2. Capítulo I

2.3. El papel de la roma clásica en la configuración de la identidad europea

  • La Pax Romana y la Romanización

Frente a la concepción griega del mundo político, el Imperio Romano supondría un ideal más pragmático de unificación territorial y administrativa. Roma, no sólo conquistaba territorios y a sus habitantes, sino que los integraba política, geográfica y administrativamente, extendiendo su lengua, el latín, sus leyes, su infraestructura, etc. lo largo del continente europeo. 

La “Pax Romana” (27 a.C.-180 d.C.) representó un periodo de relativa paz en gran parte de Europa, bajo el gobierno centralizado de Roma. Durante este periodo los habitantes de la Europa romana compartían el “ius gentium” o leyes comunes, el sistema de carreteras, la lengua, el sistema monetario y el sistema administrativo que unificaba el continente europeo, por primera vez en la historia, de una manera nunca antes conocida. 

Esta unificación e integración aunque no se daba únicamente en los territorios europeos, abarcando a todos los territorios romanos situados en torno al Mar Mediterráneo, dejaría una impronta relevante en la identidad europea que avanzaba desde el concepto de la Grecia Clásica de una civilización común integrada por territorios diferentes hacia una integración cultural y lingüística que unificaba las poblaciones y a sus habitantes. Este proceso conocido como romanización supuso el germen de una temprana identidad europea. 

El Edicto de Caracalla (año 212 d.C.) otorgó la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del Imperio. A través del concepto de ciudadanía romana, los habitantes del Imperio, ya fueran de Britania, de la Galia o de Hispania, compartían una lengua, una estructura política, social y jurídica común que determinó sus costumbres y su modo de reconocer su propia identidad. 

El Imperio es una res pública universal, en la cual la justicia y la razón deben ser el fundamento de la concordia entre todos los pueblos”. (Cicerón, De Officiis, Libro III)

Los romanos mantuvieron una perspectiva geográfica de Europa. Desde Polibio a Ptolomeo pasando por Estrabón a Plinio el Viejo, los geógrafos e historiadores del mundo clásico establecieron el límite de Europa en el Océano Atlántico, incluyendo a Gran Bretaña como una isla europea y señalando la frontera oriental en el Don y en el Mar de Azov. Europa comprendía, para ellos, una enorme variedad de pueblos y culturas (iberos, celtas, britanos, sármatas, tracios, ilirios…) por lo que el término se refería tanto a las poblaciones que integraban el imperio como a las que se encontraban fuera de él. 

El Imperio Romano en su máxima extensión

Ilustración 7. El Impero Romano en su máxima extensión (117 a.D.) https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/6/68/Roman_Empire_117_AD.jpg


De hecho, los romanos concebían su propia civilización como un espacio mediterráneo, ya que, para ellos, el “Mare Nostrum” (Mar Mediterráneo) constituía el centro del mundo civilizado y su Imperio estaba constituido por las regiones bajo su control en torno a él. Por tanto, los romanos utilizaban el término Europa para referirse a las regiones externas que se encontraban al norte de sus fronteras, sin percibir estas regiones de modo unificado sino como territorios diversos habitados por pueblos, culturas, lenguas y costumbres diferentes

Con la extensión de la ciudadanía romana a todos los habitantes del imperio, Roma perseguía construir una identidad romana común bajo una lengua, una legislación, un gobierno, una moneda y una estructura administrativa compartidas. Pero, aunque la romanización cohesionó sin duda el imperio, dotando a sus habitantes de una identidad compartida, bajo la superficie se mantenían identidades locales y perspectivas ideológicas no cohesionadas, fruto de las creencias anteriores a la llegada de Roma y el panteón grecolatino

La impronta de la romanización fue tan intensa que se mantuvo durante toda la duración del Imperio, y se extendió a otros pueblos por contacto o alianza. Fue el caso de los pueblos germanos que terminaron invadiendo y conquistando el territorio romano, no sin antes haber adoptado muchas de las costumbres y estructuras romanas y, en algunos casos, incluso el latín como lengua oficial

  • La llegada del Cristianismo


La aparición del Cristianismo y su expansión por el territorio romano fue un fenómeno esencial para el desarrollo de la identidad europea. 

Las primeras comunidades cristianas surgieron en el espacio de la Palestina romana, y rápidamente empezaron a expandirse por las provincias del Imperio. Este primer cristianismo se basaba en la idea de la universalidad de la religión, en la que todos eran bien acogidos. Hombres y mujeres de cualquier etnia y origen eran iguales ante Dios. Esta idea universalista facilitó que esta nueva religión tuviera una excelente acogida en un imperio conformado por pueblos tan diversos, donde los ciudadanos procedían de diferentes culturas y creencias. Los propios apóstoles como Palo de Tarso, exhortaban a sus seguidores a proclamarse a sí mismos como miembros de una “ecclesia” (iglesia) que trascendía las diferencias étnicas, sociales y culturales. 

Ya no hay judío ni griego; ya no hay esclavo ni libre; ya no hay varón ni mujer, pues todos sois uno en Cristo Jesús” (San Pablo, Epístola a los Gálatas, 3:28)

Esta universalidad contribuyó a la expansión del cristianismo, entre una población que buscaba una cohesión ideológica que acompañase a la integración política, administrativa y lingüística que ya se había consolidado. La rápida expansión de esta creencia fue entendida por el cuerpo político romano, en sus inicios, como una amenaza ideológica. Para los romanos, uniformes en sus estructuras administrativas y legislativas, pero flexibles en sus creencias religiosas y en su modo de interpretar el mundo cultural, el monoteísmo inflexible de los cristianos era difícil de integrar. Sin embargo, los intentos adoptados por los emperadores para soterrar y eliminar el cristianismo fueron infructuosos. La expansión de esta creencia compartida en un único Dios que acogía a todos bajo los principios de caridad y solidaridad, empezó a trascender al propio imperio. 

  • El Imperio se debilita, el Cristianismo entra en acción


Cuando en el siglo III, el Imperio Romano se divide en dos espacios que coexistían, el Imperio Romano de Oriente y el Imperio Romano de Occidente, se inicia una nueva diferenciación en la identidad de ambos territorios. Aunque, inicialmente, no se vislumbra una gran diferencia en organización y estructura y los dos emperadores comparten principios comunes para la sostenibilidad del imperio, el sustrato de la población de cada uno de ellos va a empezar a marcar diferencias relevantes. El Imperio Romano de Oriente se encuentra cada vez más influido por las costumbres orientalizantes frente al Imperio Romano de Occidente que sigue abogando por la razón y el orden heredados del mundo griego. 

Conscientes de la progresiva debilidad del imperio y sabedores de la fuerza que ha adquirido el Cristianismo, en el año 313 d.C., los emperadores Constantino, emperador del Imperio Romano de Occidente, y Licinio, emperador del Imperio Romano de Oriente, proclamaron el Edicto de Milán. El Edicto de Milán otorgaba libertad de culto en el Imperio, es decir, permitía a los cristianos practicar su fe libremente. Esto, unido a la conversión de Constantino a la fe cristiana, cambiaba la posición social del Cristianismo. De ser una religión minoritaria, perseguida y celebrada en secreto pasaba a obtener el favor del estado. 

Moneda con la efigie del emperador Constantino I

Ilustración 8. Moneda con la efigie del emperador Constantino I.

 https://collections.mfa.org/download/267316

El emperador Constantino sabía de la fuerza de esta religión como elemento de cohesión y unificación social y la utilizó en su beneficio. Tras la división del Imperio en dos espacios coexistentes, el Imperio Romano de Occidente y el Imperio Romano de Oriente, las diferencias culturales entre ambos se habían acrecentado y estaban debilitando al Imperio Romano reforzadas por la creciente inestabilidad política y los ataques del exterior. Por ello, Constantino decidió utilizar el Cristianismo para dotar al Imperio Romano de Occidente de una identidad que cohesionase a la población en torno a una base moral y a una estructura institucional radicada en Roma. Constantino promovió la creación de una iglesia centralizada y en el año 325 d.C., en el Concilio de Nicea, estableció los fundamentos de la doctrina cristina y reforzó la idea de una fe única compartida por los súbditos del Impero. 

Moneda con la efigie del emperador Teodosio I.

Ilustración 9. Moneda con la efigie del emperador Teodosio I.

 http://en.wikipedia.org/wiki/File:Theod1.jpg

El camino iniciado por Constantino, fue seguido por Teodosio I que, en el año 380 d.C. promulgó el Edicto de Tesalónica estableciendo el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano. Este elemento será esencial en la configuración de la identidad europea, como veremos posteriormente. El Edicto de Tesalónica acababa con la libertad de culto en el imperio, obligando a todos los habitantes del mismo a profesar la religión cristiana según la doctrina establecida en el Concilio de Nicea. Con el apoyo del estado, el Cristianismo se convirtió en el principal referente ideológico de la vida cívica.

En la consolidación de la doctrina cristiana y, con ella, de una identidad cultural común, fue esencial el papel desempeñado por los Padres de la Iglesia. Agustín de Hipona, Jerónimo y Ambrosio de Milán, entre otros, establecieron el papel de la fe cristina en la sociedad y en la política. 

San Agustín (Agustín de Hipona) en su obra De Civitate Dei, afirmó que la verdadera comunidad cristiana no era la ciudad terrenal, que estaba destinada a desaparecer, sino la ciudad de Dios que trascendía las fronteras y las divisiones políticas, pero presentó una visión teológica que situaba a Europa como cuna del cristianismo en oposición al paganismo y a los pueblos bárbaros. Estableció una base filosófica para el concepto de cristiandad europea que la diferenciaba de las comunidades exteriores del cristianismo y la dotaba de superioridad frente a ellas. La Iglesia era universal pero su centro de poder se encontraba en Roma, y esto, dotaba a este espacio geográfico y político de superioridad respecto del resto de las comunidades. 

San Agustín escribió La Ciudad de Dios para responder ante las acusaciones de que el cristianismo había debilitado al Imperio Romano y provocado su declive. En su obra, San Agustín presenta una visión dual entre la “ciudad de Dios” basada en la fe cristiana y la piedad, frente a la “ciudad terrenal” basada en el egoísmo y el poder temporal. En esta dualidad, San Agustín identifica Europa como la cuna del cristianismo y asocia éste al orden y a la paz en oposición a la decadencia moral del paganismo romano y la barbarie de los pueblos invasores que serían los verdaderos responsables del declinar del imperio romano. 

La consolidación del cristianismo como religión oficial permitió la consolidación de una ética cristiana común y una moral cristiana única que trascendía las particularidades de cada cultura local. De este modo se estaba creando una identidad basada en creencias y valores compartidos que empezó a permear en la cultura europea y a distinguirla de otras civilizaciones de la época. 

Las invasiones de los pueblos bárbaros, que provenían del Este pero que ya tenían cierto grado de romanización por contacto o alianza con el propio imperio, produjo la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476 d.C. y la creación de los Reinos Germánicos. Este contexto político ponía en dificultades la consolidación de una identidad europea cristiana y podría haber significado la disolución de la cohesión cristiana. 

Sin embargo, durante el siglo V d.C., la Iglesia se había estructurado como una institución con sus propias leyes y jerarquía. La jerarquía encabezada por el obispo de Roma, que pasaría a denominarse Papa, estableció un orden compartido por los pueblos de Europa que ayudaría a la continuidad y la cohesión pese a la disolución del Imperio en diversos Reinos Germánicos. 

El Papa León I, asumió por primera vez un papel activo en la política romana, llegando a negociar con el huno Atila para evitar la destrucción de Roma en el año 452 d.C. Esta acción presento la Iglesia a los ojos de la comunidad cristiana como la defensora del orden en Occidente. Por ello, cuando en el año 476 d.C., se produce la caída de Roma y con ella la desaparición del Imperio Romano de Occidente, la Iglesia Cristiana permanece como una institución de referencia que seguía ejerciendo no sólo la defensa de una fe común sino también la autoridad moral y espiritual que cohesionaba a los habitantes del continente. 

Los pueblos germánicos invasores, por otro lado, presentaban ya un cierto grado de romanización tras décadas de contacto con los romanos. Por esta razón, tras la conquista de sus territorios desarrollaron sus propias estructuras políticas, pero mantuvieron la iglesia como elemento unificador. 

Monarcas germanos como Clodoveo, rey de los francos o Recaredo, rey de los visigodos, adoptaron el Cristianismo como fe propia, utilizando éste para promover la unidad de sus súbditos pero también para facilitar su propia integración en una red de relaciones diplomáticas, económicas y culturales que unían a los pueblos de la antigua Roma.