2. Capítulo I

2.4. la identidad y la unidad europeas a finales de la época clásica

En los apartados anteriores hemos analizado como el proceso de integración europea del siglo XX, basado en una identidad compartida que fomenta la unidad de los pueblos europeos, hunde sus raíces en el mundo clásico. Desde el origen mítico del término Europa que recoge no sólo el aspecto geográfico, sino que se enriquece con la idea del contraste e influencia entre la cultura oriental y la occidental, hasta la expansión del cristianismo en el mundo romano, el concepto de Europa va a ir creciendo y enriqueciéndose a medida que los griegos y, tras ellos, los romanos, exploran y conquistan el continente e integran a los pueblos que habitan esos territorios. 

El mundo griego, a través de sus pensadores, introduce la idea de la razón, el orden y la democracia y, con ellas, la idea de Grecia como cuna de la civilización. Esta perspectiva va a ir acompañada de un sentimiento de superioridad moral, dado que los cimientos de la civilización se asientan sobre principios de orden y libertad frente al caos, al exotismo y a la esclavitud representada por los pueblos de Asia y África. Estos principios de democracia, orden y superioridad de la razón frente al caos y la barbarie van a ser heredados por el proceso de integración europeo desarrollado en el siglo XX. 

La expansión del Imperio Romano y, especialmente, el proceso de romanización, posible gracias a la Pax Romana, genera una primera cohesión entre los habitantes del Imperio Romano. Las estructuras de poder centralizadas en Roma; el modelo legislativo y jurídico; la lengua compartida, el latín; la moneda común; la red de calzadas; los modelos artísticos y arquitectónicos, entre otros, generan en los habitantes del Imperio Romano un sentimiento de pertenencia a una comunidad que trasciende su espacio local. La expansión de la ciudadanía romana tras el Edicto de Caracalla, reconoce esa cohesión entre sus habitantes que, desde ese momento, se sienten orgullosos de pertenecer a un espacio más amplio en cuya defensa se comprometen. En el proceso de integración europeo del siglo XX, encontramos herencias de este periodo. La creación de una entidad superior formada por comunidades locales con costumbres diferentes pero que comparten estructuras políticas, económicas, sociales y culturales; el establecimiento de una administración general que actúa por igual en todos los rincones del imperio; la existencia de una moneda común que facilita las transacciones son elementos heredados del mundo romano que podemos reconocer en la creación de la Unión Europea. 

La expansión del Cristianismo, con su idea de universalidad y solidaridad que trascendía las divisiones étnicas y sociales y la proclamación de igualdad entre todos los individuos ante Dios vino a completar el camino iniciado por la extensión de la ciudadanía romana. La doctrina cristiana y sus valores compartidos, una vez que esta religión se convirtió en la oficial del Imperio por el Edicto de Tesalónica, facilitó la cohesión de un imperio multicultural que no había atendido aún a la diversidad ideológica de sus habitantes. La doctrina cristiana empezó a estructurar la vida pública y la ética colectiva influyendo de manera decisiva en el sentimiento de cohesión de los habitantes del imperio. La identidad compartida sobre valores comunes, los principios de solidaridad, caridad y cooperación fueron esenciales en el proceso de construcción de la Unión Europea. 

El proceso de integración europea del siglo XX no puede entenderse sin el legado del mundo clásico y del cristianismo. Ambos sentaron las bases para la integración territorial, administrativa y cultural, a los que el Cristianismo añadió una dimensión ética y universalista que fomentó la cohesión en momentos de fragmentación. Estos principios subyacen en los pilares de la Unión Europea: identidad y valores compartidos, unión económica, solidaridad y cooperación y un marco legislativo compartido que asegura la libertad y la protección de los ciudadanos. 

Aunque el mundo clásico no configuró Europa tal y como la concebimos hoy en día, estableció los principios y modelos para su evolución hacia la construcción de una identidad propia y una unidad en la diversidad.