetaran los derechos fundamentales y rechazaran la guerra como medio de resolución de conflictos. Idas que serían recogidas por el proceso de integración europeo del siglo XX.
Las ideas ilustradas basadas en la razón y el progreso, mostraron al mundo una nueva concepción de Europa que ya no se presentaba, solamente, como un continente de naciones rivales, sino como un conjunto de estados soberanos que podían colaborar en el marco de principios comunes. Estas ideas marcaron los ideales que impulsaron el proyecto de integración europea y la creación de la Unión Europea. Desde la paz y la justicia hasta la cooperación económica y cultural, los ideales ilustrados proporcionaron una base ética y filosófica que articularía la construcción de una Europa unida.
7. Capítulo IX. El siglo XIX: la disolución del Antiguo Régimen y el nacimiento de los Estados-nación frente a los proyectos de unidad de Europa.
Introducción
Las transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales del siglo XIX habían sido anticipadas por el devenir de las últimas décadas del siglo XVIII. El siglo XIX va a ser el escenario en el que se produzca el enfrentamiento entre las ideas más conservadoras, aún vinculadas al ideario del Antiguo Régimen, y las ideas liberales encarnadas en los movimientos burgueses y nacionales que supondrían la aparición de los Estados Nacionales.
En este mundo de cambio político y cultural, frente al auge de los nacionalismos y la creación de los Estados-nación, los intelectuales van a realizar profundas reflexiones sobre los conceptos de soberanía nacional, libertad, democracia y cooperación que les va a permitir imaginar un continente unido sobre esos principios.
Procesos de cambio histórico en el siglo XIX que sembrarán el camino de la unidad europea
A finales del siglo XVIII, el Antiguo Régimen había desaparecido por completo, aunque algunas ideas conservadoras sobre la soberanía de los príncipes pugnaban por mantenerse en el ámbito político. La independencia de los Estados Unidos en 1776, con las colonias liberándose del yugo de Inglaterra, y la Revolución Francesa de 1789, especialmente con la reunión de los Estados Generales en Versalles y su transformación en Asamblea Nacional Constituyente, van a alterar el modo en el que se entiende el mundo, la política y el papel de los ciudadanos en ella.
La Revolución Francesa, transcurrida entre 1789-1799, va a resonar en todo el mundo y a marcar el modo en el que se entiende la política en Europa y en el mundo occidental. La Revolución Francesa extendió los principios de soberanía popular, igualdad ante la ley y derechos universales, que hemos visto venían gestándose en pensadores de siglos anteriores. La Declaración de los Derechos Fundamentales del Hombre marcaba igualmente el derecho de los pueblos a decidir su destino. La idea de fraternidad entre los hombres, desarrollada en Francia, no sólo tenía un carácter nacional, sino que aspiraba a una comunidad de pueblos libres e iguales que, aunque no hacían referencia a un proyecto político de unidad de Europa sí influyeron en las concepciones modernas de ésta.
Cuando Napoleón Bonaparte (1769-1821) asumió el control del estado francés proyectó esta idea de una comunidad unida, bajo la esfera de la conquista militar que situaba a las naciones de Europa bajo su dominio. Esta unificación de territorios europeos, controlados por Bonaparte, seguía la estela de Carlomagno en el sentido de que Napoleón promovió un código legal compartido, el Código Civil Napoleónico, y la eliminación de barreras feudales locales, sentando las bases de los sistemas administrativos modernos. Las Constituciones otorgadas a los distintos estados garantizarían los principios de igualdad ante la ley y de división de poderes, anticipando el sistema democrático, aunque siempre bajo la hegemonía francesa.
“Napoleón imaginó una Europa organizada alrededor de un poder centralizado, aunque al servicio de los intereses franceses” (Mark Mazower, La Europa negra. 1998)
Esta imposición de la hegemonía francesa, generó una enorme resistencia nacionalista en los estados conquistados, lo que desembocaría en una lucha contra la tendencia hegemónica y se traduciría en una nueva fragmentación del continente.
Ilustración 30. Mapa del Imperio Napoleónico en Septiembre de 1812. Clem le Nem. https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/5/50/France_September_1812_prussia_occupied.jpg/592px-France_September_1812_prussia_occupied.jpg?20231130130427
La proclamación de Napoleón como emperador en 1804, supondría su voluntad de establecer una hegemonía europea y universal, basada en una Europa de reinos familiares y reinos vasallos.
Tras la caída de Napoleón, el Congreso de Viena (1814-1815) reconfiguró nuevamente el mapa político y territorial de Europa. En palabras de Metternich, Canciller de Austria, se pretendía “restaurar una Europa del equilibrio y del derecho de gentes”.
Se restauraba un equilibro de poder mediante la legitimidad monárquica y la contención del nacionalismo y el liberalismo. Es el sistema conocido como el “Concierto de Europa”. Estos acuerdos entre monarcas soberanos proporcionaron una estabilidad temporal, pero, bajo la superficie, latían con fuerza las aspiraciones democráticas y nacionalistas despertadas por la Revolución Francesa y las ideas transmitidas tras la expansión napoleónica.
Ilustración 31. Le gateau des rois, tiré au Congés de Vienne.
Viñeta política francesa de De Vink. Bodleian Libray
Aunque el Congreso de Viena supuso una vuelta al conservadurismo y un intento de restaurar estructuras del Antiguo Régimen, también marcó un precedente al establecer mecanismos de cooperación diplomática entre estados, lo que sería un antecedente para el proceso de integración europeo posterior.
“El Congreso de Viena fue el primer intento de institucionalizar la paz europea mediante la diplomacia multilateral” (Henry Kissinger, La Diplomacia. 1994)
Pensadores como Bejamin Constant (1767-1830) reforzaron la idea de que Europa no podía construirse a través de la conquista militar. En Del espíritu de conquista y de la usurpación en sus relaciones con la civilización europea”, Constant rechaza la conquista militar y el centralismo para abogar por el federalismo y una unión pacífica de pueblos.
Los ideales de la Revolución Americana y la Revolución francesa, el intento napoleónico de imponer la hegemonía francesa y la unificación territorial bajo el gobierno de esta nación, y el esfuerzo del Congreso de Viena por restaurar estructuras del Antiguo Régimen, desembocarán en las Revoluciones liberales y burguesas (1820, 1830 y 1840). Estas oleadas revolucionarias luchaban contra el absolutismo defendiendo ideas liberales y nacionalistas. La Revolución de 1848 o “Primavera de los Pueblos” logró la consolidación de regímenes constitucionales y derechos nacionales en Europa.
En el terreno económico se consolida el éxito de la Revolución Industrial y se desarrolla el sistema capitalista. Los bancos y corporaciones financieras ocupan un papel dominante en la economía mundial, marcada por el auge del comercio internacional y el imperialismo económico.
Las transformaciones políticas e intelectuales de siglos anteriores van a provocar en esta época una transformación social. La burguesía se consolida como clase dominante en el terreno económico y político al tiempo que comienza a aparecer el proletariado industrial que dará lugar al nacimiento del movimiento obrero.
La expansión imperialista y colonialista enfrenta a las naciones europeas en el reparto del mundo y supone un foco de tensión entre ellas y con las propias poblaciones autóctonas.
Una Europa unida a través de la gran República de las Letras
En este contexto histórico van a surgir intelectuales que abogan por superar las divisiones políticas y territoriales a través de una unidad de Europa mediante la creación de una gran República de las Letras.
Goethe
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) contribuyó a la idea de la unidad de Europa desde una visión cultural y humanista. Para él será la cultura la verdadera herramienta unificadora de Europa frente a América, símbolo del mundo técnico libre de todas las limitaciones tradicionales.
Goethe concebía Europa como una comunidad espiritual basada en la literatura, la filosofía y el arte por oposición a los enfrentamientos políticos y a los conflictos bélicos.
Para él, las relaciones intelectuales transnacionales eran fundamentales en esa construcción de Europa. Consideraba que la literatura trascendía las fronteras nacionales y podía fomentar un entendimiento mutuo entre los pueblos europeos. Europa compartía un sustrato cultural común basado en la tradición grecolatina y cristiana que permitía superar las barreras de los nacionalismos y los conflictos militares.
Ilustración 32. Retrato de Madame de Staël. Vladimir Borovikovsky. Galería Tretyakovgius
Madame de Staël
Anne-Louise Germaine de Staël (1766-1817), conocida como Madame de Staël, fue una intelectual y escritora que defendió una visión cosmopolita y liberal de Europa. Hija del ministro de finanzas de Luis XVI, Madame de Staël supone la transición entre el Antiguo Régimen y el liberalismo moderno.
En su obra De l’Allemagne(1810) presenta una visión de Europa como un espacio diverso pero unido en su búsqueda de la libertad, el progreso y la civilización. Para ella, la unidad europea no debía basarse en la conquista o la hegemonía, sino en el intercambio cultural y la creación de un marco común de valores liberales.
Friedrich von Schlegel
Este filósofo y crítico literario del Romanticismo alemán (1772-1829), contribuyó a la idea de Europa desde una perspectiva cultural y espiritual. Para él, Europa era una comunidad que hundía sus raíces en la herencia cristiana y los ideales humanistas del Renacimiento. En su obra Uber die Sprache und Wisheit der Indier (1808) establecía que la unidad europea debía basarse en la revitalización de sus valores espirituales y culturales.
Aunque valoraba la diversidad cultural europea, Schleglel rechazaba la fragmentación social y política. Para él, el Cristianismo, como ya vimos que ocurrió en épocas anteriores, suponía una herramienta para unificar a la población europea, superar las divisiones nacionales y ofrecer una base para la cooperación.
Schlegel materializó su idea de utilizar la cultura para promover la unidad en la creación de la revista Europa. Este proyecto intelectual, fundado en 1803 en París, facilitaba una plataforma para articular una visión de Europa como una comunidad cultural y espiritual y promovía el diálogo cultural entre intelectuales europeos. El propio título de la revista representaba el objetivo de trascender lo nacional para abordar cuestiones de relevancia continental.
La revista tuvo una vida breve pero sus artículos reflejan una visión multifacética de la identidad europea. En sus páginas se entiende la literatura como un puente cultural entre naciones, idea compartida por Goethe; la filosofía se presenta como elemento unificador y motor de la transformación espiritual y cultural que era necesaria; y la religión cristiana se señala como fundamento de la civilización europea, no sólo en su marco doctrinal sino también como facilitadora de un marco ético y moral que guiaría la regeneración de Europa tras los conflictos de las guerras napoleónicas.
“Europa no es un conglomerado de naciones separadas, sino una unidad espiritual cuya esencia reside en su historia compartida y en su misión común de promover la civilización y el entendimiento humano”. (Schlegel, Revista Europa).
El proyecto del Conde de Saint-Simon
Claude-Henri de Rouvroy, Conde de Saint-Simon (1670-1825), fue uno de los primeros pensadores en exponer explícitamente un modelo político y económico para una Europa unida. Este filósofo y economista francés que había combatido a favor de la independencia americana, publicó en 1803 Carta de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos, en la que proponía la creación de un nuevo poder espiritual supraestatal.
En De la reorganización de la sociedad europea, o de la necesidad y de los medios de agrupar los pueblos de Europa en un solo cuerpo, conservando cada uno su independencia nacional, (1814), Saint-Simon se convierte en el precursor de la integración que, en el siglo XX, conducirá a la creación de la Comunidad Europea y posteriormente de la Unión Europea.
Su proyecto defendía la creación de una Federación de naciones europeas, regidas por un gobierno supranacional que garantizara la paz y promoviera el desarrollo económico. Proponía un modelo de cooperación económica y gestión racional de los recursos para reemplazar los conflictos bélicos.
“La asociación entre las naciones europeas debe ser regida por la industria y la ciencia, no por el poder militar” (Saint-Simon, L’Industrie, 1817)
Incluía la formación de un Parlamento General para toda Europa, constituido por 240 miembros. Estaría organizado en dos Cámaras, la de los Comunes y la de los Pares, según el modelo británico. Los diputados serían elegidos por diez años y debían estar educados y tener una posición económica suficiente. El Parlamento fijaría los impuestos necesarios para su gestión, decidiría sobre las cuestiones de interés general y establecería los sistemas educativos.
Aunque el proyecto de Saint-Simon no fue adoptado recogía principios fundamentales que inspirarían la creación de la Comunidad Europea y la Unión Europea: cesión de la soberanía, democracia, colaboración política y económica…
El surgir del nacionalismo y los Estados-nación, ¿freno o estímulo para la unidad europea?
El Congreso de Viena al tratar de imponer estructuras conservadoras del Antiguo Régimen, en un momento en que las ideas liberales de la revolución americana y de la Revolución francesa se habían extendido por el continente, provocó el despertar de los nacionalismos como fuerzas políticas y culturales. Estos nacionalismos bebían en las fuentes del derecho de gentes de la Edad Moderna y de la soberanía popular y la razón de los ilustrados.
La “Europa de las Naciones” estaría marcada por el liberalismo político y los movimientos de independencia o unificación de Grecia, Polonia, Suiza, Hungría, Italia y del Imperio Alemán.
El nacionalismo, como ideología, subrayaba las diferencias culturales, lingüísticas y políticas entre las naciones, lo que, a priori parecía dificultar cualquier idea de unidad supranacional.
Sin embargo, estos procesos también reflexionaron sobre la conexión intercultural e histórica de Europa ya que los nuevos estados-nación se construyeron sobre tradiciones compartidas y rivalidades esencialmente europeas. Esta Europa de las Naciones acompañada del movimiento cultural del Romanticismo aúna en muchos de sus pensadores y escritores la exaltación de las nacionalidades al tiempo que se ensalza el ideal europeo.
Giuseppe Mazzini
Giuseppe Mazzini (1805-1872) lucho por una Italia unificada pero también fue líder del movimiento Joven Europa. Propuso una federación de repúblicas europeas basada en principios democráticos y morales.
“La humanidad es una, y la patria es el principio del que se deriva la asociación de todas las naciones” (Giuseppe Mazzini, The Duties of Man, 1860)
Para Mazzini, la unidad nacional era un paso previo hacia una Europa unida. En su Carta de la Joven Europa (1834), se presenta como un militante de un movimiento europeo basado en los principios de libertad, igualdad, humanidad, fraternidad de los pueblos y progreso continuado.
“Los pueblos no deben estar sujetos a la dominación de ningún poder extranjero, sino que deben vivir en una igualdad completa de derechos, unidos en la fraternidad universal, para la realización de la libertad y el progreso de la humanidad.” (Giuseppe Mazini, Carta a la Joven Europa. 1834)
Vicenzo Gioberti
Vicenzo Gioberti (1801-1852) en Del primato morale e civile degli italiani (1834), imagina una Italia unificada bajo la guía del papado, dentro de una Europa cristiana federada. Gioberti vincula las nuevas aspiraciones de unidad europea con los valores espirituales cristianos compartidos por sus ciudadanos.
Carlo Cattaneo
Carlo Cattaneo (1801-1869), federalista y republicano, defendió una estructura descentralizada para Italia y Europa inspirada en modelos como la Confederación Suiza. Utilizando por primera vez, en 1848, la expresión de los “Estados Unidos de Europa”.
El papel del Imperialismo y la Revolución Industrial en la idea de unidad europea
Junto al nacionalismo, se había despertado el “Gran Juego” entre las potencias europeas en Asia, África y el resto del mundo. El Imperialismo iniciaba una competencia feroz por la hegemonía global en la que las naciones más poderosas se enfrentaban en territorios extraeuropeos. No obstante, este proceso también consolidó la identidad europea al extender una percepción de superioridad cultural europea frente a otras civilizaciones, reforzando la idea de una identidad común basada en el progreso, la tecnología y la modernidad.
La Revolución Industrial, ya consolidada en la segunda mitad del siglo XIX, transformó la economía y la sociedad europeas, al traer un mayor intercambio de bienes, ideas, tecnología y trabajadores entre las naciones europeas.
Esta interdependencia económica, aunque no vinculada a un proyecto político, fortalecía la idea de la necesidad de cooperación que se traduciría en los proyectos de integración económica del siglo XX.
En este contexto se sitúa la figura de Ernest Renan (1823-1892), un filólogo e historiador francés que reflexionó sobre la naturaleza de las naciones. En su ensayo ¿Qué es una nación? (1882), Renan define la nación como una gran solidaridad entre los ciudadanos. Solidaridad que se basa en un pasado compartido y en un acuerdo de vivir juntos en el futuro. Es decir, la nación se forma por el consentimiento actual de sus poblaciones.
Ilustración 33. Retrrato de Ernest Renan. Antoine Samuel Adam-Salomon.
Instituto de Arte de Chicago
Sus ideas contrastaban con las afirmaciones nacionalistas de que son la etnia, la lengua o la religión las que establecen una nación. Para Renan la base de la comunidad política no era el origen sino la voluntad colectiva.
“El establecimiento de un nuevo Imperio Romano o de un nuevo Imperio de Carlomagno es imposible. La división de Europa es demasiado grande para que una tentativa de dominación universal no provoque más que una coalición fuerte que haga entrar a la nación ambiciosa en sus cauces naturales”. (Renan, La libertad de los pueblos. 1851)
Aunque Renan centraba sus ideas en torno a la nación, en un contexto más amplio, podían aplicarse a la unidad europea. Así, Europa podía constituirse sobre la voluntad de sus habitantes.
Renan reconoció la interconexión histórica y cultural de Europa y señaló la importancia de la educación y la cultura en la regeneración europea. Para él, aunque las naciones europeas competían entre sí, compartían una herencia común que las distinguía de otras civilizaciones.
Europa era un espacio de civilización definido por su legado grecolatino, su tradición cristiana y su capacidad de renovación intelectual.
“Las Naciones Europeas que han hecho la Historia son los Pares de un gran Senado donde cada miembro es inviolable. Europa es una Confederación de Estados reunidos por una idea común de la civilización. La individualidad de cada nación está constituida, sin duda, por la raza, la lengua, la historia, la religión, pero también por algo mucho más tangible, por el consentimiento actual, por la voluntad de las diferentes personas de un Estado de vivir juntos” (Ernest Renan, Carta de 15 de septiembre de 1871)
Estas ideas de Renan resonarían en el contexto de la integración europea tras la Segunda Guerra Mundial, especialmente, la afirmación de que la identidad Europa podía construirse a través de la cooperación y la solidaridad, más allá de las diferencias nacionales, y sobre la base de la voluntad de los ciudadanos de vivir y permanecer juntos.
El movimiento pacifista como estimulador del espíritu de unidad
En el siglo XIX toma forma el movimiento pacifista. Elihu Burritt, un activista estadounidense, organizó los “Congresos de la Paz” en 1848 en Bruselas, en 1849 en París y en 1850 en Fráncfort. Estos congresos reunían a delegados europeos en un intento de resolver conflictos mediante el diálogo. Ya en el primer congreso, Burritt propuso una “Unión de Naciones Europeas”, que sería precursor de la Liga de Naciones.
El Congreso de Paris de 1849, fue presidido por Víctor Hugo (1802-1885). En él, Víctor Hugo, que ya contaba con un enorme prestigio como escritor, imaginó los “Estados Unidos de Europa” que unirían a los pueblos en nombre de la civilización y la justicia.
“Un día vendrá en que las bombas sean reemplazadas… por el venerable arbitraje de un Senado soberano que será para Europa lo que la Asamblea Legislativa es para Francia…Un día vendrá en que habrá dos grupos inmensos, los Estados Unidos de América y los Estados Unidos de Europa, situados uno frente a otro y se tenderán la mano sobre el mar…En el siglo XX habrá una nación extraordinaria, … Esta nación tendrá por capital París y no se llamará Francia, se llamará Europa. Se llamará Europa del siglo XX y en los siglos siguientes, y aún transfigurada se llamará la Humanidad.” (Víctor Hugo, Discurso del Congreso Internacional de la Paz. 21 de agosto de 1849)
Esta visión refleja el anhelo existente entre muchos europeos por un continente unido en paz y progreso y anticipa ideas que articularían el proceso de integración europea del siglo XX.
Otros debates sobre la identidad y la unidad europea entre los pensadores del siglo XIX.
Otros pensadores del siglo XIX exploraron también la relación entre identidad, soberanía y unidad.
Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), en El principio federativo (1863) defendió un modelo de federación basado en la autonomía local, rechazando tanto el centralismo como el nacionalismo extremo. El Estado Federal Europeo, para Proudhon, requería, previamente, de la descentralización de los Estados, multiplicándose las comunidades a escala del hombre antes de federarse.
Ilustración 34. Retrato de Pierre-Joseph Proudon en 1864. Nadar.
Biblioteca Nacional de Francia
Johann Caspar Bluntschli (1808-1881), profesor de Derecho internacional en Alemania, abogó por la armonización de las leyes europeas y la cooperación entre estados como base para la paz. Inspirándose en el ejemplo de Suiza, sugiere una cooperación entre los Estados para obtener objetivos comunes aunque manteniendo cada Estado su propio gobierno y ejército. Proponía un Consejo Federal integrado por una Unión de Estados soberanos para resolver las grandes cuestiones de la política europea y un Senado en el que estuviesen representados los pueblos, para colaborar en dichas decisiones.
Conclusión
El siglo XIX fue un periodo de transformaciones ideológicas profundas, marcadas por los valores de la Ilustración, el Romanticismo y el Liberalismo. Muchas de las ideas formuladas en esta época sentaron las bases de los procesos de integración Europa iniciados en el siglo XX.
Pensadores como Constant defendieron la libertad individual frente al poder estatal y rechazaron la conquista militar como la herramienta de control de los pueblos. Sus ideas influirían en los valores democráticos y el respeto a los derechos fundamentales que guiaron la integración europea en los tratados fundacionales como el Tratado de Roma (1957).
Intelectuales como Goethe, Madame de Staël y Schlegel defendieron la unidad de Europa sobre la base de un espíritu cultural compartido y la transmisión de ideas en un entorno de carácter transnacional, concepto ya argumentado en siglos anteriores. Subrayaron la interconexión cultural como base del entendimiento mutuo y la resolución de conflictos, ideas que resuenan en la dimensión cultural de la Unión Europea en la que se entienden los flujos culturales, educativos y la transmisión de ideas como elementos que protegen la diversidad, pero también promueven la integración.
Schlegel, además, recuperó ideas anteriores afirmando que esa unidad cultural hundía sus raíces en la herencia cristiana y grecolatina.
El Conde de Saint-Simon, fue uno de los primeros en imaginar una Europa unida bajo un sistema económico integrado. Su propuesta de eliminar las barreras comerciales serviría de base para iniciativas como la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y la Comunidad Económica.
Proudhon, partiendo de sus ideas anarquistas, defendió un modelo de federalismo que combinara la autonomía local con la cooperación supranacional. Estas ideas influyeron en la creación de estructuras descentralizadas y subsidiarias de la Unión Europea, en la que los estados cooperan en esferas comunes mientras mantienen la soberanía sobre sus ciudadanos y territorios.
Aunque, inicialmente el nacionalismo y la creación de los Estados-nación, podría haber supuesto un freno para la integración europea. Los propios pensadores nacionalistas como Giuseppe Mazzini, Gioberti y Cattaneo, defendieron un nacionalismo republicano basado en una fraternidad universal. Para ellos, Europa podría constituirse como una alianza de naciones libres basada en los principios de cooperación pacífica que conforman la actual Unión Europea.
Los movimientos humanitaristas y pacifistas, encarnados en Elihu Burrit y Víctor Hugo y materializados en los Congresos de la Paz, promovieron la idea de que una confederación internacional de estados que colaborasen era el modo más eficaz de lograr una paz y una estabilidad duraderas. En esta línea, Víctor Hugo imaginó un futuro en el que las naciones europeas superarían sus rivalidades a través de la unión política y económica, lo que parece prever la creación de la actual Unión Europea.
Bluntschli aportó a este desarrollo intelectual, la importancia del derecho internacional como marco para regular las relaciones entre los estados. Este principio de gobernanza supranacional es uno de los pilares fundamentales de la actual Unión Europea.
Aunque el auge de los nacionalismos en el siglo XIX supuso una nueva fragmentación del continente y la aparición de los estados-nación, se vio acompañado de importantes reflexiones sobre la soberanía nacional, la colaboración, los acuerdos y los principios democráticos. Mientras el nacionalismo consolidaba los Estados-nación, pensadores y activistas imaginaban un continente unido por valores comunes de paz, democracia y cooperación. Aunque a corto plazo los enfrentamientos y divisiones territoriales predominaron, las ideas desarrolladas en este siglo que hundían sus raíces en los pensadores de los siglos anteriores, prevalecieron proporcionando un fundamento ideológico esencial para el proceso de integración europeo del siglo XX, que culminaría en la Unión Europea.
Algunas de las ideas del siglo XIX van a perdurar en el tiempo y a servir de base para el desarrollo de los principios que guiaron el proceso de integración Europa y la creación de la Unión Europea. Estas ideas incluyen la defensa de la libertad y la democracia; la apuesta por la cooperación económica como marco para la prosperidad y la estabilidad; la cesión de soberanía nacional a través de las ideas de descentralización y federalismo; y la primacía de una cultura compartida que sienta las bases de la identidad europea y que sirve de sustrato para el logro de la paz y el bien común.
8. Capítulo X. Los inicios del siglo XX: Proyectos políticos y económicos para la creación de una unidad europea
Introducción
El primer tercio del siglo XX va a ser un periodo convulso marcado por el estallido de un conflicto mundial que devastó el continente europeo y cuyo tratado de paz, el Tratado de Versalles, no logró poner fin a las rivalidades y los deseos de venganza de los Estados Europeos.
Este conflicto puso de manifiesto, para algunos pensadores, la debilidad y declive de la civilización europea. Otros, decidieron crear proyectos y buscar soluciones que permitiesen una regeneración de Europa y que facilitasen mecanismos de cooperación que permitiesen superar las rivalidades y preservar la paz.
Principales acontecimientos históricos de inicios del siglo XX hasta el final del periodo de Entreguerras
La primera década del siglo XX es un periodo de tensiones que desembocaron en uno de los mayores conflictos bélicos de la historia de la humanidad.
La aceleración del proceso tecnológico de la Segunda Guerra Mundial y la consolidación de las economías industriales profundizaron las desigualdades sociales y provocaron la aparición de los movimientos obreros, que tuvieron su cara más visible en las Internacionales Obreras.
La carrera imperialista y las rivalidades coloniales, aunque no eran nueva, agravaron las tensiones entre los Estados europeos. Las disputas entre los estados europeos y la lucha por la hegemonía se trasladaban, ahora, al espacio territorial de otros continentes, Asia y África.
Después de la caída de Bismarck, en 1890, Alemania se había convertido en el centro en torno al cual giraba la política europea. La alianza franco-rusa suponía un peligro sobre las fronteras germanas lo que aumentaba la tensión entre estas naciones, aunque los grandes enfrentamientos entre estos estados surgirían con motivo del reparto del mundo colonial.
Europa se articulaba en dos bloques. Por un lado, la Triple Entente formada por Francia, Rusia y Gran Bretaña y por otro, la Triple Alianza, formada por Alemania, Austria-Hungría e Italia.
Ilustración 35. Mapa de las alianzas militares de Eruopa en 1914. Adriendelucca. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Map_Europe_alliances_1914-fr.svg
Además, el este de Europa contaba, a raíz de la expansión de los nacionalismos con múltiples Estados-nación y, en el Congreso de Berlín de 1878 se había acordado la independencia de Bulgaria, Rumanía, Serbia y Montenegro, y los territorios de Bosnia y Herzegovina pasaban a anexionarse a Austria. Estas decisiones desembocarían en la I Guerra Balcánica y en la II Guerra Balcánica que, pese al Tratado de Londres, que ponía fin a la primera, y el Tratado de Bucarest, que ponía fin a la segunda, dejaba cuestiones no resueltas que se tradujeron en el asesinato del archiduque heredero Francisco Fernando, en Bosnia, lo que provocó una sucesión de declaraciones de guerra que desencadenaron primero una guerra europea para transformarse después en un conflicto internacional, la I Guerra Mundial.
La I Guerra Mundial (1914-1918) supuso un conflicto de consecuencias sin precedentes. Entre sus causas se encontraba la polarización provocada por la articulación de alianzas en la Triple Entente y la Triple Alianza, el militarismo y el nacionalismo crecientes y los conflictos coloniales.
La guerra dejó alrededor de 16 millones de muertos y una situación de devastación económica en Europa. Los imperios alemán, otomano, austrohúgaro y ruso colapsaron.
Ilustración 36. Trinchera francesa en la Primera Guerra Mundial. 1917.
London Illustrated London News and Sketch. https://archive.org/details/nsillustratedwar03londuoft
El Tratado de Versalles que le puso fin en 1919 establecía que Alemania y sus Aliados habían sido los culpables del conflicto y, por ello, debían responder de las pérdidas y daños ocasionados en la guerra. Acordaba, además, la cesión de Alsacia-Lorena a Francia, la ocupación del Sarre y el Rhin, cesiones territoriales a Bélgica, a Dinamarca y a Polonia, la creación de un territorio libre en Memel, la creación del Estado de Danzig, y la cesión de las colonias de las potencias derrotadas. El Tratado de Saint-Germaine, firmado pocos meses después, supuso la desmembración de Austria-Hungría. El fin de la I Guerra Mundial marcaba, no sólo una reestructuración del equilibrio de poder en Europa, pero también transformaba profundamente la configuración territorial y política de Europa Central y Oriental.
Bohemia, Moravia y Eslovaquia se unieron para constituir Checoslovaquia; Serbia, Montenegro, Croacia, Bosnia y Eslovenia se unieron para formar Yugoslavia; Polonia incorporó Galitzia y Posnaia; Italia se anexionó el Tirol austriaco; Rumanía hizo lo mismo con la antigua Transilvania húngara y Bulgaria cedió territorios a Yugoslavia, a Grecia y a Rumanía.
Esta transformación del mapa político de Europa, negociada en los despachos, no fue aceptada de buena gana por las minorías nacionales que se resistían a su integración en Estados ajenos y, los habitantes de las naciones perdedoras, tampoco aceptaron las responsabilidades y cargas económicas impuestas en los tratados. De este modo la estabilidad no trajo una paz duradera, quedando latente un sentimiento revisionista que estallaría en la II Guerra Mundial.
El periodo de entreguerras (1919-1939) marcó una etapa de profunda reflexión y debate en torno a la identidad y la unidad de Europa. Tras la devastación de la I Guerra Mundial, el continente se enfrentó a una crisis sin precedentes que cuestionaba sus valores políticos, sociales y culturales y que veía fortalecerse ideologías totalitarias, como el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania. La creciente polarización política y el debilitamiento de las democracias parlamentarias provocaron en el terreno intelectual el cuestionamiento de los valores europeos tradicionales.
La creación en Ginebra en 1920 de la Sociedad de Naciones, enraizada en muchas de las ideas que ya hemos ido desgranando en capítulos anteriores, tenía como objetivo de “procurar a todos los Estados, grandes y pequeños, garantías mutuas de independencia política y de integridad territorial”. Esta Sociedad nació herida tras negarse Estados Unidos a suscribir el tratado fundamental y debido a la falta de elementos coercitivos.
Ilustración 37. The Gap in the brigde. Caricatura sobre la ausencia de EEUU en la Liga de Naciones.
Leonard Raven-Hill. Punch Magazine 1919.
La recuperación posbélica fue muy dura y la Gran Depresión de 1929 con la caída de la Bolsa de Nueva York marcó el inicio de una crisis económica global que facilitó el estallido de crisis políticas. De este modo se produjo el ascenso de los regímenes totalitarios, el fascismo en Italia con Mussolini, el nazismo en Alemania con Hitler y el estalinismo en la Unión Soviética con Stalin. La polarización ideológica, las luchas entre las democracias liberales, los movimientos comunistas y los regímenes autoritarios marcarían este periodo.
Finalmente, Alemania, liderada por Hitler, desafió las restricciones del Tratado de Versalles e inició la remilitarización y la ocupación de territorios europeos. Nuevamente el continente se polarizó con Estados aliados en el Eje (Alemania, Italia y Japón) y en los Aliados (Estados Unidos, la Unión Soviética, Francia y Gran Bretaña).
Finalmente, la invasión alemana de Polonia en 1939 marco el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el conflicto más devastador de la historia de la humanidad hasta el momento.
Una visión pesimista del futuro de Europa: Oswald Spengler
En este contexto de tensión y enfrentamiento trascurrido en el primer tercio del siglo XX, Oswald Spengler, (1880-1936), filósofo alemán planteó en La Decadencia de Occidente (1918-1922), una visión muy pesimista del futuro de la civilización europea. Para Spengler, ésta había agotado su ciclo vital, y al ascenso y apogeo pasados se situaban ahora en una etapa de decadencia irreversible.
Ilustración 38. Retrato de Owald Spengler. Anónimo. Archivos Federales Alemanes
Para Spengler, la I Guerra Mundial ponía de manifiesto la crisis espiritual de Europa, que había perdido sus valores fundamentales en favor del materialismo y del tecnicismo.
La unificación de Europa carecía para él de viabilidad ya que esta civilización estaba destinada a desaparecer.
Su visión pesimista sobre la posibilidad de una regeneración europea, contribuyó, no obstante, a que otros intelectuales buscaran respuestas a esta situación.
Paul Valéry (1871-1945), expresó su preocupación por la fragilidad de la civilización europea en ensayos como La crisis del espíritu (1919).
“Nosotros, civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales”. (Valéry, La crisis del espíritu. 1919)
Para él la I Guerra Mundial había puesto de manifiesto el declive de la civilización europea, pero, a diferencia de Spengler, consideraba que la crisis podría superarse con un renacimiento cultural basado en los valores humanistas.
André Malraux (1901-1976), exploró la dignidad humana en un mundo herido por la guerra y la ideología. Al igual que para Paul Valéry, Malraux consideraba que el arte y la cultura eran las herramientas que permitían al ser humano trascender esas divisiones y facilitarían la regeneración de Europa.
Francois Mauriac (1885-1970), escritor y Premio Nobel de Literatura, abogó también por una regeneración espiritual de Europa basada en valores cristianos. Advirtió contra los peligros del totalitarismo y subrayó la importancia de la compasión y la solidaridad como fundamentos para la reconstrucción europea.
Una visión optimista del futuro de Europa: Gaston Riou
Gaston Riou, periodista y escritor francés, (1883-1958), ofreció una perspectiva más optimista de la unidad de Europa. En Europa: la última oportunidad (1930) argumenta la necesidad de superar los nacionalismos mediante un proyecto común de cooperación cultural y política. Europa debía reconocerse a sí misma como una comunidad basada en una herencia cultural compartida y en su papel histórico como cuna de la civilización moderna.
“Europa es más que un conjunto de naciones; es una idea, un espíritu, una misión”. (Riou, Europa: la última oportunidad. 1939)
Para Riou, la unidad europea no era solo una cuestión política sino una necesidad moral.
Ilustración 39. Retrato de Gaston Riou c.1921. Anónimo. La France. https://babel.hathitrust.org/cgi/pt?id=mdp.39015023192761;view=1up;seq=88
Riou desarrolló una visión idealista pero pragmática, basada en la paz, la solidaridad y la superación de las divisiones entre los países europeos, con especial énfasis en la reconciliación francoalemana. Entendía Europa como una comunidad cultural fruto de una herencia basada en el humanismo, el cristianismo y los valores de la Ilustración.
Defendía la idea de una Europa federal en la que los Estados mantuvieran su autonomía, pero delegaran competencias clave en instituciones supranacionales de carácter común, como un Parlamento Europeo y un sistema judicial supranacional.
Su propuesta, si bien no tuvo un impacto inmediato, sembró las visiones federalistas que se retomarían en los primeros pasos hacia la integración europea tras la II Guerra Mundial.
Proyectos políticos y económicos de unidad europea en el Periodo de Entreguerras.
El periodo de entreguerras (1919-1939) estuvo marcado por un contexto internacional que simultaneó visiones pesimistas sobre el futuro de Europa con intentos de conceptualizar y promover la unidad europea.
Estos intentos tenían en su campo de visión el proceso histórico americano en el que, las naciones de ese continente estaban impulsando sus propias organizaciones supranacionales. Así, en 1889, Estados Unidos había reunido en Washington la Primera Conferencia Interamericana, con la participación de 18 estados que crearon la Unión Internacional de Repúblicas Americanas, para favorecer las relaciones amistosas y comerciales de los estados miembros. Esta Unión también condenó el principio de conquista y declaró nula cualquier anexión territorial que pudiera producirse por la fuerza al tiempo que establecía un procedimiento de arbitraje para regular las disputas entre los estados miembros.
En 1901 se reunía la Segunda Conferencia Interamericana y se creaba el Secretariado, un órgano permanente compuestos por diplomáticos acreditados en Washington, y un Bureau comercial para estimular las relaciones comerciales.
Estas conferencias demostraban a los pensadores europeos que era posible conciliar la independencia nacional con la cooperación regional internacional, y, por ello, algunos intelectuales abordaron la tarea de trabajar en la unidad de Europa desde proyectos realistas.
El proyecto Paneuropa de Richard Coudenhove-Kalergi
Richard Coudenhove-Kalergi (1894-1972), fue un diplomático e intelectual austriaco-japonés naturalizado francés que, en 1923, publicaba la obra Paneuropa en la que proponía el proyecto de creación de la Unión Paneuropea, que se hizo realidad en 1926.
Esta unión pretendía reunir a todas las naciones europeas en una Federación basada en valores culturales compartidos y en la necesidad de enfrentar retos externos, como el auge de Estados Unidos y la Unión Soviética.
Ilustración 40. Bandera de la Unión Paneuropea
Koudenhove-Kalergi consideraba que una unión política y económica eran esenciales para preservar la paz y evitar repetir conflictos como el de la I Guerra Mundial. Defendía que Europa no podía permitirse seguir fragmentada mientras se consolidaban otras grandes potencias.
“Europa es demasiado pequeña para estar dividida y demasiado grande para no unirse”. (Koudenhove-Kalergi, Paneuropa. 1923)
Para él, la unión se fundaba en el legado grecolatino, cristiano y humanista que conformaba el sustrato de la identidad europea.
Su proyecto político aspiraba a construir los Estados Unidos de Europa, entre los que no incluía a Rusia, a la que consideraba un país euroasiático, ni a Gran Bretaña, a la que calificaba de imperio intercontinental.
En 1926 se creaba la Unión Paneuropea con sede en Viena y Secciones nacionales en todos los países. Esta unión defendía la necesidad de una constitución europea, un parlamento europeo y el acuerdo de una política exterior común.
Sus postulados tuvieron un impacto positivo en varias figuras políticas de la época como el presidente checo Masaryk, el canciller Seipel del gobierno austriaco, y parlamentarios franceses como Aristide Briand, Jouvenel…
Así, Edouard Herriot, presidente del Consejo Francés, declaró en un discurso ante el Senado en 1925: “mi más grande deseo es contemplar algún día la creación de los Estados Unidos de Europa”. Y, pocos años después, en 1930, publicaría Europa¸ un libro en el que propone una Entente europea con un brazo económico definido por la supresión de barreras aduaneras y un brazo político, la Unión de Estados Soberanos.
En 1926 se reúne, en Viena, el Primer Congreso Paneuropeo, con varios presidentes de honor: Edouard Bénes, checoslovaco; Joseph Caillaux, francés; Paul Loebe, alemán; Francesco Nitti, italiano, Nicolás Politis, griego e Ignaz Seiple, austriaco, eligiéndose en 1927 un solo presidente de honor, Aristide Briand.
El proyecto paneuropeo reúne a múltiples personalidades desde políticos como Adenauer en Alemania hasta intelectuales y escritores como Albert Einstein, Thomas Mann, Sigmund Freud, Rainer María Rilke, Paul Valery, Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Salvador de Madariaga…
Pese a este éxito, el resurgimiento del militarismo en la década de 1930 frenaría el avance de movimiento paneuropeo, aunque sus ideas sentarían las bases intelectuales de la integración europea tras la II Guerra Mundial.
El proyecto escandinavo de los Estados Unidos de las Naciones Europeas
Johannes Heerfordt, médico y activista político danés, propuso en los años 1920 la creación de los “Estados Unidos de las Naciones Europeas”, una federación paneuropea que buscaba superar las divisiones nacionales mediante la cooperación política y económica. En su obra Una Europa nueva, primer ensayo basa su propuesta en principios democráticos y humanistas que reflejaban las tradiciones políticas de los países escandinavos. Su proyecto de modelo confederal enfatizaba la importancia de la igualdad, la justicia social y la resolución pacífica de conflictos. Para Heerfordt era fundamental priorizar la cooperación cultural y respetar las identidades dentro de un marco supranacional.
Aunque su proyecto no tuvo un impacto político significativo, refleja como en distintos escenarios europeos existía una creciente conciencia de la interdependencia europea y de la necesidad de fundar instituciones que velaran por la cooperación y la unidad.
Los Comités para la Cooperación Europea
En 1927 Emile Borel (1871-1956) crea el Comité Frances para la Cooperación Europea con el objetivo de convencer a los parlamentarios franceses de la necesidad de fomenta la unidad europea. Respondía a la necesidad de buscar soluciones a las crecientes tensiones derivadas del Tratado de Versalles, la crisis económica global y la debilidad de la Sociedad de Naciones. Pretendía construir un marco de cooperación para evitar futuros conflictos armados en Europa.
Siguiendo su ejemplo se crearon otros comités con objetivos específicos como el Comité franco-alemán, centrado en la internacionalización del mercado del acero.
Aunque la creciente tensión y el estallido de la II Guerra Mundial acabó con estos comités, su trabajo sirvió de inspiración y ejemplo para los padres fundadores de la Unión Europea y para la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.
La iniciativa de Unión Aduanera de 1925
Dentro de estos movimientos de cooperación se establece en 1925 la Unión Aduanera Europea (UDE) con el objetivo de crear un mercado libre, abierto a la circulación de mercancías, capitales y trabajadores entre Francia y Alemania. Este proyecto, dirigido por Abraham Le Trocquer, presidente del Comité Francés, y compuesto por personalidades como Aristide Briand o Edouard Herriot, pretendía acelerar la reconstrucción de las economías europeas tras la I Guerra Mundial y estabilizar las relaciones entre ambos países.
Para sus integrantes, la cooperación económica era un instrumento clave de reconciliación y paz en Europa.
La oposición de los sectores nacionalistas de Francia y de Alemania que temían la pérdida de soberanía económica y la crisis económica de finales de la década de 1920, incluyendo la hiperinflación de Alemania y las tensiones derivadas de las reparaciones de guerra, dificultaron el éxito del proyecto. No obstante, sería un precedente importante para la posterior creación de la Comunidad Económica Europea del Carbón y del Acero y, posteriormente, de la Comunidad Económica Europea.
Ilustración 41. Retrato de Aristide Briand c. 1905. Anónimo
El discurso de Aristide Briand ante la Sociedad de Naciones
Aristide Briand (1862-1932), ministro de Asuntos Exteriores francés, había aceptado en 1927 la presidencia de honor del movimiento Paneuropeo y había sido elegido presidente del Consejo en 1929 lo que le llevó a pronuncia un discurso en la Asamblea de la Sociedad de Naciones Unidas que resonaría en el posterior proceso de integración europea:
“Pienso que entre los pueblos que están geográficamente agrupados, como los de Europa, debe existir una suerte de lazo federal. Estos pueblos deben tener la posibilidad en todo momento de entrar en contacto, de discutir sus intereses, de tomar resoluciones comunes, de establecer entre ellos un lazo de solidaridad que les permita hacer frente en cada momento a las circunstancias graves que pudieran sobrevenir. Este es el lazo que yo querría esforzarme en establecer. Evidentemente, la asociación actuará sobre todo en el dominio económico, que es la cuestión más apremiante, pero estoy seguro que también sobre el punto de vista político o el punto de vista social, el lazo federal, sin tocar la soberanía común de las naciones, podría configurar aquella asociación que estaría bien hecha”
Este discurso fue favorablemente recibido por el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Gustav Stresemann, aunque con posturas enfrentadas entre la perspectiva federalista y la idea de mantener intacta la soberanía nacional. El economista John Mainard Keynes también acogió positivamente le discurso al considerar que sin la eliminación de barreras aduaneras en Europa no era posible un renacimiento económico.
Ilustración 42. Discurso de Aristide Briand en la Sociedad de Naciones. 1926.
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El discurso logró que 26 Estados Europeos miembros de la Sociedad de Naciones encargaran a Briand la elaboración de un Memorándum que se publicó y se presentó ante la Asamblea de la Sociedad de Naciones en 1930.
En esta ocasión, el acento se ponía más sobre la política que sobre la economía:
“Toda posibilidad de progreso en el camino de la unión económica está rigurosamente determinado por la cuestión de la seguridad, y ésta cuestión está íntimamente ligada a la de realizar un progreso en el camino de la unión política. Es sobre el Plan Político que debe ser realizado el esfuerzo constructor, tendente a dar a Europa su estructura orgánica”.
El proyecto presentado incluía la creación de tres órganos: la Conferencia Europea, integrada por representantes de los gobiernos europeos miembros de la Sociedad de Naciones, que sería el órgano deliberativo; un Comité Político, que tendría funciones ejecutivas; y un Secretariado.
En el terreno económico plantea un acercamiento de las naciones europeas para establecer “un Mercado Común para elevar al máximo el nivel de bienestar humano sobre el conjunto de los territorios de la Comunidad Europea”.
Esta idea se recogería íntegra en el Tratado de Roma que constituye la Comunidad Económica Europea en 1957.
Sin embargo, mientras se redactaba el Memorandum, el mundo vivía tiempos convulsos. Se había producido la crisis económica de 1929 que ahondaba las heridas de la I Guerra Mundial y la muerte de Gustav Stresseman dejó sin interlocutor al proyecto en Alemania.
Así, el proyecto de Unión Europea presentado en el Memorandum de 1930 fracasó por la oposición de una Sociedad de Naciones cuyos estados miembros temían perder su control sobre el desarrollo de las relaciones internacionales.
Un año después de la muerte de Stresemann, Hitler triunfaría en las elecciones alemanas de 1930 con 6,5 millones de votos que se convertirían en 13,5 millones de votos en las elecciones de 1932. Briand no pudo avanzar en el camino de la reconciliación y la construcción europea al morir en 1932. A su muerte Europa se había fragmentado en dos bandos compuestos por un lado por los regímenes totalitarios y por otro por los regímenes democráticos, en un frágil equilibrio internacional que desembocó en la II Guerra Mundial.
Conclusión
La situación convulsa de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la creciente tensión política, social y económica, la pugna por la hegemonía del mundo colonial habían generado entre algunos europeos un sentimiento negativo hacia la supervivencia de esta civilización. Así Oswald Spengler el ciclo vital de Europa se había completado y la civilización europea estaba en decadencia. Aunque compartían la idea del declive de Europa, especialmente evidente tras la I Guerra Mundial, algunos intelectuales como Paul Valéry, Malraux o Maouriac consideraban que la regeneración de Europa era posible a través de una revitalización de la cultura y la identidad compartidas.
Frente a esta visión negativa, otros pensadores como Gaston Riou argumentaban la necesidad de superar los nacionalismos mediante un proyecto común de cooperación cultural y política. Europa debía reconocerse a sí misma como una comunidad basada en una herencia cultural compartida y en su papel histórico como cuna de la civilización moderna.
El primer tercio del siglo XX fue especialmente fructífero en lo que a proyectos de unidad europea se refieren. Herederos de las corrientes proeuropeistas anteriores, los intelectuales europeos diseñaron proyectos específicos y realistas de unidad europea.
Destaca el proyecto de Unión Paneuropea de Richard Coudenhove-Kalergi porque logró aglutinar a muchas figuras relevantes de la época. Este proyecto que tenía en la identidad cultural y la herencia cristiana, humanista y grecolatina su elemento aglutinador abogaba por una unión política y económica basada en la colaboración entre los Estados europeos. El objetivo era fortalecer Europa, lograr la paz y la estabilidad y poder enfrentar la presión de las potencias exteriores que se estaban consolidando, los Estados Unidos y la Unión Soviética.
La pulsión por lograr la unidad europea se sentía en distintos territorios europeos. Así, el danés Johannes Heerford, propuso la creación de los Estados Unidos de las Naciones Europeas. Su proyecto de modelo confederal enfatizaba la importancia de la igualdad, la justicia social y la resolución pacífica de conflictos.
De manera simultánea surgían proyectos más pequeños y específicos con objetivos más concretos como los comités europeos que perseguían convencer a los parlamentarios europeos de la necesidad de colaboración y de lo indispensable de superar la rivalidad franco-alemana; o la Unión Aduanera de 1925 que, presidida por Le Trocquer, perseguía estabilizar las relaciones franco-alemanas en el marco de la colaboración económica.
La convicción entre muchos políticos europeos de la necesidad de una cooperación y colaboración entre los Estados europeos para preservar la paz y la prosperidad, quedó reflejada en la figura de Aristide Briand, que como presidente de honor del movimiento paneuropeo pronunció un discurso ante la Sociedad de Naciones defendiendo la creación de una Europa Federal. La Sociedad de Naciones le encargó la redacción de un Memorandum que recogiese su propuesta de manera sistemática. En él, Briand, argumentaba que la unión económica solo era posible a través de la unión política y establecía órganos supranacionales de control, gobierno y justicia. La muerte del canciller Stresseman, interlocutor de Briand, la cerrazón de mentes de los miembros de la Sociedad de Naciones que temían perder el control de las relaciones internacionales, y las crecientes tensiones políticas harían fracasar la propuesta de Briand, que quedaría definitivamente interrumpida con la invasión de Polonia por parte de Hitler y el estallido de la II Guerra Mundial.
No obstante, los proyectos de unidad política del periodo de Entreguerras supusieron intentos pioneros de solucionar las divisiones europeas y establecer formas de cooperación supranacional. Aunque las tensiones y las rivalidades entre naciones no permitieron su consolidación, estas iniciativas ya puestas en marcha, supusieron el embrión de las siguientes propuestas que se consolidaron en Europa tras la II Guerra Mundial. El espíritu paneuropeo inspiró a líderes como Robert Schuman y Jean Monnet y las ideas de cooperación económica se materializaron en la creación de la Comunidad Económica Europea del Carbón y del Acero. Las visiones de estos pioneros facilitaron comprender que era posible respetar la diversidad cultural y las identidades nacionales dentro de un marco común supranacional que persiguiese el bienestar común.
9. Capítulo XI. Conclusiones finales sobre el proceso de construcción de la identidad europea y la unidad de Europa desde la Antigüedad hasta el estallido de la II Guerra Mundial.
La integración europea que se inició tras la II Guerra Mundial con la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y se consolidó con la creación de la Unión Europea, no fue un proceso improvisado ni surgió de repente de unas mentes brillantes que tuvieron nuevas ideas. En realidad, se nutrió de una rica tradición de pensamiento político, filosófico y social que buscaba la paz y la unidad de los pueblos europeos sobre la base de la colaboración y la mutua alianza.
La II Guerra mundial y su devastación, confirmó a los intelectuales y políticos del contiente la necesidad de avanzar hacia la integración y la unidad de Europa para lograr la estabilidad, la paz y el bienestar común. Este avance no surgiría del genio de unos cuantos políticos, sino que hundía sus raíces en una tradición de pensadores, políticos e intelectuales europeos que habían ido avanzando en el reconocimiento de una identidad europea basada en valores, tradiciones y una historia compartida y en la reflexión sobre los proyectos políticos que mejor podían dar respuesta a las necesidades de los estados europeos en su defensa de la diversidad dentro de un marco supranacional que asegurase la paz, la prosperidad y la democracia.
Numerosos intelectuales de distintas épocas históricas habían coincidido en reconocer la existencia de una identidad europea propia, distinta de las civilizaciones externas al continente y en ocasiones surgida por oposición a ellas, que hundía sus raíces en el mundo grecolatino, en los valores de la doctrina cristiana y en el humanismo renacentista.
La uniformidad en la administración, la lengua, el sistema jurídico y político, entre otros, impuesta por el Imperio Romano de Occidente habían dejado un sustrato cultural común y habían demostrado que la colaboración hacía a los habitantes de Europa más fuertes frente al enemigo exterior. La conversión de los emperadores romanos al Cristianismo, en un intento de utilizar esta doctrina como un elemento cohesionador y aglutinador de los habitantes del imperio, otorgó a la fe cristiana y a sus valores un papel central en la configuración de la identidad europea. Durante la Edad Media, las escuelas monacales y episcopales, las Cruzadas y las peregrinaciones y, más adelante, el desarrollo de las universidades facilitó la creación de una República de las Letras que aunaba a intelectuales de distintos territorios europeos que superaban las fronteras territoriales y derribaban las barreras políticas y lingüísticas mediante el debate y el intercambio de ideas.
Este sustrato grecolatino y cristiano se enriqueció con las aportaciones del Humanismo Renacentista que, superando el teocentrismo medieval, situaba al hombre en el centro del mundo para lograr comprenderlo. El humanismo introdujo la separación de la Iglesia y el Estado, y los principios de razón, justicia y virtud como esenciales para la unidad europea. Además, continuó destacando la importancia de la educación, el trasvase de ideas y la colaboración intelectual como elementos esenciales de la configuración de una cultura europea compartida. El humanismo renacentista aportó los cimientos ideológicos de un pensamiento crítico, universalista y culturalmente integrado que, siglos después, se reflejarían en los movimientos de integración europea. Sus ideas de fraternidad, educación, cooperación y tolerancia siguen siendo fundamentales en la construcción de la identidad y la unidad europeas.
La Ilustración amplió el postulado de que la paz y la unidad eran los objetivos fundamentales de la colaboración entre naciones. Esta colaboración debía fundarse sobre el respeto mutuo, el estado de derecho y la cooperación. Las ideas ilustradas basadas en la razón y el progreso, mostraron al mundo una nueva concepción de Europa que ya no se presentaba, solamente, como un continente de naciones rivales, sino como un conjunto de estados soberanos que podían colaborar en el marco de principios comunes. Estas ideas marcaron los ideales que impulsaron el proyecto de integración europea y la creación de la Unión Europea. Desde la paz y la justicia hasta la cooperación económica y cultural, los ideales ilustrados proporcionaron una base ética y filosófica que articularía la construcción de una Europa unida.
El siglo XIX fue un periodo de transformaciones ideológicas profundas, marcadas por los valores de la Ilustración, el Romanticismo y el Liberalismo. Muchas de las ideas formuladas en esta época sentaron las bases de los procesos de integración Europa iniciados en el siglo XX. Pensadores como Constant defendieron la libertad individual frente al poder estatal y rechazaron la conquista militar como la herramienta de control de los pueblos. Sus ideas influirían en los valores democráticos y el respeto a los derechos fundamentales que guiaron la integración europea en los tratados fundacionales como el Tratado de Roma (1957).
Aunque el auge de los nacionalismos en el siglo XIX supuso una nueva fragmentación del continente y la aparición de los estados-nación, esta época también trajo importantes reflexiones sobre la soberanía nacional, la colaboración, los acuerdos y los principios democráticos. Mientras el nacionalismo consolidaba los Estados-nación, pensadores y activistas imaginaban un continente unido por valores comunes de paz, democracia y cooperación. La defensa de la libertad y la democracia; la apuesta por la cooperación económica como marco para la prosperidad y la estabilidad; la cesión de soberanía nacional a través de las ideas de descentralización y federalismo; y la primacía de una cultura compartida que sienta las bases de la identidad europea y que sirve de sustrato para el logro de la paz y el bien común fueron ideas esenciales desarrolladas en el siglo XIX que iluminarían los principios que iban a guiar el proceso de integración europeo desarrollado tras la II Guerra Mundial.
La idea de la unidad de Europa se vio empañada por la crisis de los valores europeos y el pesimismo de la supervivencia de esta civilización que se desarrolla en el periodo de Entreguerras. Frente a esta visión negativa, distintos pensadores ofrecieron enfoques para retomar el sueño de unidad. La mayoría de ellos señalaban la regeneración de los valores europeos, el arte y la cultura como las herramientas básicas para revertir el declive de Europa.
Los inicios del siglo XX son también el momento de la creación y puesta en marcha de varios proyectos políticos de colaboración y unidad que se vieron interrumpidos por el estallido de la II Guerra Mundial y el fanatismo de los totalitarismos.
Finalizada la contienda mundial y, ante la devastación del continente, políticos e intelectuales europeos retomaron los principios, ideas y proyectos políticos desarrollados en siglos anteriores y los utilizaron como inspiración para iniciar un proceso de integración europea que se iniciaría con un primer momento de colaboración económica con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero pero que ya desde sus inicios tenía en mente la integración política y social de Europa.
“La puesta en común de las producciones de carbón y acero (…) cambiará los destinos de aquellas regiones que durante largo tiempo se han dedicado a la fabricación de armamentos, de los que fueron víctimas constantes. Esta unión producirá, de manera simple y rápida, la fusión de intereses indispensable para el establecimiento de una comunidad económica, y sentará las bases de una comunidad más amplia y más profunda entre países que habían estado mucho tiempo enfrentados por divisiones sangrientas”. (Declaración Schuman. 9 de mayo de 1950)
Schuman y el resto de padres y madres fundadores de la Unión Europea hundían sus raíces y caminaban por el sendero de múltiples pensadores, políticos e intelectuales que durante siglos habían defendido la cohesión de la identidad europea y abogado por una unión económica, política y social que asegurase la paz y al estabilidad futuras.