1.A. La piel del lobo. Acompañar en las emociones con los cuentos tradicionales

Sitio: Aula Virtual de Formación en línea (ISMIE)
Curso: Leer antes de leer
Libro: 1.A. La piel del lobo. Acompañar en las emociones con los cuentos tradicionales
Imprimido por: Invitado
Día: jueves, 25 de abril de 2024, 23:58

1. La primera infancia

La primera infancia, esa etapa comprendida entre los cero y los seis años, es un campo apasionante de exploración.

La lectura es considerada como una de las garantías para la formación de futuros ciudadanos, siempre que la palabra y el arte se incorporen de manera natural en la actividad mental y emocional de los niños. El contacto temprano con la palabra, en todas sus posibilidades expresivas, es la llave del conocimiento, supone la apertura al mundo de los afectos, a la creatividad; es el alimento emocional fundamental para la construcción del ser humano.

Gracias a los avances que han revelado las neurociencias, la psicología, la pedagogía e, incluso, disciplinas como la economía y las ciencias políticas, entre otras, hoy está claro que durante los primeros años se construyen los cimientos de la vida emocional y cognitiva, y esta claridad ha lanzado enormes desafíos a la pedagogía y al trabajo cultural. Hoy tenemos claro, también, que los niños despliegan complejas actividades interpretativas desde el comienzo de la vida para comunicarse y construir sentido, que la lectura comienza mucho antes del contacto con los textos escritos, a través de una intrincada red de conexiones simbólicas y de un sinnúmero de voces, de palabras y de historias.

Citas de Yolanda Reyes:

  • «El trabajo de la primera infancia va a ser el cableado neuronal» 
  • «Lo que dejamos de hacer en esas edades nos pasa factura para el resto de la vida» 
  • «Los seres humanos nacen en condiciones similares y la primera infancia los discrimina para siempre»

Este cambio de paradigma ha generado una toma de conciencia acerca de la importancia de la literatura en la nutrición emocional y cognitiva de los bebés. Más allá –y mucho antes de la lectura alfabética–, el bebé “lee” muchos lenguajes y es leído y descifrado por su familia y sus cuidadores. Los tres hitos relacionados con el lenguaje que se afrontan en los primeros años (comunicarse, hablar y comenzar a familiarizarse con la literatura) son esenciales para la construcción simbólica. A través de la poesía, de los relatos y de los primeros libros de imágenes, el bebé descubre que, además de la lengua fáctica, hay otra lengua “enriquecida” y organizada de otra forma: una lengua en la que no solo importa qué dicen las palabras, sino cómo suenan y cómo se conectan con la vida afectiva y con la experiencia vital.

Citas de Yolanda Reyes:

  • «Lo que hemos hecho es documentar el encuentro con lo simbólico en el que el bebé tendrá que abrirse camino y dejar su huella»
  • «Los bebés son sujetos que descifran y son descifrados»
  • «Los bebés son lectores (oidores) poéticos»
  • «Nacemos del vientre de la madre al vientre de la poesía»

Para dar de leer a los niños, hacemos un breve recorrido por diversos géneros literarios, así:

  • En el comienzo, la poesía. El tacto, la postura, el movimiento, los gestos y las voces. Libros sin páginas, cuentos corporales, tradición oral y poesía de autor.
  • Leer imágenes: de los libros del bebé a los libros-álbum. 
  • La narrativa: un recorrido por tiempos y espacios de ficción.
  • Libros informativos: puertas a la curiosidad.

Citas de Yolanda Reyes:

  • «El entorno de la primera infancia se tiene que ir poblando de libros que cada vez ofrecen más posibilidades y experiencias de lenguaje»
  • «Las bibliotecas de la primera infancia son uno de los campos más fértiles para la innovación y para el encuentro de lenguajes artísticos»
  • «Una biblioteca para la primera infancia ha conectado a los niños con las distintas formas de organizar el mundo simbólico»

En este curso compartiremos algunas preguntas clave en torno a la formación de los lectores más pequeños: en qué piensan los niños y las niñas cuando leen, de qué forma los cuentos tradicionales nos ponen en contacto con su educación emocional, cuáles son los mejores libros y por qué, cómo son las apps de literatura y arte más interesantes…

Yolanda Reyes

Yolanda Reyes nació en Colombia. Es educadora, fundadora y directora del Instituto Espantapájaros, en Bogotá. Especialista en fomento de la lectura, consultora, autora de artículos y libros sobre lectura, es autora de La casa imaginaria: lectura y literatura en la primera infancia (Editorial Norma, 2007) y La poética de la infancia(Luna libros, 2016). Dicta el curso “Escribir para niños” en el Máster a Distancia en Libros y Literatura de la Universidad Autónoma de Barcelona y el Banco del Libro de Venezuela. Es columnista del diario El Tiempo, de Bogotá, y también destaca por su obra literaria para niños y jóvenes.

De entre sus libros publicados, destacan El terror de Sexto B (Alfaguara,1994), Los años terribles (Norma, 2000), Una cama para tres (Alfaguara, 2004) o Examen de miedo (SM, 2013). Es miembro del Consejo de la Revista Emília y de la Red Iberoamericana del Laboratorio Emilia de Formación.


2. Acompañar en las emociones con los cuentos tradicionales

Esta propuesta formativa se desarrolla alrededor de los cuentos tradicionales y el acompañamiento emocional en contextos educativos. Se organiza en cuatro bloques que exploran aspectos importantes en el uso de los cuentos como escenarios de fantasía que ayudan al desarrollo emocional. No obstante, desde el comienzo, se defiende la tesis de no usar los cuentos únicamente con finalidades didácticas.

1. Literatura, emociones y cuentos
Literatura para trabajar emociones o literatura que emociona. El acompañamiento emocional con la ayuda de los cuentos.

2. La madre y la madrastra
Las luces y las sombras de cuidar de la infancia.

3. El patito feo y el cisne
Atravesar las dificultades con ayuda de los símbolos.

4. Un final emocionalmente feliz
Reflexiones para ayudar a pequeños y mayores a gestionar las emociones con la ayuda de los cuentos.

Eva Martínez Pardo es maestra, formadora de formadores y terapeuta. Es especialista en educación emocional y en el trabajo de acompañamiento con cuentos y narraciones, con experiencia en diversos ámbitos: familias, universidad, docentes, personas educadoras de ámbito no reglado, etc. Es autora de Bajo la piel del lobo: acompañar las emociones con los cuentos tradicionales y coautora de Educación emocional y familia: El viaje empieza en casa, ambas obras en Ed. Graó. Es presidenta de la Asociación Arae.

2.1. Literatura, emociones y cuentos. La piel del lobo

En esta sesión vamos a explorar las múltiples ventajas que tienen los cuentos tradicionales en el crecimiento y el desarrollo emocional. Son –como iremos viendo- auténticas joyas que nos hablan de nosotros y de cómo somos en nuestra complejidad. Sin embargo, me gustaría comenzar con una cita, con el deseo de que esta pueda invitar al uso de los cuentos tradicionales como herramienta de acompañamiento emocional:

“Antes de exponer las múltiples razones por las que los cuentos de hadas son beneficiosos para los niños, me gustaría recordar que estamos hablando precisamente de eso: niños y niñas que tienen derecho a escucharlos y disfrutarlos sin tener que hacer nada más. Cuando trabajo con educadores, siempre hago hincapié en que la tarea sobre la conciencia emocional no es para los pequeños, sino para nosotros. A los niños hay que acompañarles, dejarles ser, permitirles sentir en libertad, ayudarles a construir aprendizajes y a desarrollar estrategias internas y externas; pero el verdadero trabajo de autoconocimiento, de actualización y de conciencia es para los mayores. Los niños tienen derecho y edad de ser inconscientes; la conciencia vendrá después con los años, y será un camino más fácil si en la infancia ha habido respeto, libertad y amor. Podemos orientarles, mostrarles habilidades para comunicarse mejor o expresar sus emociones, pero no podemos pretender que sean conscientes de su mundo afectivo y emocional, porque no sería propio de la infancia, se necesitan recursos internos que se van adquiriendo con la madurez.

Me parece importante este apunte, ya que la idea de contar cuentos de hadas (o de cualquier tipo) debería estar libre de toda intención didáctica. Escuchar un cuento es una experiencia que puede llegar al alma y de la que se puede aprender, especialmente si quien lo narra no usa el cuento como una herramienta didáctica, sino como una obra de arte que regala a quien escucha. Que sean beneficiosos para el crecimiento personal no quiere decir que tengamos que hacer de ellos artilugios para enseñar a los niños a ser conscientes, a portarse bien o a aprender valores. Es mejor que dejemos que los niños sean niños, y que los cuentos sean cuentos.”

Bajo la piel del lobo, acompañar las emociones con los cuentos tradicionales.
Eva Martínez, Ed. Graó, 2017

Aunque este curso tiene como objetivo explorar la sabiduría de los cuentos tradicionales, y en él se ofrecen recursos y actividades que pueden aplicarse en el acompañamiento emocional, debemos tener presente que estamos trabajando con Literatura. Y que la Literatura, si es de calidad, no sirve para inocular ningún mensaje didáctico ni para enseñar ninguna lección. Sirve para llevarnos a una condición más elevada, para trascender los límites de corrección social o moral, para poetizarnos o para mostrarnos partes nuestras que en otros ámbitos no podemos mostrar. Insisto: no es que los cuentos tradicionales sirvan para “trabajar” emociones, es que nos hablan de cómo somos los humanos en nuestra complejidad. Y ese, precisamente, es el gran valor que poseen y que nos ayuda a crecer.
Para empezar, hemos creado un foro, en el que os proponemos entre otras, una actividad dirigida a adultos, y adaptable también para niños. Se trata de una exploración de las cualidades negativas que otorgamos a algún personaje de los cuentos.

2.2. Las luces y las sombras de cuidar de la infancia: la madre y la madrastra

Educar es un acto puramente relacional, y por lo tanto bidireccional; es decir, no se trata únicamente de que los mayores enseñemos y los pequeños aprendan, sino de encontrarnos, de comunicarnos, de jugar todos nuestros recursos internos con más o menos sabiduría para que los pequeños aprendan a vivir mejor con nuestro ejemplo. Y como es bien sabido, compartimos encuentros llenos de ternura, de alegría y de delicadeza, y otros donde atravesamos grandes dificultades para conectar con esos sentimientos.

Solemos compartir con colegas o familiares, con relativa facilidad, los momentos en que experimentamos sentimientos maternales, alegres o divertidos, y nos cuesta mucho expresar nuestras dificultades o nuestras limitaciones en los momentos en los que conectamos con emociones que consideramos negativas (rabia, frustración, impotencia, ira, culpa, hartazgo, agresividad, tristeza, etc.). ¿Con cuántas personas de nuestro entorno podemos compartir esos sentimientos sin miedo a ser juzgados o juzgadas? ¿Cuántas veces nos invaden esas emociones e intentamos silenciarlas porque nos parecen abominables? ¿Cuándo nos atrevemos a decirnos a nosotros mismos la verdad sobre lo que estamos sintiendo en los momentos más difíciles?

Muy probablemente no nos resulte demasiado fácil transitar por aquí y encontrarnos –como diría Laura Gutman- con nuestra propia sombra. No nos han enseñado a mostrar esas emociones, y no son demasiado valoradas socialmente. Por eso en muchas ocasiones las vivimos en secreto y en soledad, con una gran sensación de culpa, de fracaso o de vergüenza. Existe la creencia de que las personas que educamos debemos estar siempre disponibles, receptivas y alegres. Y como personas educadoras sabemos que eso es prácticamente imposible: hay días de sol, días de lluvia y días de tormenta con rayos y truenos.

Eso también nos lo dicen los cuentos: las brujas, las madrastras y los ogros también llevan años entre nosotros mostrándonos y recordándonos cómo somos al completo, y no cómo deberíamos ser según los valores de nuestra sociedad actual (por cierto, una sociedad movida por valores mercantiles, comerciales y poco humanos). Somos la bruja del cuento, también la madrastra, el padre de Hänsel y Gretel, y la madre angelical que da todo por sus hijos. Somos todo el espectro de la figura maternal, de la figura cuidadora. Si pretendemos ser únicamente la parte luminosa, perdemos autenticidad y completud. Si admitimos que todos estos personajes nos habitan y se muestran en ciertas ocasiones, ganamos en conciencia, en honestidad y en calidad de relación con uno mismo (y por consiguiente, con los demás). Darse permiso para sentir todo aquello que consideramos “negativo” no nos convierte en malos educadores. Nos transforma en personas más conscientes y maduras. Y eso sí, indudablemente, nos convierte en mejores educadores.


Te invitamos ahora a explorar tu parte emocional a través del personaje de un cuento, utilizado el hilo correspondiente de vuestro foro de emociones.

2.3. Atravesar las dificultades con la ayuda de los símbolos: el patito feo y el cisne

Seguramente conocéis bien al Patito Feo y a lo que representa este personaje de H. C. Andersen. Es un símbolo claro del niño que sufre, que se siente “desterrado” de su familia y que es obligado a alejarse de ella contra su voluntad. Todos los niños pasan por etapas o momentos donde sienten una fuerte sensación de separación de la familia, o donde sienten un miedo terrible a que esto ocurra.

El dolor infantil es siempre difícil de acompañar. Ningún adulto queda indiferente ante el sufrimiento de los niños y niñas. Por eso, en muchas ocasiones –con la mejor de las intenciones- apartamos al niño del dolor, o de lo que nosotros consideramos difícil, apartándole también de estar en contacto consigo mismo y de la posibilidad de aprender a gestionar ese dolor. El dolor no elaborado se convierte en un largo sufrimiento; muchos de nosotros hemos pasado por situaciones dolorosas, que se han convertido en traumáticas por no saber gestionar ese dolor.

Los héroes de los cuentos pasan por duras batallas antes de convertirse en alguien completo, feliz y valeroso. Todos ellos atraviesan dificultades y transitan por escenas en las que el miedo y el peligro son la única compañía. Ese debería ser nuestro objetivo con nuestros niños: que se conviertan en los héroes de su propia historia.

¿Cómo podemos acompañarles para que eso ocurra? ¿Qué podemos hacer para que incorporen recursos personales que les fortalezcan? ¿Cómo podemos educarles para que puedan afrontarse y elaborar el dolor, y no para que se pasen la vida huyendo de él? Una vez más, los cuentos contienen lo que el niño herido necesita: una imagen clara que simboliza todas sus emociones y le ayuda a elaborarlas. Muchos cuentos tradicionales tienen personajes que sufren, que libran duras batallas y pasan por momentos peligrosísimos. Esas escenas son las que van a resonar en el interior del niño, ya que a nivel emocional son muy similares al momento por el que puede transitar un niño herido.

Hablar del dolor ayuda a mitigarlo. Simbolizarlo ayuda a elaborarlo, y eso reconforta. Con las palabras podemos construir escenarios donde el niño pueda drenar su malestar y transformarlo progresivamente en aprendizaje. Estos pasos, que pretenden orientar una actitud del educador más que ofrecer una guía de intervención, pueden contribuir a establecer ese escenario sanador:

  1. Cuando entres en contacto con el dolor del niño, con su dificultad, mira qué te pasa a ti. ¿Desde qué personaje le estás acompañando? ¿Eres una ingenua Caperucita que pretende entretenerle para sacarle de ahí? ¿Eres un lobo herido y bajo ningún concepto vas a permitir que el dolor vuelva a rozarte? ¿Eres un héroe o heroína que confía en las posibilidades del niño mientras le ayuda a sostenerse en ese tramo del camino? ¿Cómo está de elaborado tu propio dolor?
  2. Déjale entrar en contacto con lo que sienta, sea lo que sea. No juzgues su dolor, su miedo, su dificultad; no intentes convencerlo de que “no hay para tanto”, de que “va, ya pasó” o de que lo que siente no es “bueno”. Ayúdale a estar en contacto con sus emociones, en ese espacio de contención que tú custodias. Mira más allá de su conducta, lee su mundo emocional, no su comportamiento. Llévale a lo que siente. Recuerda: es su historia, no gires la página hasta que él mismo lo haga, por dura que te resulte esta página. En los buenos cuentos nunca hay anestesia, los atolladeros son de verdad y es el protagonista el que los supera.
  3. Ayúdale a expresarlo, sugiérele palabras, invítale a dibujarlo, a manifestarlo en su cuerpo, a ponerlo en la piel de un personaje… Siempre sin forzar, respeta su intimidad y su ritmo. Insisto: es su historia, y él o ella debería ser el protagonista.
  4. Muéstrale que estás a su lado, que confías en él, que tienes esperanza en un futuro; háblale de tu comprensión, de aquel personaje que una vez se sintió igual que él, etc… Cuéntale una historia (la suya) que le conecte con un final ilusionante. Ayúdale a incorporar la idea de que, pase lo que pase, saldrá adelante como un verdadero héroe. Si el Patito Feo hubiera perdido la esperanza, jamás se hubiese convertido en un bello cisne querido y admirado por todos.

2.4. Un final emocionalmente feliz

En muchas ocasiones, las personas educadoras me comentan que no están cómodas con algunos finales de los cuentos, por considerarlos demasiado crueles, vengativos o violentos. Prefieren suavizarlos y hacer que el lobo y los cerditos se hagan amigos, o que la madrastra y Cenicienta hagan las paces.

Parece que entre la mayoría de personas educadoras, un final conciliador goza de mejor fama que los finales de algunos de nuestros cuentos. Sin embargo, los cuentos tradicionales no nacieron para darnos lecciones morales, sino como símbolo de todas aquellas pulsiones que –de alguna manera- necesitamos elaborar como humanos.

«En realidad, lo que ocurre en el niño es una gran sensación de justicia. Que el malo pague por sus actos le ayuda a sentirse reconfortado y a restablecer un orden en sus pensamientos. Durante la trama, puede que se genere una gran ansiedad, ya que el protagonista peligra de veras, su vida está amenazada por un ser maligno que quiere destruirle. Esta trama producirá muy probablemente resonancias en el interior del niño, y despertará sus propias angustias, que podrán ser mitigadas con el placer catárquico de matar de manera fulminante al malo. Si el héroe y el malo llegan a una postura conciliadora, y el malo se vuelve menos malo, la angustia no se acaba, pues en cualquier momento este pérfido personaje puede volver a hacer de las suyas. No existe la sensación de haber vencido ninguna dificultad, no hay ninguna victoria sobre el mal. Esto puede afectar la confianza del niño, ya que la experiencia con el cuento no le deja en un lugar del todo segurizado, no se resuelve el conflicto tan claramente como con la muerte del malo.»
Bajo la piel del lobo: acompañar las emociones con los cuentos tradicionales. Editorial Graó.

Debemos procurar que el final del cuento deje al niño con una sensación de placer, de descanso. De esta manera, aseguraremos que algunas de las angustias con las que ha resonado han tenido una resolución simbólica y, en un escenario de fantasía, ha conseguido lo que necesitaba: vencer a las fuerzas del mal y conseguir algo bueno. Es una vivencia simbólica, pero necesaria y muy reconfortante.

Este es el tipo de final emocionalmente feliz, el que nos permite dar salida a nuestros impulsos más inconfesables con todo aquello que simbolizan los personajes “malos”. Siempre me gusta recordar que la función de la literatura no es enseñar a los niños a portarse bien, sino evocar escenarios donde puedan sentirse identificados, donde puedan emocionarse y encontrar imágenes que les interpelen, les reconforten y les ayuden a crecer como personas. Si la Literatura es políticamente correcta, no es Literatura, es una lección moral en un texto o en un álbum ilustrado. La Literatura, como arte, debe hablarnos de lo que ocurre en nuestro interior para interpelarnos y recordarnos que somos seres sintientes, y no solo seres políticamente correctos. Por supuesto que lo que sentimos no es siempre lo más adecuado, o lo más bonito. Pero silenciarlo no nos ayuda a elaborarlo, solo nos hace vivirlo en silencio y en soledad. Nuestra agresividad, nuestros deseos de venganza, nuestra envidia o las ganas de vencer a las fuerzas del mal están en los cuentos tradicionales, porque están en nosotros. No hay nada en ellos que no contengamos como humanos. Admitir esto y sentirnos vencedores de nuestras propias dificultades va a convertirnos en héroes de nuestra historia. Eso es lo que hacen los buenos finales: sentir que después de la ansiedad, el miedo y las emociones contradictorias que hemos sentido durante el cuento, vamos a acabar venciendo. Ser conscientes de lo que sentimos, hacerlo presente, poderlo expresar (aunque sea en fantasías), y vencer nuestras contrariedades… todo eso es hacerse mayor, maduro y responsable.

En muchas versiones de los cuentos tradicionales, los finales han sido modificados para adaptarlos a una idea moralmente aceptable. Pero recordemos, como personas educadoras, que para crecer emocionalmente hay que vencer las dificultades, no evitarlas o endulzarlas. Por eso la experiencia de escuchar un cuento debería ser siempre un acto de placer, que termine con el triunfo del personaje protagonista después de afrontar un gran conflicto. Vale la pena echar un vistazo a las últimas páginas antes de escoger un cuento para nuestros niños. Algunas versiones de los hermanos Grimm son auténticos espejos humanos donde reflejarnos con todo lo que nos compone, aprender de ello y salir de la experiencia con algún tesoro bajo el brazo.


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