7. Capítulo IX. El siglo XIX: la disolución del Antiguo Régimen y el nacimiento de los Estados-nación frente a los proyectos de unidad de Europa.

  • Introducción

Las transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales del siglo XIX habían sido anticipadas por el devenir de las últimas décadas del siglo XVIII. El siglo XIX va a ser el escenario en el que se produzca el enfrentamiento entre las ideas más conservadoras, aún vinculadas al ideario del Antiguo Régimen, y las ideas liberales encarnadas en los movimientos burgueses y nacionales que supondrían la aparición de los Estados Nacionales. 

En este mundo de cambio político y cultural, frente al auge de los nacionalismos y la creación de los Estados-nación, los intelectuales van a realizar profundas reflexiones sobre los conceptos de soberanía nacional, libertad, democracia y cooperación que les va a permitir imaginar un continente unido sobre esos principios. 

  • Procesos de cambio histórico en el siglo XIX que sembrarán el camino de la unidad europea


A finales del siglo XVIII, el Antiguo Régimen había desaparecido por completo, aunque algunas ideas conservadoras sobre la soberanía de los príncipes pugnaban por mantenerse en el ámbito político. La independencia de los Estados Unidos en 1776, con las colonias liberándose del yugo de Inglaterra, y la Revolución Francesa de 1789, especialmente con la reunión de los Estados Generales en Versalles y su transformación en Asamblea Nacional Constituyente, van a alterar el modo en el que se entiende el mundo, la política y el papel de los ciudadanos en ella. 

La Revolución Francesa, transcurrida entre 1789-1799, va a resonar en todo el mundo y a marcar el modo en el que se entiende la política en Europa y en el mundo occidental. La Revolución Francesa extendió los principios de soberanía popular, igualdad ante la ley y derechos universales, que hemos visto venían gestándose en pensadores de siglos anteriores. La Declaración de los Derechos Fundamentales del Hombre marcaba igualmente el derecho de los pueblos a decidir su destino. La idea de fraternidad entre los hombres, desarrollada en Francia, no sólo tenía un carácter nacional, sino que aspiraba a una comunidad de pueblos libres e iguales que, aunque no hacían referencia a un proyecto político de unidad de Europa sí influyeron en las concepciones modernas de ésta. 

Cuando Napoleón Bonaparte (1769-1821) asumió el control del estado francés proyectó esta idea de una comunidad unida, bajo la esfera de la conquista militar que situaba a las naciones de Europa bajo su dominio. Esta unificación de territorios europeos, controlados por Bonaparte, seguía la estela de Carlomagno en el sentido de que Napoleón promovió un código legal compartido, el Código Civil Napoleónico, y la eliminación de barreras feudales locales, sentando las bases de los sistemas administrativos modernos. Las Constituciones otorgadas a los distintos estados garantizarían los principios de igualdad ante la ley y de división de poderes, anticipando el sistema democrático, aunque siempre bajo la hegemonía francesa. 

Napoleón imaginó una Europa organizada alrededor de un poder centralizado, aunque al servicio de los intereses franceses” (Mark Mazower, La Europa negra. 1998)

Esta imposición de la hegemonía francesa, generó una enorme resistencia nacionalista en los estados conquistados, lo que desembocaría en una lucha contra la tendencia hegemónica y se traduciría en una nueva fragmentación del continente. 

Mapa del Imperio Napoleónico en Septiembre de 1812

Ilustración 30. Mapa del Imperio Napoleónico en Septiembre de 1812. Clem le Nem. https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/5/50/France_September_1812_prussia_occupied.jpg/592px-France_September_1812_prussia_occupied.jpg?20231130130427

La proclamación de Napoleón como emperador en 1804, supondría su voluntad de establecer una hegemonía europea y universal, basada en una Europa de reinos familiares y reinos vasallos. 

Tras la caída de Napoleón, el Congreso de Viena (1814-1815) reconfiguró nuevamente el mapa político y territorial de Europa. En palabras de Metternich, Canciller de Austria, se pretendía “restaurar una Europa del equilibrio y del derecho de gentes”. 

Se restauraba un equilibro de poder mediante la legitimidad monárquica y la contención del nacionalismo y el liberalismo. Es el sistema conocido como el “Concierto de Europa”. Estos acuerdos entre monarcas soberanos proporcionaron una estabilidad temporal, pero, bajo la superficie, latían con fuerza las aspiraciones democráticas y nacionalistas despertadas por la Revolución Francesa y las ideas transmitidas tras la expansión napoleónica.

Le gateau des rois, tiré au Congés de Vienne.

Ilustración 31. Le gateau des rois, tiré au Congés de Vienne. 

Viñeta política francesa de De Vink. Bodleian Libray

Aunque el Congreso de Viena supuso una vuelta al conservadurismo y un intento de restaurar estructuras del Antiguo Régimen, también marcó un precedente al establecer mecanismos de cooperación diplomática entre estados, lo que sería un antecedente para el proceso de integración europeo posterior. 

“El Congreso de Viena fue el primer intento de institucionalizar la paz europea mediante la diplomacia multilateral” (Henry Kissinger, La Diplomacia. 1994)

Pensadores como Bejamin Constant (1767-1830) reforzaron la idea de que Europa no podía construirse a través de la conquista militar. En Del espíritu de conquista y de la usurpación en sus relaciones con la civilización europea”, Constant rechaza la conquista militar y el centralismo para abogar por el federalismo y una unión pacífica de pueblos. 

Los ideales de la Revolución Americana y la Revolución francesa, el intento napoleónico de imponer la hegemonía francesa y la unificación territorial bajo el gobierno de esta nación, y el esfuerzo del Congreso de Viena por restaurar estructuras del Antiguo Régimen, desembocarán en las Revoluciones liberales y burguesas (1820, 1830 y 1840). Estas oleadas revolucionarias luchaban contra el absolutismo defendiendo ideas liberales y nacionalistas. La Revolución de 1848 o “Primavera de los Pueblos” logró la consolidación de regímenes constitucionales y derechos nacionales en Europa. 

En el terreno económico se consolida el éxito de la Revolución Industrial y se desarrolla el sistema capitalista. Los bancos y corporaciones financieras ocupan un papel dominante en la economía mundial, marcada por el auge del comercio internacional y el imperialismo económico. 

Las transformaciones políticas e intelectuales de siglos anteriores van a provocar en esta época una transformación social. La burguesía se consolida como clase dominante en el terreno económico y político al tiempo que comienza a aparecer el proletariado industrial que dará lugar al nacimiento del movimiento obrero. 

La expansión imperialista y colonialista enfrenta a las naciones europeas en el reparto del mundo y supone un foco de tensión entre ellas y con las propias poblaciones autóctonas. 

  • Una Europa unida a través de la gran República de las Letras


 En este contexto histórico van a surgir intelectuales que abogan por superar las divisiones políticas y territoriales a través de una unidad de Europa mediante la creación de una gran República de las Letras. 

  • Goethe

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) contribuyó a la idea de la unidad de Europa desde una visión cultural y humanista. Para él será la cultura la verdadera herramienta unificadora de Europa frente a América, símbolo del mundo técnico libre de todas las limitaciones tradicionales. 

Goethe concebía Europa como una comunidad espiritual basada en la literatura, la filosofía y el arte por oposición a los enfrentamientos políticos y a los conflictos bélicos. 

Para él, las relaciones intelectuales transnacionales eran fundamentales en esa construcción de Europa. Consideraba que la literatura trascendía las fronteras nacionales y podía fomentar un entendimiento mutuo entre los pueblos europeos. Europa compartía un sustrato cultural común basado en la tradición grecolatina y cristiana que permitía superar las barreras de los nacionalismos y los conflictos militares. 

Retrato de Madame de Staël.

Ilustración 32. Retrato de Madame de Staël. Vladimir Borovikovsky. Galería Tretyakovgius

  • Madame de Staël

Anne-Louise Germaine de Staël (1766-1817), conocida como Madame de Staël, fue una intelectual y escritora que defendió una visión cosmopolita y liberal de Europa. Hija del ministro de finanzas de Luis XVI, Madame de Staël supone la transición entre el Antiguo Régimen y el liberalismo moderno. 

En su obra De l’Allemagne(1810) presenta una visión de Europa como un espacio diverso pero unido en su búsqueda de la libertad, el progreso y la civilización. Para ella, la unidad europea no debía basarse en la conquista o la hegemonía, sino en el intercambio cultural y la creación de un marco común de valores liberales. 

  • Friedrich von Schlegel

Este filósofo y crítico literario del Romanticismo alemán (1772-1829), contribuyó a la idea de Europa desde una perspectiva cultural y espiritual. Para él, Europa era una comunidad que hundía sus raíces en la herencia cristiana y los ideales humanistas del Renacimiento. En su obra Uber die Sprache und Wisheit der Indier (1808) establecía que la unidad europea debía basarse en la revitalización de sus valores espirituales y culturales. 

Aunque valoraba la diversidad cultural europea, Schleglel rechazaba la fragmentación social y política. Para él, el Cristianismo, como ya vimos que ocurrió en épocas anteriores, suponía una herramienta para unificar a la población europea, superar las divisiones nacionales y ofrecer una base para la cooperación. 

Schlegel materializó su idea de utilizar la cultura para promover la unidad en la creación de la revista Europa. Este proyecto intelectual, fundado en 1803 en París, facilitaba una plataforma para articular una visión de Europa como una comunidad cultural y espiritual y promovía el diálogo cultural entre intelectuales europeos. El propio título de la revista representaba el objetivo de trascender lo nacional para abordar cuestiones de relevancia continental. 

La revista tuvo una vida breve pero sus artículos reflejan una visión multifacética de la identidad europea. En sus páginas se entiende la literatura como un puente cultural entre naciones, idea compartida por Goethe; la filosofía se presenta como elemento unificador y motor de la transformación espiritual y cultural que era necesaria; y la religión cristiana se señala como fundamento de la civilización europea, no sólo en su marco doctrinal sino también como facilitadora de un marco ético y moral que guiaría la regeneración de Europa tras los conflictos de las guerras napoleónicas. 

“Europa no es un conglomerado de naciones separadas, sino una unidad espiritual cuya esencia reside en su historia compartida y en su misión común de promover la civilización y el entendimiento humano”. (Schlegel, Revista Europa).

  • El proyecto del Conde de Saint-Simon


Claude-Henri de Rouvroy, Conde de Saint-Simon (1670-1825), fue uno de los primeros pensadores en exponer explícitamente un modelo político y económico para una Europa unida.  Este filósofo y economista francés que había combatido a favor de la independencia americana, publicó en 1803 Carta de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos, en la que proponía la creación de un nuevo poder espiritual supraestatal. 

En De la reorganización de la sociedad europea, o de la necesidad y de los medios de agrupar los pueblos de Europa en un solo cuerpo, conservando cada uno su independencia nacional, (1814), Saint-Simon se convierte en el precursor de la integración que, en el siglo XX, conducirá a la creación de la Comunidad Europea y posteriormente de la Unión Europea. 

Su proyecto defendía la creación de una Federación de naciones europeas, regidas por un gobierno supranacional que garantizara la paz y promoviera el desarrollo económico. Proponía un modelo de cooperación económica y gestión racional de los recursos para reemplazar los conflictos bélicos. 

“La asociación entre las naciones europeas debe ser regida por la industria y la ciencia, no por el poder militar” (Saint-Simon, L’Industrie, 1817)

Incluía la formación de un Parlamento General para toda Europa, constituido por 240 miembros. Estaría organizado en dos Cámaras, la de los Comunes y la de los Pares, según el modelo británico. Los diputados serían elegidos por diez años y debían estar educados y tener una posición económica suficiente. El Parlamento fijaría los impuestos necesarios para su gestión, decidiría sobre las cuestiones de interés general y establecería los sistemas educativos. 

Aunque el proyecto de Saint-Simon no fue adoptado recogía principios fundamentales que inspirarían la creación de la Comunidad Europea y la Unión Europea: cesión de la soberanía, democracia, colaboración política y económica…

  • El surgir del nacionalismo y los Estados-nación, ¿freno o estímulo para la unidad europea?

El Congreso de Viena al tratar de imponer estructuras conservadoras del Antiguo Régimen, en un momento en que las ideas liberales de la revolución americana y de la Revolución francesa se habían extendido por el continente, provocó el despertar de los nacionalismos como fuerzas políticas y culturales. Estos nacionalismos bebían en las fuentes del derecho de gentes de la Edad Moderna y de la soberanía popular y la razón de los ilustrados. 

La “Europa de las Naciones” estaría marcada por el liberalismo político y los movimientos de independencia o unificación de Grecia, Polonia, Suiza, Hungría, Italia y del Imperio Alemán. 

El nacionalismo, como ideología, subrayaba las diferencias culturales, lingüísticas y políticas entre las naciones, lo que, a priori parecía dificultar cualquier idea de unidad supranacional. 

Sin embargo, estos procesos también reflexionaron sobre la conexión intercultural e histórica de Europa ya que los nuevos estados-nación se construyeron sobre tradiciones compartidas y rivalidades esencialmente europeas. Esta Europa de las Naciones acompañada del movimiento cultural del Romanticismo aúna en muchos de sus pensadores y escritores la exaltación de las nacionalidades al tiempo que se ensalza el ideal europeo. 

  • Giuseppe Mazzini


Giuseppe Mazzini (1805-1872) lucho por una Italia unificada pero también fue líder del movimiento Joven Europa. Propuso una federación de repúblicas europeas basada en principios democráticos y morales. 

“La humanidad es una, y la patria es el principio del que se deriva la asociación de todas las naciones” (Giuseppe Mazzini, The Duties of Man, 1860)


Para Mazzini, la unidad nacional era un paso previo hacia una Europa unida. En su Carta de la Joven Europa (1834), se presenta como un militante de un movimiento europeo basado en los principios de libertad, igualdad, humanidad, fraternidad de los pueblos y progreso continuado. 

“Los pueblos no deben estar sujetos a la dominación de ningún poder extranjero, sino que deben vivir en una igualdad completa de derechos, unidos en la fraternidad universal, para la realización de la libertad y el progreso de la humanidad.” (Giuseppe Mazini, Carta a la Joven Europa. 1834)


  • Vicenzo Gioberti

Vicenzo Gioberti (1801-1852) en Del primato morale e civile degli italiani (1834), imagina una Italia unificada bajo la guía del papado, dentro de una Europa cristiana federada. Gioberti vincula las nuevas aspiraciones de unidad europea con los valores espirituales cristianos compartidos por sus ciudadanos. 

  • Carlo Cattaneo

Carlo Cattaneo (1801-1869), federalista y republicano, defendió una estructura descentralizada para Italia y Europa inspirada en modelos como la Confederación Suiza. Utilizando por primera vez, en 1848, la expresión de los “Estados Unidos de Europa”. 

  • El papel del Imperialismo y la Revolución Industrial en la idea de unidad europea


Junto al nacionalismo, se había despertado el “Gran Juego” entre las potencias europeas en Asia, África y el resto del mundo. El Imperialismo iniciaba una competencia feroz por la hegemonía global en la que las naciones más poderosas se enfrentaban en territorios extraeuropeos. No obstante, este proceso también consolidó la identidad europea al extender una percepción de superioridad cultural europea frente a otras civilizaciones, reforzando la idea de una identidad común basada en el progreso, la tecnología y la modernidad. 

La Revolución Industrial, ya consolidada en la segunda mitad del siglo XIX, transformó la economía y la sociedad europeas, al traer un mayor intercambio de bienes, ideas, tecnología y trabajadores entre las naciones europeas. 

Esta interdependencia económica, aunque no vinculada a un proyecto político, fortalecía la idea de la necesidad de cooperación que se traduciría en los proyectos de integración económica del siglo XX.

En este contexto se sitúa la figura de Ernest Renan (1823-1892), un filólogo e historiador francés que reflexionó sobre la naturaleza de las naciones. En su ensayo ¿Qué es una nación? (1882), Renan define la nación como una gran solidaridad entre los ciudadanos. Solidaridad que se basa en un pasado compartido y en un acuerdo de vivir juntos en el futuro. Es decir, la nación se forma por el consentimiento actual de sus poblaciones. 

 Retrrato de Ernest Renan. Antoine Samuel Adam-Salomon

Ilustración 33. Retrrato de Ernest Renan. Antoine Samuel Adam-Salomon. 

Instituto de Arte de Chicago

Sus ideas contrastaban con las afirmaciones nacionalistas de que son la etnia, la lengua o la religión las que establecen una nación. Para Renan la base de la comunidad política no era el origen sino la voluntad colectiva. 

El establecimiento de un nuevo Imperio Romano o de un nuevo Imperio de Carlomagno es imposible. La división de Europa es demasiado grande para que una tentativa de dominación universal no provoque más que una coalición fuerte que haga entrar a la nación ambiciosa en sus cauces naturales”. (Renan, La libertad de los pueblos. 1851)

Aunque Renan centraba sus ideas en torno a la nación, en un contexto más amplio, podían aplicarse a la unidad europea. Así, Europa podía constituirse sobre la voluntad de sus habitantes. 

Renan reconoció la interconexión histórica y cultural de Europa y señaló la importancia de la educación y la cultura en la regeneración europea. Para él, aunque las naciones europeas competían entre sí, compartían una herencia común que las distinguía de otras civilizaciones. 

Europa era un espacio de civilización definido por su legado grecolatino, su tradición cristiana y su capacidad de renovación intelectual. 

Las Naciones Europeas que han hecho la Historia son los Pares de un gran Senado donde cada miembro es inviolable. Europa es una Confederación de Estados reunidos por una idea común de la civilización. La individualidad de cada nación está constituida, sin duda, por la raza, la lengua, la historia, la religión, pero también por algo mucho más tangible, por el consentimiento actual, por la voluntad de las diferentes personas de un Estado de vivir juntos” (Ernest Renan, Carta de 15 de septiembre de 1871)

Estas ideas de Renan resonarían en el contexto de la integración europea tras la Segunda Guerra Mundial, especialmente, la afirmación de que la identidad Europa podía construirse a través de la cooperación y la solidaridad, más allá de las diferencias nacionales, y sobre la base de la voluntad de los ciudadanos de vivir y permanecer juntos. 

  • El movimiento pacifista como estimulador del espíritu de unidad


En el siglo XIX toma forma el movimiento pacifista. Elihu Burritt, un activista estadounidense, organizó los “Congresos de la Paz” en 1848 en Bruselas, en 1849 en París y en 1850 en Fráncfort. Estos congresos reunían a delegados europeos en un intento de resolver conflictos mediante el diálogo. Ya en el primer congreso, Burritt propuso una “Unión de Naciones Europeas”, que sería precursor de la Liga de Naciones. 

El Congreso de Paris de 1849, fue presidido por Víctor Hugo (1802-1885). En él, Víctor Hugo, que ya contaba con un enorme prestigio como escritor, imaginó los “Estados Unidos de Europa” que unirían a los pueblos en nombre de la civilización y la justicia. 

“Un día vendrá en que las bombas sean reemplazadas… por el venerable arbitraje de un Senado soberano que será para Europa lo que la Asamblea Legislativa es para Francia…Un día vendrá en que habrá dos grupos inmensos, los Estados Unidos de América y los Estados Unidos de Europa, situados uno frente a otro y se tenderán la mano sobre el mar…En el siglo XX habrá una nación extraordinaria, … Esta nación tendrá por capital París y no se llamará Francia, se llamará Europa. Se llamará Europa del siglo XX y en los siglos siguientes, y aún transfigurada se llamará la Humanidad.” (Víctor Hugo, Discurso del Congreso Internacional de la Paz. 21 de agosto de 1849)

Esta visión refleja el anhelo existente entre muchos europeos por un continente unido en paz y progreso y anticipa ideas que articularían el proceso de integración europea del siglo XX. 

  • Otros debates sobre la identidad y la unidad europea entre los pensadores del siglo XIX. 

Otros pensadores del siglo XIX exploraron también la relación entre identidad, soberanía y unidad.

Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), en El principio federativo (1863) defendió un modelo de federación basado en la autonomía local, rechazando tanto el centralismo como el nacionalismo extremo. El Estado Federal Europeo, para Proudhon, requería, previamente, de la descentralización de los Estados, multiplicándose las comunidades a escala del hombre antes de federarse.

Retrato de Pierre-Joseph Proudon en 1864. Nadar

Ilustración 34. Retrato de Pierre-Joseph Proudon en 1864. Nadar.

 Biblioteca Nacional de Francia

Johann Caspar Bluntschli (1808-1881), profesor de Derecho internacional en Alemania, abogó por la armonización de las leyes europeas y la cooperación entre estados como base para la paz. Inspirándose en el ejemplo de Suiza, sugiere una cooperación entre los Estados para obtener objetivos comunes aunque manteniendo cada Estado su propio gobierno y ejército. Proponía un Consejo Federal integrado por una Unión de Estados soberanos para resolver las grandes cuestiones de la política europea y un Senado en el que estuviesen representados los pueblos, para colaborar en dichas decisiones. 


  • Conclusión

El siglo XIX fue un periodo de transformaciones ideológicas profundas, marcadas por los valores de la Ilustración, el Romanticismo y el Liberalismo. Muchas de las ideas formuladas en esta época sentaron las bases de los procesos de integración Europa iniciados en el siglo XX. 

Pensadores como Constant defendieron la libertad individual frente al poder estatal y rechazaron la conquista militar como la herramienta de control de los pueblos. Sus ideas influirían en los valores democráticos y el respeto a los derechos fundamentales que guiaron la integración europea en los tratados fundacionales como el Tratado de Roma (1957). 

Intelectuales como Goethe, Madame de Staël y Schlegel defendieron la unidad de Europa sobre la base de un espíritu cultural compartido y la transmisión de ideas en un entorno de carácter transnacional, concepto ya argumentado en siglos anteriores. Subrayaron la interconexión cultural como base del entendimiento mutuo y la resolución de conflictos, ideas que resuenan en la dimensión cultural de la Unión Europea en la que se entienden los flujos culturales, educativos y la transmisión de ideas como elementos que protegen la diversidad, pero también promueven la integración. 

Schlegel, además, recuperó ideas anteriores afirmando que esa unidad cultural hundía sus raíces en la herencia cristiana y grecolatina. 

El Conde de Saint-Simon, fue uno de los primeros en imaginar una Europa unida bajo un sistema económico integrado. Su propuesta de eliminar las barreras comerciales serviría de base para iniciativas como la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y la Comunidad Económica. 

Proudhon, partiendo de sus ideas anarquistas, defendió un modelo de federalismo que combinara la autonomía local con la cooperación supranacional. Estas ideas influyeron en la creación de estructuras descentralizadas y subsidiarias de la Unión Europea, en la que los estados cooperan en esferas comunes mientras mantienen la soberanía sobre sus ciudadanos y territorios. 

Aunque, inicialmente el nacionalismo y la creación de los Estados-nación, podría haber supuesto un freno para la integración europea. Los propios pensadores nacionalistas como Giuseppe Mazzini, Gioberti y Cattaneo, defendieron un nacionalismo republicano basado en una fraternidad universal. Para ellos, Europa podría constituirse como una alianza de naciones libres basada en los principios de cooperación pacífica que conforman la actual Unión Europea. 

Los movimientos humanitaristas y pacifistas, encarnados en Elihu Burrit y Víctor Hugo y materializados en los Congresos de la Paz, promovieron la idea de que una confederación internacional de estados que colaborasen era el modo más eficaz de lograr una paz y una estabilidad duraderas. En esta línea, Víctor Hugo imaginó un futuro en el que las naciones europeas superarían sus rivalidades a través de la unión política y económica, lo que parece prever la creación de la actual Unión Europea. 

Bluntschli aportó a este desarrollo intelectual, la importancia del derecho internacional como marco para regular las relaciones entre los estados. Este principio de gobernanza supranacional es uno de los pilares fundamentales de la actual Unión Europea. 

Aunque el auge de los nacionalismos en el siglo XIX supuso una nueva fragmentación del continente y la aparición de los estados-nación, se vio acompañado de importantes reflexiones sobre la soberanía nacional, la colaboración, los acuerdos y los principios democráticos. Mientras el nacionalismo consolidaba los Estados-nación, pensadores y activistas imaginaban un continente unido por valores comunes de paz, democracia y cooperación. Aunque a corto plazo los enfrentamientos y divisiones territoriales predominaron, las ideas desarrolladas en este siglo que hundían sus raíces en los pensadores de los siglos anteriores, prevalecieron proporcionando un fundamento ideológico esencial para el proceso de integración europeo del siglo XX, que culminaría en la Unión Europea. 

Algunas de las ideas del siglo XIX van a perdurar en el tiempo y a servir de base para el desarrollo de los principios que guiaron el proceso de integración Europa y la creación de la Unión Europea. Estas ideas incluyen la defensa de la libertad y la democracia; la apuesta por la cooperación económica como marco para la prosperidad y la estabilidad; la cesión de soberanía nacional a través de las ideas de descentralización y federalismo; y la primacía de una cultura compartida que sienta las bases de la identidad europea y que sirve de sustrato para el logro de la paz y el bien común.