3. Otra evaluación es necesaria. Una evaluación para aprender

Una evaluación tradicional centrada en el desarrollo de un aprendizaje memorístico, que proporciona  una calificación numérica, ya no es de utilidad. Necesitamos una evaluación acorde con las necesidades que plantea un nuevo tipo de aprendizaje.

En un contexto como el que acabamos de describir, en el que resulta necesario desarrollar competencias para afrontar situaciones complejas, el estudiante precisa metodologías que lo sitúen en escenarios reales donde resolver problemas “reales” o crear productos “reales”.

Cuando el estudiante se sumerge en escenarios de este tipo necesita saber cómo está siendo su progreso, necesita analizar cómo está trabajando: si va por el buen camino, qué cambios necesita realizar, qué recursos le ayudarían a mejorar...

La evaluación tradicional centrada en aspectos memorísticos y en el docente no responde a las demandas de un aprendizaje competencial. Necesitamos una evaluación imbricada en el aprendizaje, utilizada por todos sus actores como una herramienta de mejora, de contraste, de referencia, que nos indique el camino y nos de pautas de mejora. Una evaluación formativa y auténtica orientada al desempeño. Una evaluación que sitúe al estudiante como protagonista.

Juan Domingo Farnós (@juandoming): En la educación basada en las competencias, la evaluación está integrada en cada paso del proceso de aprendizaje con el fin de proporcionar a los estudiantes la orientación y el apoyo hacia el dominio.

Una Evaluación que nos permita MEJORAR EL APRENDIZAJE, esto significa:

  • Hacer el seguimiento de procesos de aprendizaje.
  • Reflexionar sobre los procesos cognitivos. Meta aprendizaje.
  • Dar al estudiante en el control de su trabajo y de su progreso.
  • Proporcionar al estudiante recursos y planificar momentos para la autoevaluación, la coevaluación y la heteroevaluación.
  • Ofrecer una retroalimentación ajustada y eficaz.
  • Establecer procesos dialogados de reflexión, valoración y toma de decisiones.
  • Reorientar los diseños didácticos para ajustarnos mejor al contexto de aula y a las necesidades específicas de cada estudiante.

Robert Stake (1981) para diferenciar la evaluación formativa de la evaluación sumativa, utiliza la siguiente metáfora:

Cuando el cocinero prueba la sopa se trata de evaluación formativa, se encuentra en pleno proceso de elaboración. Su finalidad es hacer los reajustes necesarios para que el resultado se ajuste a los criterios de calidad establecidos.
Cuando el cliente toma la sopa, se trata de evaluación sumativa. El cliente valora el resultado final, pero no interviene en el proceso.

Dar una definición de evaluación es complejo, dada la ambigüedad existente y el modelo de aprendizaje y contexto en el que nos situemos. Así lo señala M. Barlow (1992) “Evaluar es en consecuencia un término bien singular que puede expresar una cosa y su contrario: lo preciso y lo aproximado, lo cuantitativo y lo cualitativo” (citado por Bertoni, 1997).

En términos de Diaz Barriga “La evaluación de los aprendizajes es un proceso, a través del cual se observa, recoge y analiza información relevante, respecto del proceso de aprendizaje de los estudiantes, con la finalidad de reflexionar, emitir juicios de valor y tomar decisiones pertinentes y oportunas para mejorar el proceso de enseñanza-aprendizaje”.

Hattie, J. y Timperley, H. (2016) señalan la tendencia actual a un evaluación centrada en el desempeño.

La evaluación del desempeño realiza una observación, seguimiento y medición de las conductas de los alumnos en el momento en el que se encuentran efectuando alguna acción relacionada con el proceso de aprendizaje, sea de manera individual o colectiva (Hancock, 2007. Citado por EduTrends).

Según Levy-Leboyer (2000) la evaluación del desempeño de la competencia permite identificar las brechas existentes en el desempeño de las competencias, así como las conductas que se requieren para poder alcanzar las metas propuestas.  Por otra parte, ofrece la oportunidad de adquirir nuevas competencias.

La colaboración entre estudiante y docente, y entre estudiantes, es imprescindible para valorar qué está ocurriendo, qué dificultades hay o qué nuevas vías pueden abrirse. La evaluación debe ser un proceso dialogado.

El estudiante es el principal sujeto de la evaluación. Sin su aporte, no es posible que el profesor tenga una visión real de lo que está ocurriendo, ni de cuáles son las medidas acorde con el momento en el que se encuentra. Se trata, por lo tanto, de un análisis y una toma de decisiones participada por todos los actores del proceso.